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viernes, 10 de mayo de 2013

Visitando al monstruo en sus dominios (a propósito de Dalí)


Visitando al monstruo en sus dominios (a propósito de Dalí)

Carlos Yusti

Dalí nos es uno de pintores favoritos, aunque sus pinturas surrealistas siempre  han ablandado un poco mis juicios a su obra y su vida tan de teatro de vodevil, tan de performance.

De visita en Barcelona, a instancias de los anfitriones Menkar y Alejandra, me subí con mi esposa (la Currunca) a un tren hasta Figueres donde está el famoso Teatro-Museo Dalí.

Mi relación amor-odio con Salvador Dalí (el pintor por supuesto) es quizás como la de muchos, y esto es un suponer. Recalco esto del pintor ya que Dalí fue una personalidad con múltiple facetas; está por ejemplo el exaltado militante surrealista al que luego André Bretón descalificaría adosándole  un anagrama realizando malabares lingüísticos con su nombre y apellido para rebautizarlo como Avida Dollars. Ávido de dinero, de figurar, de ser un genio. También está el Dalí cineasta, el novelista, el crítico de arte, el precursor del arte actual en muchas de sus obras, el hombre show, la vedette, el farsante, el tracalero final que solo estampaba su firma para obtener alguna calderilla extra con cuadros que no le pertenecían, está el diseñador de joyas, el hombre anuncio; en fin un Dalí que es algo así como un actor que interpretó muchos roles, que cruzó todos los espejos del arte y destrozó los moldes anodinos del artista como un sufridor (estilo Vincent van Gogh) a la intemperie del dolor y el hambre.

Recorrer su museo-objeto en Figueres es enfrentarse a ese Dalí creativo sin cortapisas. Como artista hizo un periplo por el arte contemporáneo, por el arte del pasado y sin duda del futuro. Al caminar por su museo uno encuentra obras que prefiguran el arte actual. Hay una escultura armada con desechos de chip de computadoras. Su traje cubierto de vasos, o de copas, se mueve a la perfección en eso que podría ser Pop-art. Tiene obras netamente ópticas que entrarían fácil en ese renglón del Op-art. Sus espectaculares y teatrales apariciones públicas delinean de algún modo eso que hoy se llama performance. Su afán de vender su obra con altos precios es precursor de esa voracidad de mercado que corroe al arte actual.

Dalí también fue un artista polémico, era tan borsegeano en sus alocuciones públicas plenas de impertinencias y los desplantes políticos más reaccionarios. Todo ello le acarreó siempre sus admiradores y enemigos de rigor. El fallecido pintor Antoni Tápies escribió: “…si Dalí, por lo menos, hubiera prestado un servicio importante a la Pintura y fuera uno de esos auténticos gigantes, como Picasso o Joan Miró, que han revolucionado de verdad su historia y que tanto honran a nuestro país. Pero resulta que tampoco. Que la crítica, historiadores y directores de museos más autorizados, como pintor, le han asignado a Dalí un espacio más bien corto en el capítulo de las aportaciones positivas. Y que, en cambio, le han dado un gran lugar, desde hace más de cuarenta años, en el desván de la mala pintura”. Dalí en una entrevista a Montserrat Casals (24 FEB 1985) expresó: "El arte moderno es una catástrofe. Como decía Picasso de su obra 'içi je ne fais que des chèques sans provisions' (aquí sólo hago cheques sin fondos)". "A Tápies le conocí hace mucho tiempo, cuando era joven. Le ayudé en Estados Unidos. Y Miró, al principio, fue muy gentil. Vino aquí a Figueres con su marchante Pierre Loeb. Tenía intuición. Pero después se enfadó conmigo".  

Al final de sus días la vida de Dalí (sin Gala) quedó en el aire o más en la cama de la agonía con tubos de goma que le atravesaban el alma y lo convirtieron en una especie de espectro surrealista. En este trance los cuadros falsos de Dalí ocuparon la noticia; cuadros que sin duda valdrán más (y serán más importantes) que los verdaderos. Francisco Umbral escribió en su momento: “Vienen los suspectos periodistas extranjeros a una gran galería madrileña para hacer un reportaje sobre Dalí, y en seguida aclaran que sólo les interesan, a efectos periodísticos, los Dalís falsos. No buscan el pintor, sino el escándalo. La España apócrifa. (Los galeristas se negaron, llenos de dignidad profesional y cultural) Siguen buscando Dalís falsos, dictadores tercermundistas…”

En ese raro artefacto que es el museo en Figueres está un resumen de un Dalí múltiple y aunque como pintor se precipitó por ese abismo de publicitarse como genio para al final terminar más bien como un personaje de si mismo, especie de muñeco hueco del arte. Sus pinturas, esculturas, joyas, películas, libros y falsos Dalís testimonian su ansiedad como artista. Su máscara de actor secundario ocultó su genialidad prefabricada, pero es indudable que tuvo talento para ser publicista de su yo inquieto y polivalente. Nunca se llamó a engaño y le hubiese gustado pintar como Velásquez o como él lo dijo en una entrevista: “…soy un personaje tan complejo que todo lo que se dice de mí tiene una parte infinitesimal de realidad. Soy mixtificador -en el sentido alquimista-, orgulloso más que nadie en el mundo, ya que me considero el único genio vivo de nuestra época y, al mismo tiempo, paradójicamente, el más modesto de todos, porque me creo un mal pintor. Si me comparo con los grandes maestros del Renacimiento, como Velázquez o Vermeer, mi obra me parece una catástrofe total; ahora, si me comparo con los pintores vivos, quizás soy uno de los mejores, pero me daría por satisfecho si un día me dijeran que soy uno de los mejores pintores de la provincia de Gerona”.

Un cigarro mientras llueve


Un cigarro mientras llueve


Carlos Yusti

Mi padrastro que era español cultivó con fruición los vicios del tabaco y el licor, pero desde hace bastante tiempo venía de regreso de todo eso, sólo el cigarrillo acompañó hasta su muerte. Un día me dijo que el hombre se fortalece no en la virtud, sino en el vicio. No dejarse borrar por los vicios define el carácter, edifica tu personalidad. Palabras muy suyas que he tratado de cultivar algunos vicios, aunque el tabaco no es uno de ellos. Fumo pipa (o un habano) de vez en cuando, del resto sólo respiro el aire canalla de la calle con su contaminación a tope respectivo.

Desde el poder eclesiástico y político siempre han querido delinear la vida de los ciudadanos, siempre han buscado imponer una moral, impuesta a veces de manera violenta, por el bien del colectivo. La labor parece loable, pero aquellos que intentan imponer conductas de virtud a veces no son los más indicados ya que el closet de muchos políticos y de muchas personalidades de la iglesia no es tan pulcro. Muchos practican eso de la virtud pública y crimen privado. Desde el Ministerio del comercio de tinieblas se decretan leyes y normas para cuidarnos y sumirnos en esa oscuridad donde la personalidad anda a tientas

y semiparalizada convirtiendo la existencia en una película horrible de zombis obedientes. Implementan el miedo y la vigilancia para convertir a todos los ciudadanos en no-fumadores. Las cajetillas traen fotos horribles de todos los daños del tabaco y no conforme con este terrorismo gráfico también quieren convertir a la sociedad en espía de sus conciudadanos, en informantes y delatores. Han dispuesto una línea para que cualquiera llame y denuncie a quienes fumen en esas zonas excluyentes, pero libres de humo. Manuel Rodríguez Rivero ha escrito: “el miedo y la vigilancia permanente se están convirtiendo en los más eficaces instrumentos de la nueva mercadotecnia política”. Nadie fuma, pero el miedo y la delación se distribuye democráticamente y felices todos.

En esos días de bohemia literaria, con varios poetas y escritores, visitaba algunos antros envueltos en la neblina azulosa del humo y la música llorosa de una rocola que exhala la voz de Felipe Pirela: “Un cigarrillo, la lluvia y tú/ Me trastornan/ Dejo mis labios sobre tu piel /Me vuelvo loco”. Mis ídolos literarios como Camus y algunos otros salen en algunas fotos sosteniendo un cigarrillo cuestión que les agrega un cierto toque terrenal. Una novela, que en su momento me resultó infumable, fue La conciencia de Zeno de Italo Svevo. Su tema, un tanto banal, refiere la odisea de su protagonista Zeno Cosini, de cincuenta y siete años, fumador empedernido que se somete a sicoanálisis para dejar de fumar. El médico que lo trata le dice que escriba una especie de diario para encontrar la raíz de su adicción. Así el lector se adentra en la conciencia y en el inconciente de un hombre común, de un héroe de nuestro tiempo algo complejo, escurridizo y que al final es como la caricatura de un hombre que toma conciencia de su vida a través de un vicio rutinario: “El doctor a quien hablé de mi propensión a fumar, me dijo que iniciara mi trabajo con un análisis de ella:
—¡Escriba! ¡Escriba! Verá cómo llega a verse entero. En realidad, creo que del tabaco puedo escribir aquí, en mi mesa, sin ir a soñar en la tumbona. No sé cómo empezar y pido ayuda a los cigarrillos, todos tan parecidos al que tengo en la mano. Hoy descubro algo que ya no recordaba. Los primeros cigarrillos que fumé ya no están a la venta. Hacia 1870 teníamos en Austria esos que se vendían en cajetillas con el sello del águila imperial. Ya está: en torno a una de esas cajetillas se agrupan al punto varias personas con rasgos suficientes para sugerirme su nombre, pero no para conmoverme por el inesperado encuentro. Intento obtener más y me voy a la tumbona: las personas se desdibujan y en su lugar aparecen bufones que se ríen de mí. Vuelvo a la mesa desalentado”.

Gay Talese, aquel ducho periodista que forma parte de la camada que inventó eso que ahora es viejo como el nuevo periodismo, escribió una crónica bastante ilustrativa sobre como saca a pasear su cigarro y que finaliza con su impecable estilo periodístico: “Cuando América no está librando una guerra, el deseo puritano de castigar al prójimo tiene que desfogarse en casa, explicaba hace años la escritora Joyce Carol Oates, refiriéndose a la censura literaria. Pero esto se aplica a las restricciones de todo tipo, incluidos los actuales edictos contra mi humilde cigarro... de cuyo humo brota todas las noches mi paranoia, que no se esfuma ni cuando le doy la última fumada y arrojo a la calle la colilla, indicándoles a los perros que el paseo al aire libre de por las noches ha tocado a su fin”.

Uno que otro domingo salgo al pasillo del edificio a fumar una pipa. En algunas ocasiones llueve y por supuesto me acuerdo de Felipe Pirela y de esa poema extraño de Vladimir Holan: “Cuando llueve en domingo y tú estás solo, /completamente solo,/ abierto a todo, pero no llega ni el ladrón y no llama a la puerta ni el borracho ni el enemigo; /cuando llueve en domingo mientras tú estás abandonado /y no comprendes cómo vivir sin cuerpo /y cómo no vivir puesto que tienes cuerpo;(…)”
Los fumadores van quedando relegados, excluidos. Últimos solitarios perdidos en las cavilaciones del humo de un cigarrillo que se consume. Fernando Savater lo ha escrito desde la ironía: “…padecemos hoy una conjura de salvadores para redimirnos de nuestros vicios y nuestras devociones, en la que confluyen una derecha que tiene de liberal lo que yo de obispo y una izquierda torpe…” Mientras la conjura de salvadores llega a mi puerta enciendo un tabaco para esperarlos en esa tranquilidad pasajera del humo.