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domingo, 11 de agosto de 2019

SOY ESCRITORA


SOY ESCRITORA (*)

Toni Morrison

Durante mucho tiempo, empezar a escribir antes del amanecer se volvió una necesidad. Tenía hijos muy chicos y necesitaba usar el tiempo antes de que dijeran “mamá”, y eso era alrededor de las cinco de la mañana. Muchos años después, cuando dejé de trabajar como editora en Random House, me quedé en casa por un par de años. Descubrí cosas sobre mí misma en las que nunca había pensado antes. Al principio no sabía cuándo quería comer, porque siempre había comido cuando era el momento del almuerzo, la cena o el desayuno. Los chicos y el trabajo habían condicionado todos mis hábitos. No conocía los sonidos de mi propia casa, me sentía un poco desorientada. Esto ocurría alrededor de 1983, estaba ocupada escribiendo "Beloved", y eventualmente me di cuenta de que tenía la cabeza más clara, tenía más confianza y en general era más inteligente a la mañana. El hábito de levantarme temprano, que había formado cuando los chicos eran muy pequeños, ahora se convirtió en mi elección. No soy muy brillante ni muy ingeniosa cuando cae el sol.

Siempre quise ser una lectora, no pensaba en ser escritora. Creía que todo lo que era necesario escribir ya se había escrito, o se escribiría. Sólo escribí mi primer libro porque tuve la sensación de que ese libro faltaba, no existía, y quería leerlo cuando estuviese terminado. Soy una lectora muy buena. Amo leer. Es lo que hago, realmente. El elogio más importante en el que puedo pensar es escribir algo que pueda ser leído. La gente dice “escribo para mí” y suena horrible y narcisista, pero de alguna manera, si uno sabe leer su trabajo, es decir, con la necesaria distancia crítica, eso te hace un mejor escritor y editor.

Me di cuenta de que tenía el don de ser escritora muy tarde en la vida. Siempre pensé que tenía la facilidad porque la gente me lo decía, pero su criterio solía no ser el mío. No me interesaba lo que decían, en verdad, no significaba nada. Cuando estaba escribiendo "Song of Solomon", mi tercer libro, empecé a pensar que esto sería una parte central de mi vida. Otras mujeres lo han hecho en la historia, pero es difícil para una mujer decir “soy escritora”. Bueno: ya no lo es, pero ciertamente lo fue para las mujeres de mi generación, mi clase y mi raza. El punto es que una se está moviendo hacia afuera del rol de género. No estás diciendo soy una madre, soy una esposa. O, si estás en el mercado de trabajo, soy una profesora, soy una editora. Cuando te movés hacia “escritora”, ¿qué significa? ¿Es un trabajo? ¿Es una forma de ganarse la vida? Es intervenir en un terreno que no resulta familiar, en el que una no tiene una procedencia. En aquel momento, personalmente no conocía a ninguna otra mujer escritora exitosa; el terreno parecía reservado para los varones. Así que una esperaba ser una especie de persona pequeña en los márgenes. Era casi como si hubiese sido necesario un permiso para escribir. Cuando leo biografías y autobiografías de mujeres, incluso relatos de cómo empezaron a escribir, casi todas tienen esta pequeña anécdota que habla del momento en que alguien les dio el permiso de hacerlo. Una madre, un esposo, un maestro, alguien, dijo OK, adelante, podés hacerlo. Eso no quiere decir que los hombres nunca hayan necesitado ese empujón; con frecuencia, cuando son muy jóvenes, un mentor dice: sos bueno, y ellos van hacia adelante. Eso si, la autorización se daba por hecho. Yo no podía. Era todo muy extraño. Así que incluso cuando sabía que escribir era central en mi vida, que era donde estaba mi mente, donde me sentía mas a gusto y donde se encontraba el mayor desafío, no lo podía decir. Si alguien me preguntaba, ¿a qué se dedica?, yo no decía, oh, soy escritora. Decía soy editora, soy maestra.

Es importante saber para quién se escribe. Cuando alguien como Frederick Douglass escribía un libro,
estaba escribiendo para gente blanca, legítimamente, porque quería que se comportaran, quería liberarlos. Esos eran sus lectores. Para mi no lo son. Tolstoi no escribía para jovencitas de Ohio. Escribía para rusos, ¿o no? Yo escribo para, acerca de y sobre gente negra. Y si lo que escribo es lo suficientemente bueno, va a ser leído y apreciado por gente que no es afroamericana. Esa es la manera sencilla de explicarlo. Pero también hay una cuestión central: creo que somos interesantes. Lo que la gente fuera de Estados Unidos, particularmente en Europa, piensan de mi país, lo que les gusta en general, es algo que viene de la cultura negra. Es el jazz. Es incluso el lenguaje. No se puede pensar en este país sin nosotros. ¡Yo no lo visitaría! Aparecí con mi primer libro tratando de decir: “El rascismo duele de verdad. Si querés ser blanco y no lo sos, si sos joven y vulnerable, puede matarte”.

Leí muchas narrativas sobre la esclavitud para "Beloved", pero no tanto para obtener información porque sabía que debían ser autenticadas por los patrones blancos, que no podían decir todo lo que querían porque no podían alienar a su público; tenían que guardar silencio sobre ciertas cosas. Iban a ser todo lo buenos que podían dadas las circunstancias y también revelar lo más posible, pero nunca iban a decir cuán horrible era. Decían: “bueno, fue realmente espantoso, así que vamos a abolir la esclavitud y la vida puede seguir”. Sus narrativas debían ser muy modestas. Así que aunque investigaba los documentos y sentía familiaridad con la esclavitud --al mismo tiempo que me sentía abrumada--, quería que se sintiera de verdad. Quería traducir lo histórico a lo personal. Pasé un largo tiempo tratando de entender qué tenía la esclavitud que la hacía tan repugnante, tan personal, tan indiferente, tan íntima y sin embargo tan pública.

En la lectura de algunos documentos noté frecuentemente referencias a algo que nunca se describía con precisión. La “cosita”. “El pedazo”. Esta "cosa" se ponía en la boca de los esclavos para castigarlos y hacerlos callar, al mismo tiempo que les permitía trabajar. Pasé mucho tiempo tratando de averiguar qué forma tenía, cómo se veía. Me la pasaba leyendo testimonios que eran como “le puse el pedazo a Jenny” o lo que cuenta Equiano, que dice, “fui a la cocina y vi a una mujer sentada junto a las hornallas que tenía un freno en su boca”. Y me preguntaba, ¿qué es eso? Alguien me lo explicó y me dije: nunca vi algo tan horrible en toda mi vida. No podía imaginarme la cosa: ¿era similar al freno de los caballos o qué?

Finalmente conseguí unos dibujos en un libro que describía las torturas de un hombre a su esposa. En Brasil y en otros lugares de Sudamérica también los conservaban como recuerdo. Pero mientras estaba investigando se me ocurrió algo: que este artefacto, este objeto personalizado de tortura, era un descendiente directo de la Inquisición. Y me di cuenta de que, por supuesto, no era algo que se pudiese comprar. No se puede pedir por correo el objeto personalizado para tu esclavo. Tenés que confeccionarlo. Hay que ir al patio y reunir algunos elementos y construirlo y después ajustarlo a la persona. Todo el proceso tenía una característica muy personal para la persona que lo fabricaba y también para la persona que lo llevaba puesto. Después me di cuenta que describirlo nunca iba a poder ser efectivo: que el lector no necesitaba tanto verlo, necesitaba saber cómo se sentía. Me di cuenta de que era importante imaginar a ese artefacto como un instrumento activo y no simplemente como una curiosidad o un hecho histórico. De la misma manera, quería mostrarles a los lectores no cómo se veía la esclavitud, sino cómo se sentía.

(*)Este texto incluye reflexiones sobre su vida y su obra tomadas de entrevistas que le concedió a The Paris Review y Granta.

Fuente: Diario



PÁGINA 12

domingo, 28 de julio de 2019

POCATERRA SEGÚN YUSTI




José Carlos De Nóbrega


Nuestro amigo prosista y pintor Carlos Yusti celebra aún de manera polémica y empática a José Rafael Pocaterra, egregio homenajeado de Filven Carabobo 2019 junto a Ana Enriqueta Terán, en su libro “Pocaterra y su mundo” (Gobierno de Carabobo, 1991).


Se nos antoja, pese a la nota del autor al inicio, una biografía portátil crítica del polígrafo valenciano. Yusti la configuró a la luz de una lectura desenfadada pero atentísima de su obra por demás imprescindible. También incidió la conversa con otros lectores y escritores como Luis Alberto Angulo, María Narea y Alfonso Marín. Por supuesto, la habida con su carnal, el fotógrafo y socio del proyecto Yuri Valecillo.

Al igual que en la novela “Sostiene Pereira” de Antonio Tabucci, Yusti parodia la cultura necrofílica de las efemérides con un efectismo político-literario libertario. Ya lo decía el mismo Pocaterra en “Cartas Hiperbóreas”: Prefiero ser un derivado de “anarkos” hegeliano que un teorizante de pacotilla o un “Zaratustra” empastelado.

Es obsceno el desmontaje de la historiografía modelada por los poderes fácticos, así como de la recepción conservadora mentecata y pseudo-liberal farisaica que le tributaran a la obra de este narrador hiperrealista.

No obstante, Yusti bucea -sin anacrónica escafandra ni exótica manguera de oxígeno- las contradicciones políticas del biografiado: De la apostasía a un conformismo burocrático movido por la decepción ideológica.

 Acierta el biógrafo destemplado en el sentido vitalista que excede la condición autodidacta de Pocaterra: Esa extraña mixtura de lo nostálgico, lo enternecedor y lo abyecto que se desparrama en su el discurso literario de los Cuentos Grotescos y Memorias de un venezolano de la Decadencia.

Tanto Pocaterra como su díscolo glosador, despotrican de la decadencia goda y politiquera inducida de Valencia y ese concepto horroroso que se denomina valencianidad: “La Valencia actual es el horrible y sucio patio trasero de la ciudad capital (…) De los vestigios de su majestad colonial sólo quedan derruidas casas heridas por el tiempo y la desidia”. // La valencianidad es más que un contado número de apellidos, es una actitud ante la vida, es un lirismo de derechas entre el divismo y la cursilería”. Ni el biografiado se revuelve en la tumba (sino que se duerme de lado fastidiado), ni el biógrafo se indigna gesticulando en la inutilidad y la polémica estéril.


Es más, la crítica endurecida de Pocaterra posee vigencia hoy, pues la ciudad se debate en una decadencia al hastío y la proliferación insufrible de los delitos patrimoniales de presidentes y gobernadores de estado, empresarios incultos y ciudadanos anestesiados.

¿Quién se acuerda que Cipriano Castro, paladín antiimperialista, fusiló sumariamente al General y escritor valenciano Antonio Paredes? ¿Y qué se dijo del círculo rastacuero valenciano que festejó a Castro ofreciéndole cual abuelas desalmadas a cándidas y vírgenes adolescentes? Sólo Pío Gil en su tiempo. El círculo andino, por lo menos, se fajó en el campo de batalla, de allí su repulsión a los centrales. En el libro de Carlos Yusti ni en los escritos de Pocaterra –claro está- no queda muñeco cabrón godo sin cabeza.

La polémica que escarnece en apariencia al biografiado, se edifica en un recurso literario compartido por el compa biógrafo: La hipérbole que configura la caricatura socio-política de uno y otro tiempo. Sea criticando “el machismo folletinesco” o la poesía declamatoria de Pocaterra, esto nos parece mucho más válido que la estulticia de los profesores de literatura de ayer y hoy. Qué decir del despropósito político partidista y su funcionariado cultural bobo y chupasuelas.

El poema y discurso que Pocaterra dedicó a Valencia en su cuatricentenario
Coincidimos con Yusti la influencia del Círculo de Bellas Artes y, especialmente, de los caricaturistas Job Pim y Leoncio Martínez (no obviemos a Goya, ni a José Guadalupe Posada ni a Munch) en el grabador y dibujante oscurantista que fue Pocaterra en su discurso narrativo y periodístico que pateaba el culo al periodiquismo rastrero de la época.

La caricatura plástica contribuyó al tratamiento que el biografiado dispensó a la psicología profunda y esperpéntica de sus personajes, al punto de anteceder al argentino Roberto Artl en el grotesco criollo desarrollado en sus novelas y cuentos con siete locos y lanzallamas.

Por fortuna nuestra y desgracia de los cultores de efemérides inútiles, Carlos Yusti no se enamora de su tema, tal como hicieron Caballero con Betancourt y Gómez o, peor aún, Espinoza y Gorodeckas con la adequidad. Deja respirar a José Rafael Pocaterra en el mar interior de las contradicciones y paradojas que lo dignifican en la memoria.

Revisen la Biblioteca Feo La Cruz en su pavoso edificio cellista, no vaya a ser que este libro los muerda para bien.

sábado, 6 de julio de 2019

Bagazos de naranja mecánica


Carlos Yusti


Leí la novela dos o tres veces. No era la trama, sino el lenguaje que parecía un invento muy bien elaborado, y el cual entremezclaba palabras del ruso con el inglés, para contar una historia con todas esas tonalidades obscuras de lo bizarro. Detesté, por supuesto, la versión cinematográfica de Stanley Kubrick. La esencia de una novela como La naranja mecánica radicaba en esa cápsula lingüística en la que viajaba el narrador, algo sí como un esperanto barriobajero denominado nadsat, para referir sus fechorías juveniles junto con sus amigos, especie de patota/hooligans especializada en la violencia gratuita y destructiva.

Esta novela ( o su versión en el cine) opacó las otras novelas y libros de Anthony Burgess. Tesis que él mismo ha reconocido, pero sin ningún resentimiento con su creación. Burgess escribió un breve libro biográfico sobre Ernest Hemingway en el cual va como quitándole la capas a toda esa mitología tejida en torno al gran Papá de las letras norteaméricana, y a la que él mismo Hemingway ayudó a construir como si de un decorado de utilería se tratara. Burgess desmorona toda esa mentirosa fachada para presentar a un escritor que fue genial a su modo. Burgess no le regatea simpatías a ese Hemingway vital que cazaba, boxeaba y que siempre nadaba en contra, pero que era proclive a la depresión y estaba dominado por un enjambre de manías e inseguridades; que era un dipsómano sin freno, que estuvo trabajando a conciencia en su mitología de envalentonado macho de la literatura para terminar al final suicidándose. 

Otro libro que se deja leer bastante bien es Poderes terrenales. Burgess ficcionaliza una poco el declive de otro monstruo literario como lo fue Somerset Maugham o así lo dijo en una entrevista: “Cuando proyecté el libro pensaba en escribir la vida de un escritor inglés, homosexual, rico, popular, ni demasiado bueno ni demasiado feliz. Tenía como modelo a William Somerset Maugham”. He estado releyendo algunos de sus breves ensayos sobre literatura (escritos para diferentes periódicos)  y artículos, con sus puntos de vista políticos y  religiosos, en el cual se encuentra un escritor de estilo ágil, ameno, pero no por ello menos urticante y cáustico. Son anotaciones que en su momento quizá constituyeron un relax de su trabajo arduo y tenso con sus novelas.

Su visión de autores y libros es perspicaz, no se  detiene en subterfugios o adornos estilísticos para sus sutiles críticas. De Agatha Christie escribió: “En Agatha Christie no hay imaginación, hay una mente matemática. Al celebrar su centenario celebramos algo que los británicos aman— la literatura que no es literatura, el asesinato que no es asesinato, la agudeza generalmente asociada con un hobby tan británico como grabar el padrenuestro en la cabeza de un alfiler o construir con cerillas una maqueta de la catedral de San Pablo—. Probablemente, los admiradores italianos de Agatha Christie la encuentren excitantemente exótica. Yo, que soy simplemente un intelectual británico desarraigado, la encuentro aburridísima”. Sobre Samuel Beckett apunta: “¿Y quién es el Godot que no llega nunca? Resulta demasiado fácil decir que es el
Dios del Antiguo Testamento, o Cristo que trae el agua de la redención. Puede que sea alguien más siniestro. Es bien conocido que Beckett, viajando en un vuelo de Air France, oyó el anuncio de "Les habla el capitán Godot" y quiso abandonar el avión. Tal anécdota parece convertir al autor en un ser tan absurdo como sus personajes,…” Su visión con respecto al pintor Francis Bacon es impecable: “Bacon tomó el Retrato del Papa Inocencio X, pintado por Velázquez, forzándolo hasta el extremo de la histeria. El motivo de tomar una obra de arte conocida era enfatizar el componente emocional escondido tras posiciones de poder y estabilidad. Un papa representa el inmovilismo social y religioso, un orden en calma. El objeto de Bacon era mostrar que el orden es una máscara, o quizá una piedra lisa a la cual se le da la vuelta y muestra una vida de arrebato y repulsión que no desea salir a la luz. Bacon estaba dispuesto a tomar cualquier normalidad superficial para distorsionarla, pero su elección del personaje de Inocencio X se debía a un desafío del orden legado por el tiempo, ya que el rostro torturado y rugiente pertenece tanto al pasado como al presente”. Como se puede observar Burgess sin perder esa flema británica, tan achacada a los ingleses, escribía con puntillosa inteligencia.

Escribió algunos textos sobre su icónica novela, pero más por aclarar detalles; como por ejemplo que en los Estados Unidos se imprimió sin el capítulo 21 y que en otros países sí se editó completa, que a veces la cobardía innata del novelista le hace delegar a personajes imaginarios esos pecados que él es incapaz de cometer por sí mismo, que la misión del novelista no es predicar, sino mostrar. Sobre este prurito cobarde como escritor apunta: “He mostrado bastante, aun interponiendo la cortina de un argot inventado –otro aspecto de mi cobardía—. Nadsat, una versión rusificada del inglés, tenía por objeto amortiguar la dura respuesta que esperamos de la pornografía. Transforma el libro en una aventura lingüística. El público prefirió la película porque, con razón, se asustó del lenguaje”.

Con respecto al título precisa: “No tengo que recordar a los lectores qué es lo que significa el título. Las naranjas mecánicas no existen, salvo en la lengua de los vicios londinenses. La imagen era extraña y siempre usada para una cosa extraña. "Es tan raro como una naranja mecánica" significaba que era raro hasta los límites de la rareza. No denotaba en principio la homosexualidad, aunque un raro, antes de la legislación restrictiva, era el término que se usaba para los miembros de la fraternidad invertida. Los europeos que lo tradujeron como naranja mecánica no entendieron su resonancia cockney (y creyeron que se trataba de una granada de mane), de una especie de bomba de piña de tipo barato. Lo que yo quería que expresara era la aplicación de una moralidad mecanicista a un organismo vivo, rezumante de jugo y de dulzura”. 

Con su joven delincuente Burgess solo buscaba colocar en la balanza las posibilidades de la crueldad destructiva  sin sentido y por eso escribe: “Devastar es más fácil y más espectacular que crear. Nos gusta aterrorizarnos con visiones de la destrucción cósmica. El sentarse en una habitación triste y componer la Missa solemnis o la Anatomía de la melancolía no provoca ni titulares ni noticias de última hora. Desgraciadamente, mi pequeño libelo resultó atractivo para mucha gente porque olía como una caja de huevos podridos con los; miasmas del pecado original”.

Burgess se quejaba que La naranja mecánica sobreviviría por largo tiempo, mientras otras obras suyas acabarían mordiendo el polvo. Y claro que sobrevivirá como un clásico que es necesario leer y no debido al olor a podrido que pueda exhalar la historia, sino debido a la visión de un delincuente juvenil y a esa singularidad lingüística con la que va narrando su odisea humana tan provista de pruebas y obstáculos como las de cualquiera. Lo reconmadable es leerla y volver a leerla hasta el bagazo.