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jueves, 24 de noviembre de 2011
De catiras y encargos
Cuenta el escritor Julio Llamazares que en una entrevista Camilo José Cela (todavía sin galardón nobelístico) le confesó, ante la pregunta sobre su aspiración como escritor por el Premio Nobel, que en verdad le gustaría más que el Nobel o que el premio Cervantes, que lo nombraran arzobispo de Manila para poder ir por la calle rodeado de un coro de monaguillos capones cantando en tagalo las alabanzas de Nuestro Señor. “Por supuesto—se apresuró en aclarar mi entrevistado— los monaguillos los caparía yo personalmente en el depósito de sementales en el que serví a la Patria”. Llamazares escribe que luego Don Camilo se extendió describiendo el sonido fofo que los testículos producían, después de cortados, al estrellarlos los
soldados contra el techo.
Esta bizarra y mínima historia proporciona algunos elementos sobre las características de un escritor desmesurado, iconoclasta y que en sus propias palabras aceptó un cargo burocrático durante el franquismo (nada más y nada menos como censor) para comer. Hoy Cela, muerto y certificado como clásico, es un mito con Cervantes y Nobel incorporado. Gustavo Guerrero con su ensayo “Historia de un encargo: La Catira de Camilo José Cela” lo trae de vuelta o más bien trae a Cela y una peculiar encomienda de la Dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Ratón de biblioteca como soy conocía alguna versión sobre el encargo e incluso había leído la indigesta novela en venezolano de Cela, pero desconocía todo el intríngulis de este encargo literario especial realizado por los incondicionales del dictador tratando de darle cierto barniz de legitimidad a un régimen sostenido con los palillos de dientes de la fuerza, la arbitrariedad y esa falsa idea del progreso como estigma de avance civilizatorio. El libro de Gustavo Guerrero arma todas las piezas de este encargo con toques de realismo mágico y ofrece una perspectiva, con una buena investigación de fondo, justa y equilibrada de un hecho curioso.
El plan inicial, como lo escribe Guerrero, estaba conformado por un conjunto de novelas cuyos títulos ya el tarifado autor español había vislumbrado, títulos pintorescos que buscaban lamer las botas del dictador y su sentido nacionalista: La flor del frailejón, novelas de los Andes, Oro cochano, la novela de Guayana, Las inquietudes de un negrito mundano, novela del Caribe, y una sobre el petróleo sin título. Gustavo Guerrero escribe: «Sabemos que, al final, este, ambicioso plan, que debía proyectar la imagen de Venezuela por toda Europa, no se realizará, ya que la polémica que suscitará la aparición de La catira en Venezuela, en 1955, pondrá término a la colaboración Cela con el gobierno del coronel Marcos Pérez Jiménez. Pero lo importante es que la idea del ciclo haya podido concebirse y expresarse en aquel momento y de aquella exacta forma, pues no hay que ser demasiado perspicaz para vislumbrar que el proyecto celiano es casi una réplica de la geografía narrativa de Rómulo Gallegos...» En la mente de los intelectuales, que eran incondicionales con el dictador o meros empleados del aparataje policial, Gallegos representaba todo aquello que era menester borrar ya que no se ajustaba a los nuevos horizontes que el dictador había trazado para el país.
Cuando se editó la novela de Cela la crítica enseguida la despedazó desde todo punto de vista. Guerrero realiza una pesquisa de hemeroteca para presentar un panorama sucinto del revuelo polémico que provocó La catira. Por supuesto que la novela con un tema llanero, al igual que Doña Bárbara, convierte a los personajes en simple muñecos sin dimensión y donde Cela funge como ventrílocuo y los hace hablar en un lenguaje venezolano que provoca risa y vaya un fragmento para comprobarlo:
«A Quí le vengo, patrón, pues, a traele nuevas de la catira Pipía Sánchez, güeno, que es damita muy jodía, patrón. y usté bien lo sabe ...
Don Filiberto Marqués ni aún miró para Clorindo López, la verdad por delante, tampoco tenía mucho que mirar. Tuerto y con dos dedos de menos, su pinta recordaba la del araguato. Hace ya muchos años de niños, don Filiberto Marqués le atapuzó una pedrada a Clorindo López y le saltó un ojo. En el juraco, Clorindo López llevaba una vendita negra, tiñosa y confitera, banquete y hartazón de jejenes. Los dedos se los había comido, aún mozo, una buba maligna.
-Miá, bicharango e el diablo, vagabundo, habla, pues, y no te arrimes, que jiedes a temiga e loco.
-Güeno, patrón, no me se ponga birriondo, pues, que la catira Pipía Sánchez me manda ecile que lo aguardia en la punta e el boquerón. Güeno, y que yo le vengo a ecile, patrón, que la niña ya anduvo jugándole cucambeo a su papá. sí, señó, güeno y que ya botó a la bestia toiticos sus corotos, patrón, eso es, güeno. sin dejá ni uno.
Don Filiberto Marqués se paró con parsimonia. Don Filiberto Marqués tenía él pelo colorao. igual que un torito orúo.
-Miá. mocho Clerindo. vale, píe a los santos que to vaya a salí con bien. Un marrón te he e da pa tóa la gente, vale. Yo no me muevo e el hato.»
La conclusión de Guerrero es pertinente: «El affaire de La catira es como un símbolo o una metáfora de esta parte de nuestra memoria cuyo desciframiento exige una mirada conjunta desde las dos orillas, ya que, de lo contrario, ni se entiende del todo ni nos deja entendernos a nosotros mismos, pues sigue formando parte de la historia que somos. Por ello, si algo habría que retener del fiasco de Cela, sin olvidar las responsabilidades del escritor gallego, es justamente lo que, en última instancia, el análisis pone al descubierto: la falacia comunitaria de la Hispanidad franquista».
Nuestro país nunca ha escapado a la locura metódica que se irradia desde el poder político. Locura despampanante que obsequia barcos refrigerados a países que no tienen mar, que convierte a barraganas en principescas primeras damas, a secretarias privadas en el poder omnívoro tras bastidores y así un enorme ramillete de etcéteras delirantes.
El otro filón de este aspecto es Cela escritor que a pesar de su trayectoria tan accidentada y nada pulcra obtuvo todos los premios y los reconocimientos. Cuando a Cela otros escritores le califican de censor franquista y pesetero de dictadores el esgrimía la ética y la dignidad como escudos. Conceptos extraños en un escritor que aceptó el encargo de un ditactatorzuelo para escribir una novela y borrar a otro escritor para quien la ética y la dignidad no eran meras palabras ni simples muletillas para campear el temporal, sino actitudes de vida para hacer frente a la humillación del individuo que se lleva a cabo desde el poder político, cuestión que Cela también supo, pero donde la ambición canalla fue más fuerte y seductora.
Capote a pesar de los ladridos
Uno de los libros de Truman Capote que recopila sus artículos periodísticos, crónicas y algunos de sus ensayos se titula “Los perros ladran” . En el prólogo explica como surgió el título. Al parecer se encontraba en Sicilia en plena primavera conversando con “un hombre muy viejo de rasgos mongólicos” que no era otro que André Gide. El cartero que pasaba por allí lo reconoció y le llevó la correspondecia. En una de las cartas venía el recorte de un periódico con una crítica que no favorecía en nada a Capote. Enseguida se molestó y comenzó a despotricar de los críticos o como él mismo escribió: “Tras oir mis quejas acerca del texto, y de la malsana naturaleza de los críticos en general, el gran maestro francés se encorvó, bajó los hombres como un viejo sabio…¿digamos buitre?, y dijo: ‘Bah. Recuerde el viejo proverbio árabe: Los perros ladran, pero la caravana avanza’.”
A pesar de su maestría estelística nunca fue considerado un autor destacado e importante y casi nunca se le incluyó en el ranking de los grandes de la literatura norteamericana. Quizá lo tuvieron como un autor subido en la noria de la feria de vanidades del mundillo intelectual, su vida tenía ese sabor inconfudible de show circence. Lo escrito por Rodrigo Fresán nivela cualquier conjetura al respecto: “Entre las muchas cosas terribles que le pueden suceder a un escritor hay dos particularmente espeluznantes y de las que —viaje de ida sin billete de vuelta— no hay recuperación posible: una es dejar de ser persona para convertirse en personaje de la propia obra; la otra es sentir que la propia vida es la mejor obra posible y que entonces ya no tiene mucho sentido seguir escribiendo. A Truman Capote le sucedieron esas dos cosas. Y después se murió”.
Capote terminó como personaje, pero la obra en la que actuaba no fue una comedia ligera, más bien fue una tragedia con fogonazos de humor mordaz. Quiso ser un escritor de fuelle, un creador de indiscutibles aportes, pero el personaje le fue ganando la batalla. Además después de escribir “A sangre fría”, su obra magna, algo se quebró dentro de él, algo en su ser más íntimo se rompió en muchos pedazos y ya no pudo unir las partes para acometer otra obra de evergadura. Al final las ganas de escribir fueron sustituidas por los vicios de siempre: alcohol, drogras, sexo, etc. Se convirtió poco a poco en un ser autodestructivo y depresivo, escribía por inercia y como buscando un respiro de tanta asfixia mundana.
Hay un hecho en su vida que parece clave. En una oportunidad el escritor japonés Yukio Mishima visitó Nueva York y Truman Capote compartió con él varias días con sus noches. Capote organizó una fiesta con Geishas genuinas y travestis de pronóstico reservado. Mishima estaba eufórico. A Capote le daba un poco de miedo y enseguida supo que era un ser peligriso para sí mismo y los demás. Capote vio en sus ojos una sombra de lo siniestro escribiendo su destino. Pero la sorpresa de Capote sería mayúscula cuando al despedirlo el escritor japonés le dijo: “Nosotros somos como almas gemelas, en el fondo, muy en el fondo somos iguales”. Aquellas palabras del escritor japonés le inquietaron y le sorprendieron. Capote se consideró siempre un niño terrible, pero apegado al hedonismo y a un amor desmedido por la vida y todos sus placeres.
Mishima se suicidó de la forma más sangrienta posible: Se hizo seppuku, que es algo así como un suicidio de honor que consiste en abrise el vientre, de izquierda a derecha con con una pequeña y filosa daga. Por su parte Capote un día de agosto del año 1984, llenó sus vísceras con güisqui y diferentes fármacos para esperar con lentitud esa luz límpida, quizá la misma luz que a su modo Mishima buscó siempre.
Para Capote escritor la escritura estuvo más cercana a la tortura y la autoflagelación. Siempre se quejó de la tiranía de la escritura. Las pocas páginas de lo que sería su última novela (“Plegarias atendidas”) fueron un suplicio. El Capote personaje gozaba con la fama del escritor, además su abierta homosexualidad, su personalidad desinhibida, su filosa lengua, su mordaz inteligencia y su disposición de terapista para escuchar con paciencia a cualquier alma desdichada le abrieron las puertas en todos lados. Sin mencionar que era un organizador de fiestas de estruendoso Glamour . Los ricos y famosos del cine se disputaban su compañía. Al Capote personaje todo ese mundo de oro real y sentimiento falso le subyugaba. En cambio para el escritor todos sus conocidos y amigos no eran más que seres irreales, criaturas vaporosas que el capturaba en su red de palabras. Sus semblanzas y retratos poseen la fuerza de un chisme aderezado con metáforas insuperables, esa fue sin duda su magia: dominar las palabras a tal punto de crear con ellas un visión del mundo mordaz, poético sin caer el patetismo ni en ese barroco malabarismo de la literatura tratando de escamotearlo todo.
A pesar de los ninguneos y de los ladridos es hoy un escritor es mayúscula, tuvo suficiente cabeza para crear páginas memorables y esta frase podría definirlo a la perfección: “Antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes”.
martes, 5 de abril de 2011
Clarice Lispector, escribir para fracasar
Carlos Yusti
Durante mis estudios de bachillerato ocurrió un fenómeno del cual me percato ahora en la distancia. En el salón las chicas poco agraciadas eran las aplicadas. Las bonitas, de piernas esbeltas, eran las rezagadas, pero iban a su aire contando con sus atributos. A las cerebritos uno las mantenía a distancia, aunque era necesario vincularse con ellas ya que podían ayudarte con la tarea o con un examen, a riesgo que lo otros compañeros se mofaran tildándolo a uno de Ultraman (aquel héroe televisivo made in Japan que luchaba siempre con monstruos espantosos).
Con las escritoras sucede que un buen número no alcanzan un siete en la clasificación de belleza, pero a la hora de enfrentarse con las palabras se requiere tenacidad, lectura e inteligencia antes que una cara bonita o un cuerpo para certamen de belleza.
La escritora brasileña, de origen ucraniano, Clarice Lispector siempre fracturó estos monolíticos parámetros machistas. Era en verdad bella y tenía una inteligencia creativa como pocas escritoras en Latinoamérica. Su talento era proporcional a su belleza, pero al mismo tiempo no estaba interesada en brillar como cuiama, o una viuda negra, de las letras. No tuvo interés en ser despiadada a fuerza de inteligencia y no quiso ser filosamente profunda al momento de emitir juicios en sus crónicas o en alguna entrevista. Asumió con desden frívolo y sarcástico esa actividad subalterna del oficio: entrevistas, congresos literarios, etc. Su fortaleza siempre estuvo a la hora de escribir. Ida Vitale anota: “Los perfiles literarios se prestan a la convencionalidad: tanto espacio, tal enfoque. Pero Clarice Lispector, inmune a la convención, la dinamita. En una entrevista de 1974 le preguntan de qué tiene miedo. ‘Creo que tengo miedo del futuro. Siempre he tenido miedo del futuro. Creo que voy a hacerme cortar el pelo, ¿qué le parece?’ ¿No es esto dinamitar no sólo una entrevista, sino la importancia que la fama le está otorgando?”.
Sus novelas y libros de relatos no son de lectura fácil. Buscaba darle un enfoque distinto al arte de escribir novelas o como ella lo postuló: “Ya sé qué es lo que se llama verdadera novela. Sin embargo, al leerla, con sus tramas de hechos y descripciones, sólo me aburre. Y no escribo la clásica novela. Sin embargo es novela realmente. Sólo que lo que me guía al escribirla es siempre un sentido de búsqueda y descubrimiento.” Toda su obra entrelíneas en una reflexión sobre las posibilidades del lenguaje, especie de torturante tanteo en la oscuridad de la mínima fulguración de las palabras: “Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad”.
Leí de adolescente su libro de cuentos “La legión extranjera” y su novela “La pasión según G.H.”, fueron un aprendizaje de equilibrada e inmejorable literatura. Luego la miré en unas fotos y el hechizo fue completo. Tenía porte de actriz y una sofisticación glamorosa acorde con su rostro cincelado con delicadeza de paisaje pujante de verdor y flores.
Se ha editado "Descubrimientos"(2010), crónicas (1967-1973), el libro recopila textos que Lispector escribió para ratificar su condición de escritora. Claudia Solans en el prólogo del libro escribe: “Textos heterogéneos, muchas veces inclasificables e inesperados, que revelan en cada línea la compleja escritura y personalidad de su autora”.
En el libro está una crónica, “La entrevista alegre”, sobre una entrevista que concedió “para ser publicada en uno de los libros de la serie Libro de cabecera de la mujer”. Con soterrada ironía realiza un texto con dos personajes: la joven de nombre Cristina que la entrevista y ella. El tono de simpatía antipática que destila entrelíneas es de una sutileza feroz: “Sus preguntas eran inteligentes y complicadas, casi todas sobre literatura. Dije: pero pensé que lo que le interesaría a la mujer de clase media sería si me gusta comer porotos con arroz”. En otro aparte escribe: “La entrevista comenzó con buen humor. Reímos varias veces. Una de las veces fue cuando preguntó qué pensaba yo de lo que había escrito el crítico Fausto Cunha. Había escrito –yo no lo sabía— que Guimarães Rosa y yo no pasábamos de ser dos embustes. Di una carcajada hasta feliz. Respondí: no leí eso, pero una cosa es cierta: embustes no somos. Podían llamarnos de cualquier forma, pero embustes no. Vamos, Fausto Cunha. Usted, al que conocí en el casamiento de Marly de Oliveira, es incluso simpático, pero qué idea. Vea si piensa un poco más en el asunto. Creo que Guimarães Rosa también reiría”. Lispector dice vengarse al relatar los entretelones de la entrevista y hay un fragmento que resulta clave: “Cristina me dijo: ‘El crimen no compensa. ¿La literatura compensa?’. De ninguna manera. Escribir es uno de los modos de fracasar. Cristina se sorprendió, me preguntó por qué escribía entonces. Y no supe qué responder”.
Hay un excelso ensayo de Ledo Ivo, “Clarice Lispector o la travesía de la infelicidad”, que explora, en un recorrido rasante, el escenario vital de la escritora y de su arribo a ese puerto gris del fracaso como creadora literaria. Lo primero que verifica el poeta es sobre su estampa: “…surgió ante mí como un aparición deslumbrante, y entendí que, con su belleza, la cual poseía algo de aristocrático, en contraste con la extrema humildad de sus orígenes, ella debía crear su obra desde el corazón salvaje de la vida, …” El poeta recurre a Stendhal para desentrañar un poco el drama de la escritora: “ ‘La belleza es una promesa de felicidad’– pájaro herido, Clarice Lispector desmintió, en su vida, ese aforismo de Stendhal”.
La publicación de su primer libro “Cerca del corazón salvaje” fue toda una odisea. Los críticos, que leyeron los originales, recomendaron a las editoriales no publicar el libro. A Lispector no le quedó otra opción que aceptar la propuesta de una editorial incipiente. Ledo Ivo escribe que “separada de su marido diplomático, regresó a vivir a Río y, en un ejercicio de supervivencia y afirmación literaria, regresó a la antigua profesión del periodismo(…) A cambio de magras remuneraciones, distribuía sus escritos en diversos periódicos y revistas. Durante un tiempo fue una cronista del Diario de Brasil, al que renunció, sumaria e implacablemente, alegando que sus crónicas no tenían lectores”.
Una noche se quedó dormida y por accidente un cigarrillo entre sus dedos desató un incendio que laceró parte de su cuerpo. Todo esto se fue sumando a su naufragio. Ledo Ivo acota: “La otrora bella y deslumbrante Clarice Lispector atravesó su infierno astral. Descendió de su pedestal de princesa de nuestras letras para convertirse en una simple y necesitada pasante, en un mundo cruel e implacable, viviendo escenas de ironía y humillación. Vestida con ropas provenientes de su viaje por el mundo diplomático, que le conferían un aire inusual y extranjero, como fuera de estación, Clarice Lispector vivió el proceso de su destrucción e infelicidad”.
Uno que anda de jorobado de Notre Dame por la vida percibe ese sitial preponderante que ocupa la belleza en la existencia, pero una belleza cosmética, artificial y que nada tiene que ver con la belleza en el sentido platónico. El diálogo “Fedro” concluye con una plegaria de Sócrates al Dios Pan, pidiendo que le conceda llegar a ser bello por dentro. Lo que pide Sócrates es esa belleza perdurable en contraposición de esa otra fútil y efímera del exterior. Esa belleza interior que permite no sólo obrar con rectitud y justicia, sino que proporciona un perfil de nuestra interioridad, de esa sabiduría interior que sitúa al individuo por encima de esas pasiones confusas (a veces triviales) que a todos parecen acosarnos.
Clarice Lispector no supo responder por qué escribía debido, quizá, a que jamás se planteó la escritura como un trabajo, como manera de alcanzar el éxito, sino como una posibilidad de encontrar el espejo de esa belleza interior más perdurable y de más largo aliento a través del tiempo.
Escribir obviedades, con bisuterías orientalistas, como Paulo Coelho y ser éxito de ventas es también una manera de fracasar. Sin duda que en un futuro cercano nadie leerá a Coelho, pero a Clarise Lispector se le continuará leyendo porque su escritura es imprescindible. Además ella lo escribió con acertado genio: “Todo lo que aquí escribo está forjado en mi silencio y en la penumbra. Veo poco, casi nada oigo. Me sumerjo por fin en mí hasta la matriz del espíritu que me habita. Mi fuente es oscura. Estoy escribiendo porque no sé qué hacer de mí. Es decir: no sé qué hacer con mi espíritu. El cuerpo informa mucho”.
El pensador de pararrayos
Carlos Yusti
Mi amigo Pedro Téllez, bibliófilo, siquiatra y escritor, aparte de arriesgado explorador de baratas y remates de libros, tuvo la amabilidad de dibujarme un mapa de esos lugares en los cuales los libros, luego de pasar por muchos ojos y manos, se amontonan como desangelada mercancía a precios irrisorios. Con dicho mapa descubrí los remates de libros más insólitos e inesperados, los cuales eran conocidos por un selecto grupo de lectores. En uno de ellos descubrí el libro de aforismos de Georg Christoph Lichtenberg.
En el esplendido prólogo escrito por Juan Villoro este cuenta su afición por las tormentas eléctricas lo que lo llevó a convertirse en todo un experto con respecto a los pararrayos. Villoro escribe que Lichtenberg se dedicaba días y semanas enteros estudiando planos de ciudades, edificios y espacios urbanos. Esta afición por el estudio, esta concentración puntillosa por determinado tema es uno de los rasgos característicos de una personalidad intelectual fuera de serie. El interés de Lichtenberg fue siempre en varias direcciones al mismo tiempo. Le atraían la moda, las matemáticas, la física, la química, los sueños, la literatura, la filosofía, daba clases en la universidad y además redactaba el "Almanaque de bolsillo de Gotinga" en el que mezcló temas frívolos con los tópicos de última momento en ciencia, filosofía y literatura. Cuando murió su casero encontró en su habitación una buena porción de cuadernillos, de esos que utilizaban los tenderos y comerciantes para llevar los saldos de las ventas. En ellos anotaba sus observaciones, sus ocurrencias y sus pensamientos siempre el filo de la extravagancia y el asombro. Al hermano del singular personaje y a uno de sus alumnos correspondió la tarea de organizar las anotaciones que le darían fama como pensador, filósofo y escritor. Bastante acertada la observación de Villoro: "Los cuadernos arrojaban los saldos de una mente", y vaya mente.
Así como un autor te lleva a otro un siquiatra puede llevarte al manicomio o a otro siquiatra. Leí, mucho tiempo después, un excelente ensayo del también escritor, humanista y médico en la clínica siquiátrica donde estuvo recluido el celebre Antonin Artaud, el Doctor José Solanes, quien indaga sobre esa extraña coincidencia (o conexión) del ingenio de Lichtenberg con un personaje de Rómulo Gallegos. El aforismo «El cuchillo sin hoja, al que le falta el mango» sirve a Solanes como pista para recordar al personaje de Doña Bárbara, Pajarote cuando busca trabajo como peón. Le dan trabajo con caballo incluido sin él se consigue el apero, es decir todas las herramientas ecuestres. A lo que el personaje responde: «Yo tengo apero, me falta el arricés, el guardabastos se me perdió, el fuste me lo robaron y la coraza no sé que se me hizo, pero me queda el sufridor». Todo esto le permite escribir a Solanes sobre nuestra condición de seres pensantes a pesar de las distancias y que pensar es tan natural como llover o como él escribe: «En una cierta aunque inadvertida intemperie estamos viviendo en la que resulta posible observar como en mi está pensando del modo que se observa como en la ciudad está lloviendo».
Otro texto del poeta y sin igual ensayista Eugenio Montejo de nuevo enlaza al pensador de Gotinga con nuestro país. En el texto Montejo escribe sobre Solanes, recorre la suerte de los aforismos y aporta algunos datos sobre Lichtenberg y por supuesto también cita a Villoro, no obstante su texto centra su atención en la afición del filosofo de fumar en pipa y su pequeña anotación: «Nada mejor que una taza de café y una pipa de Varinas». Montejo escribe: «Desde la soleada llanura venezolana hasta Gotinga era trasportado el tabaco cuya picadura hacia las delicias del impar meditador alemán».
Lichtenberg nunca estuvo interesado en elaborar un majestuoso sistema filosófico, tampoco se preocupó en escribir gruesos tomos para ocupar un anaquel en la posteridad. Su observaciones y pensamientos curiosos los escribió para su propio deleite. Su curiosidad por el saber y la ciencia lo empujó siempre por los caminos menos trillados del conocimiento y no por nada su casa era sitio obligado de peregrinaje de la mentes privilegiadas de su tiempo como Kant, Humboldt, Goethe. Fue un precursor de los ismos conocidos en filosofía y literatura, pero por sobre está su fino y delicado humor que saltan como chispas vivas desde sus aforismos:
El amor es ciego, pero el matrimonio le restaura la vista.
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Sí, las monjas no sólo tienen un estricto voto de castidad sino también fuertes rejas en sus ventanas.
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Eso que ustedes llaman corazón está bastante más abajo del cuarto botón del chaleco.
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Por más que se predique las iglesias siguen necesitando pararrayos.
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Está bien que los jóvenes enfermen de poesía en ciertos años, pero por el amor de Dios, hay que impedir que la contagien.
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Siempre he visto que la ambición voraz y la desconfianza van juntas.
En el año 1795 la biblioteca de Gotinga entrenó un pararrayos diseñado por Lichtenberg, lo que le produjo gran satisfacción y uno puede imaginarlo al momento en el que se desataba una tormenta. Verlo como quizá se apresuraba, tratando de sostener su sombrero a pesar del viento, para ubicarse en un área cercana a la espera que algún relámpago probara la efectividad de su creación.
Sus aforismos en el fondo son sutiles, finos y exquisitos pararrayos contra esos rayos de la estupidez y el desamor por el estudio o la insensibilidad hacia la sabiduría que campea hoy más que nunca en todos los estratos de nuestra vida.