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domingo, 28 de julio de 2019

POCATERRA SEGÚN YUSTI




José Carlos De Nóbrega


Nuestro amigo prosista y pintor Carlos Yusti celebra aún de manera polémica y empática a José Rafael Pocaterra, egregio homenajeado de Filven Carabobo 2019 junto a Ana Enriqueta Terán, en su libro “Pocaterra y su mundo” (Gobierno de Carabobo, 1991).


Se nos antoja, pese a la nota del autor al inicio, una biografía portátil crítica del polígrafo valenciano. Yusti la configuró a la luz de una lectura desenfadada pero atentísima de su obra por demás imprescindible. También incidió la conversa con otros lectores y escritores como Luis Alberto Angulo, María Narea y Alfonso Marín. Por supuesto, la habida con su carnal, el fotógrafo y socio del proyecto Yuri Valecillo.

Al igual que en la novela “Sostiene Pereira” de Antonio Tabucci, Yusti parodia la cultura necrofílica de las efemérides con un efectismo político-literario libertario. Ya lo decía el mismo Pocaterra en “Cartas Hiperbóreas”: Prefiero ser un derivado de “anarkos” hegeliano que un teorizante de pacotilla o un “Zaratustra” empastelado.

Es obsceno el desmontaje de la historiografía modelada por los poderes fácticos, así como de la recepción conservadora mentecata y pseudo-liberal farisaica que le tributaran a la obra de este narrador hiperrealista.

No obstante, Yusti bucea -sin anacrónica escafandra ni exótica manguera de oxígeno- las contradicciones políticas del biografiado: De la apostasía a un conformismo burocrático movido por la decepción ideológica.

 Acierta el biógrafo destemplado en el sentido vitalista que excede la condición autodidacta de Pocaterra: Esa extraña mixtura de lo nostálgico, lo enternecedor y lo abyecto que se desparrama en su el discurso literario de los Cuentos Grotescos y Memorias de un venezolano de la Decadencia.

Tanto Pocaterra como su díscolo glosador, despotrican de la decadencia goda y politiquera inducida de Valencia y ese concepto horroroso que se denomina valencianidad: “La Valencia actual es el horrible y sucio patio trasero de la ciudad capital (…) De los vestigios de su majestad colonial sólo quedan derruidas casas heridas por el tiempo y la desidia”. // La valencianidad es más que un contado número de apellidos, es una actitud ante la vida, es un lirismo de derechas entre el divismo y la cursilería”. Ni el biografiado se revuelve en la tumba (sino que se duerme de lado fastidiado), ni el biógrafo se indigna gesticulando en la inutilidad y la polémica estéril.


Es más, la crítica endurecida de Pocaterra posee vigencia hoy, pues la ciudad se debate en una decadencia al hastío y la proliferación insufrible de los delitos patrimoniales de presidentes y gobernadores de estado, empresarios incultos y ciudadanos anestesiados.

¿Quién se acuerda que Cipriano Castro, paladín antiimperialista, fusiló sumariamente al General y escritor valenciano Antonio Paredes? ¿Y qué se dijo del círculo rastacuero valenciano que festejó a Castro ofreciéndole cual abuelas desalmadas a cándidas y vírgenes adolescentes? Sólo Pío Gil en su tiempo. El círculo andino, por lo menos, se fajó en el campo de batalla, de allí su repulsión a los centrales. En el libro de Carlos Yusti ni en los escritos de Pocaterra –claro está- no queda muñeco cabrón godo sin cabeza.

La polémica que escarnece en apariencia al biografiado, se edifica en un recurso literario compartido por el compa biógrafo: La hipérbole que configura la caricatura socio-política de uno y otro tiempo. Sea criticando “el machismo folletinesco” o la poesía declamatoria de Pocaterra, esto nos parece mucho más válido que la estulticia de los profesores de literatura de ayer y hoy. Qué decir del despropósito político partidista y su funcionariado cultural bobo y chupasuelas.

El poema y discurso que Pocaterra dedicó a Valencia en su cuatricentenario
Coincidimos con Yusti la influencia del Círculo de Bellas Artes y, especialmente, de los caricaturistas Job Pim y Leoncio Martínez (no obviemos a Goya, ni a José Guadalupe Posada ni a Munch) en el grabador y dibujante oscurantista que fue Pocaterra en su discurso narrativo y periodístico que pateaba el culo al periodiquismo rastrero de la época.

La caricatura plástica contribuyó al tratamiento que el biografiado dispensó a la psicología profunda y esperpéntica de sus personajes, al punto de anteceder al argentino Roberto Artl en el grotesco criollo desarrollado en sus novelas y cuentos con siete locos y lanzallamas.

Por fortuna nuestra y desgracia de los cultores de efemérides inútiles, Carlos Yusti no se enamora de su tema, tal como hicieron Caballero con Betancourt y Gómez o, peor aún, Espinoza y Gorodeckas con la adequidad. Deja respirar a José Rafael Pocaterra en el mar interior de las contradicciones y paradojas que lo dignifican en la memoria.

Revisen la Biblioteca Feo La Cruz en su pavoso edificio cellista, no vaya a ser que este libro los muerda para bien.

sábado, 6 de julio de 2019

Bagazos de naranja mecánica


Carlos Yusti


Leí la novela dos o tres veces. No era la trama, sino el lenguaje que parecía un invento muy bien elaborado, y el cual entremezclaba palabras del ruso con el inglés, para contar una historia con todas esas tonalidades obscuras de lo bizarro. Detesté, por supuesto, la versión cinematográfica de Stanley Kubrick. La esencia de una novela como La naranja mecánica radicaba en esa cápsula lingüística en la que viajaba el narrador, algo sí como un esperanto barriobajero denominado nadsat, para referir sus fechorías juveniles junto con sus amigos, especie de patota/hooligans especializada en la violencia gratuita y destructiva.

Esta novela ( o su versión en el cine) opacó las otras novelas y libros de Anthony Burgess. Tesis que él mismo ha reconocido, pero sin ningún resentimiento con su creación. Burgess escribió un breve libro biográfico sobre Ernest Hemingway en el cual va como quitándole la capas a toda esa mitología tejida en torno al gran Papá de las letras norteaméricana, y a la que él mismo Hemingway ayudó a construir como si de un decorado de utilería se tratara. Burgess desmorona toda esa mentirosa fachada para presentar a un escritor que fue genial a su modo. Burgess no le regatea simpatías a ese Hemingway vital que cazaba, boxeaba y que siempre nadaba en contra, pero que era proclive a la depresión y estaba dominado por un enjambre de manías e inseguridades; que era un dipsómano sin freno, que estuvo trabajando a conciencia en su mitología de envalentonado macho de la literatura para terminar al final suicidándose. 

Otro libro que se deja leer bastante bien es Poderes terrenales. Burgess ficcionaliza una poco el declive de otro monstruo literario como lo fue Somerset Maugham o así lo dijo en una entrevista: “Cuando proyecté el libro pensaba en escribir la vida de un escritor inglés, homosexual, rico, popular, ni demasiado bueno ni demasiado feliz. Tenía como modelo a William Somerset Maugham”. He estado releyendo algunos de sus breves ensayos sobre literatura (escritos para diferentes periódicos)  y artículos, con sus puntos de vista políticos y  religiosos, en el cual se encuentra un escritor de estilo ágil, ameno, pero no por ello menos urticante y cáustico. Son anotaciones que en su momento quizá constituyeron un relax de su trabajo arduo y tenso con sus novelas.

Su visión de autores y libros es perspicaz, no se  detiene en subterfugios o adornos estilísticos para sus sutiles críticas. De Agatha Christie escribió: “En Agatha Christie no hay imaginación, hay una mente matemática. Al celebrar su centenario celebramos algo que los británicos aman— la literatura que no es literatura, el asesinato que no es asesinato, la agudeza generalmente asociada con un hobby tan británico como grabar el padrenuestro en la cabeza de un alfiler o construir con cerillas una maqueta de la catedral de San Pablo—. Probablemente, los admiradores italianos de Agatha Christie la encuentren excitantemente exótica. Yo, que soy simplemente un intelectual británico desarraigado, la encuentro aburridísima”. Sobre Samuel Beckett apunta: “¿Y quién es el Godot que no llega nunca? Resulta demasiado fácil decir que es el
Dios del Antiguo Testamento, o Cristo que trae el agua de la redención. Puede que sea alguien más siniestro. Es bien conocido que Beckett, viajando en un vuelo de Air France, oyó el anuncio de "Les habla el capitán Godot" y quiso abandonar el avión. Tal anécdota parece convertir al autor en un ser tan absurdo como sus personajes,…” Su visión con respecto al pintor Francis Bacon es impecable: “Bacon tomó el Retrato del Papa Inocencio X, pintado por Velázquez, forzándolo hasta el extremo de la histeria. El motivo de tomar una obra de arte conocida era enfatizar el componente emocional escondido tras posiciones de poder y estabilidad. Un papa representa el inmovilismo social y religioso, un orden en calma. El objeto de Bacon era mostrar que el orden es una máscara, o quizá una piedra lisa a la cual se le da la vuelta y muestra una vida de arrebato y repulsión que no desea salir a la luz. Bacon estaba dispuesto a tomar cualquier normalidad superficial para distorsionarla, pero su elección del personaje de Inocencio X se debía a un desafío del orden legado por el tiempo, ya que el rostro torturado y rugiente pertenece tanto al pasado como al presente”. Como se puede observar Burgess sin perder esa flema británica, tan achacada a los ingleses, escribía con puntillosa inteligencia.

Escribió algunos textos sobre su icónica novela, pero más por aclarar detalles; como por ejemplo que en los Estados Unidos se imprimió sin el capítulo 21 y que en otros países sí se editó completa, que a veces la cobardía innata del novelista le hace delegar a personajes imaginarios esos pecados que él es incapaz de cometer por sí mismo, que la misión del novelista no es predicar, sino mostrar. Sobre este prurito cobarde como escritor apunta: “He mostrado bastante, aun interponiendo la cortina de un argot inventado –otro aspecto de mi cobardía—. Nadsat, una versión rusificada del inglés, tenía por objeto amortiguar la dura respuesta que esperamos de la pornografía. Transforma el libro en una aventura lingüística. El público prefirió la película porque, con razón, se asustó del lenguaje”.

Con respecto al título precisa: “No tengo que recordar a los lectores qué es lo que significa el título. Las naranjas mecánicas no existen, salvo en la lengua de los vicios londinenses. La imagen era extraña y siempre usada para una cosa extraña. "Es tan raro como una naranja mecánica" significaba que era raro hasta los límites de la rareza. No denotaba en principio la homosexualidad, aunque un raro, antes de la legislación restrictiva, era el término que se usaba para los miembros de la fraternidad invertida. Los europeos que lo tradujeron como naranja mecánica no entendieron su resonancia cockney (y creyeron que se trataba de una granada de mane), de una especie de bomba de piña de tipo barato. Lo que yo quería que expresara era la aplicación de una moralidad mecanicista a un organismo vivo, rezumante de jugo y de dulzura”. 

Con su joven delincuente Burgess solo buscaba colocar en la balanza las posibilidades de la crueldad destructiva  sin sentido y por eso escribe: “Devastar es más fácil y más espectacular que crear. Nos gusta aterrorizarnos con visiones de la destrucción cósmica. El sentarse en una habitación triste y componer la Missa solemnis o la Anatomía de la melancolía no provoca ni titulares ni noticias de última hora. Desgraciadamente, mi pequeño libelo resultó atractivo para mucha gente porque olía como una caja de huevos podridos con los; miasmas del pecado original”.

Burgess se quejaba que La naranja mecánica sobreviviría por largo tiempo, mientras otras obras suyas acabarían mordiendo el polvo. Y claro que sobrevivirá como un clásico que es necesario leer y no debido al olor a podrido que pueda exhalar la historia, sino debido a la visión de un delincuente juvenil y a esa singularidad lingüística con la que va narrando su odisea humana tan provista de pruebas y obstáculos como las de cualquiera. Lo reconmadable es leerla y volver a leerla hasta el bagazo.