LEOPOLDO VILLALOBOS, Singular y Plural

La primera impresión que se tiene al leer las crónicas de Leopoldo Villalobos es que este curtido periodista, se tutea con los temas con exacto malabarismo literario y algunos arcaísmos, herencia de la vieja escuela del escribir bien; prosa  muchas veces austera que va a lo suyo con enorme pericia y una buena proporción de cultura/lectura. A uno le suele faltar, en el escrito apremiante del día, esa despreocupada preocupación que se le nota a Leopoldo Villalobos en sus escritos. Su actitud ante el quehacer de escritura posee un componente comunicacional subrayado de cordialidad, sabiduría y vitalidad.

Leopoldo Villalobos nació en Guasipati. Ya ha pasado muchos linderos tanto en edad como literarios. Se graduó como periodista en la Universidad Central. Ha dirigido revistas y publicaciones de todo tipo. Escritor asiduo de crónicas y ensayos con los temas culturales más disímiles. Se ha ganado algunos premios por su incansable labor periodística. Lo he visto risueño y juvenil, en una foto, al lado de Rómulo Gallegos. Leopoldo es un periodista singular que asume la pluralidad de la escritura y reparte en periódicos, o revistas, su sabiduría de lector insomne. Es más un ratón de biblioteca que un estilista. No obstante su vitalidad robusta, su humildad y su disposición para encarar la escritura lo convierten en un hombre digno de admirar.

Aparte de escribir la columna y la crónica histórica escribe Leopoldo Villalobos uno poemas extensos y nerudianos, con algunas manchas de café y Rubén Darío. No son poemas con experimentaciones lingüísticas. Para Leopoldo la esencia de la poesía radica en el empleo de un lenguaje sencillo y accesible o como él mismo me lo ha dicho: "Por allí andan muchos poetas, los poetas se dan aquí como la verdolaga. Por allí andan escribiendo una poesía hermética, críptica que ni ellos mismos entienden. Todavía no se enteran que la trascendencia de un poema radica en la lectura que realizan los demás. No es por azar que la poesía de Neruda, Aquiles Nazoa y Andrés Eloy Blanco, hecha con ese lenguaje sencillo que todo el mundo comprende, todavía está vigente." Todo esto lo expresa Leopoldo entre solemne y divertido.

Otra de las cualidades de Leopoldo es su sentido del humor combinado con su equidad a la hora de los repudios y los elogios literarios. Sabe mantenerse al margen del cotilleo y de la hablilla malsana. Umbral ha escrito que entre escritores mayoritarios y minoritarios se han despreciado siempre mutuamente. Leopoldo no siente reconcomio por los otros escritores. Nunca le he escuchado un comentario insidioso sobre nadie.

En días pasados hemos estado realizando unas tertulias en las comunidades, presentando el libro "Las más bellas cartas de amor entre Manuela y Simón". Ana María  Marín, quien  organiza  con  la gente esta actividad,  me ha dicho que Leopoldo relata la relación entre Bolívar y Manuela con tanta familiaridad, y tanto conocimiento, que parece que Leopoldo hubiese estado junto a  ellos. En la presentación del libro yo, por supuesto, hago gala de mi ignorancia histórica y de mi iconoclastía hacia los héroes de la oficialidad con estatuas y todo. Leopoldo, por su parte, deja en claro su sentido común y su conocimiento perfumado y metafórico de los hechos históricos.

A pesar de estar algo equidistantes, en cuanto a la edad, a Leopoldo y a mí nos une ese sentido antiacadémico que tenemos de percibir la historia, nos entrelaza más que la amistad la vehemencia por el saber, por la literatura leída y vivida; nos vincula, en definitiva, el tener como última trinchera la escritura. Qué le vamos a hacer. La literatura es un espacio de interrelaciones donde todo se traspapela, donde todo se vuelve un texto legible que escribimos y donde quizás también nos escriben.

Leopoldo ha elogiado mi librito sobre Pocaterra. Al parecer le gusta el estilo escueto, duro y desmelenado del libro. Yo por mi parte elogio sus crónicas y sus ensayos porque carecen de estilo, pero están plenas de datos, ponderación, sabiduría, sentido común, lucidez y mucha lectura más allá de las solapas. En los pocos años que tengo tratándolo ha despertado en mí el interés por la historia, más como sistema que como anecdotario y compendio de fechas. La historia como un prontuario de activismo público vivo y no como dato agobiante con héroes aceptizados y muchos vuelvan caras. Además, me ha trasmitido su pasión por la escritura como ejercicio permanente. La escritura como catarsis diaria sin reglas, ni patrones ni pruritos. Me contó que en una oportunidad escribía cuatro artículos distintos para diferentes diarios.

En otra ocasión Leopoldo me comentó que prepara una crónica sobre el San Félix de los años treinta, tiene semanas investigando acerca del tema. Esta metodología de Leopoldo, esa meticulosidad para acercarse (y acercarnos) a la historia lo distingue de una buena porción de improvisados historiadores que pululan en demasiado por estos parajes de hojalata y vidrio bruñido.

Leopoldo Villalobos es un viejo dinosaurio. Tiene la piel curtida de gramática e historia. Tiene el corazón blando de poesía mala y cristalina. El alma atestada de buenos sentimientos, muchos libros, conversación y sueños. Pertenece a ese viejo periodismo lleno de pulcritud (sin erratas políticas ni sintácticas), imparcialidad, objetividad y cultura. Es un viejo profesor (sin achaques por suerte) y gran promotor de la historia fluvial, amena, doméstica y eterna. Es un sabio parco y solitario que se pasea por los anaqueles de la historia fichando en sus apuntes los hechos menos manoseados por los académicos. Las crónicas de Leopoldo tienen calidad de página.

El tiempo nos pasa factura a todos. A Leopoldo, sin embargo, le ha dejado de quince años su afición por los libros y la historia. El otro día me lo dijo: "Hay que leer de todo sin prejuicio alguno" Actitud de mozallón, lozana y fresca. Mis respetos.

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