Michel Leiris: abismo personal y antiliteratura
Carlos Yusti
Leiris/Bacon
De Michel Leiris he visto (por Internet) dos
retratos. uno pintado por Francis Bacon y el otro es un dibujo de Alberto
Giacometti. En los dos hay una singular deformidad, una especie de sombra clavada
como una espina en su alma.
Fue una figura intelectual alejada de los tópicos.
Poeta, etnólogo, ensayista y gran explorador de ese laberinto inigualable del
yo.
Leiris participó como activista del movimiento
surrealista francés desde 1924 y su separación ocurriría en el año 1929. De
allí se inserta como colaborador de la publicación “Documents”, dirigida por
Georges Bataille. Como etnólogo participó en la Misión Dakar-Djibouti. La
expedición duraría 21 meses y recorrió el África desde el Atlántico hasta el
mar Rojo, a lo largo del borde inferior del Sahara.
También se involucró con pasión en la política.
Antifascista y anticolonialista convencido. Su intervención en los asuntos
políticos no lo hizo para ocupar cargos
o darle brillo a su status intelectual, más bien lo hizo en son de
insatisfacción personal. Fue un contestatario siempre y nunca se vio tentado
por las mieles de la ideología y con respecto a ellas siempre pasó de largo. Al
final estuvo algo decepcionado de la etnología o como él lo dijo: “Para
expresar mi sentimiento, en resumen, la etnología no sirve para nada, puesto
que no cambia nada”. Con respecto a la literatura la veía más bien como un
estimulo para seguir batallando aunque estaba convencido que tampoco impulsaban
transformación alguna en la sociedad: “…haciéndome esa idea de la tarea que
corresponde al escritor, me siento tan lejos del optimismo por encargo como de
la negrura del prejuicio”.
Leiris es un ensayista notable, pero su obra en
conjunto posee cierto estigma de rareza y su narración Edad de hombre (entre lo autobiográfico y lo
ensayístico) fue escrita para superar ese abismo personal de locura y la
impotencia sexual. Al parecer en el año 1929 sufrió cierto desorden mental que
lo arrastró al bloqueo literario y sexual por lo cual se sometió a un
tratamiento siquiátrico riguroso, tenía 34 años. En esta etapa, un tanto
complicada, comenzó a escribir Edad de hombre. El libro tiene pasajes como
este:
“Así, frente a una mujer siempre estoy en situación
de inferioridad; para que pueda suceder algo definitivo entre nosotros es
necesario que sea ella la que me tienda la mano; nunca es a mí a quien le toca
el papel normal del varón que conquista sino que, en ese combate de dos
fuerzas, soy siempre el que representa el elemento dominado”.
Antes de este libro había publicado un libro de
poemas y una novela en los cuales reflejaba ese estilo surrealista
inconfundible. Un fragmento del poema
Bosque es bastante representativo:
La cacería de ratas a lo largo de las costuras del
espacio/ lanza sus tijeras sus ramas de fuego/ hierro de maxilares que disloca
la mirada/ el atroz monigote del paisaje/ Garfíos invisibles de los árboles se
contonean/ obscena marcha de maniquíes somníferos/ la sombra de los astros es
un zorro en su gruta/(...) (Traducción de Antonio Martinez Sarrión. Poema
tomado de: Michael Leiris Poemas coleccion Visor Poesia 1984)
Edad de
hombre (terminado al final del año 1935) es una exploración de yo desde lo
sicológico a lo físico y allí Leiris deja al descubierto sus dolencias, sus
heridas sicológicas de infancia, sus miedos, sus deseos alucinatorios más
pervertidos y una serie de fantasías sexuales nada edificantes. Es un libro
sincero, pero algo pedestre que olisquea en la podredumbre humana en todo
sentido. No es por azar que Susan Sontag escribió: “Podríamos preguntar con
todo derecho: ¿a quién le importa esto? Edad de hombre tiene a no dudar un
cierto valor como documento clínico: está lleno de datos útiles para el
estudioso profesional de la aberración mental. Pero el libro no merecería
nuestra atención si no tuviera un valor literario. Y, a mi entender, lo tiene,
aunque igual que tantas obras literarias modernas, se abre camino como
antiliteratura”. Y esta apreciación da justo en el blanco. Michel Leiris es un
escritor que buscaba darle usos menos trillados a lo literario.
El libro se editó algunos años después con un
estudio preliminar De la literatura considerada como una tauromaquia, en la que
Leiris postula que la literatura con algún sentido es aquella que comporta un
riesgo, como ese que asume el torero en una corrida.
La idea de este texto surgió a raíz de ver torear
al histórico Rafaelillo Ponce. Leiris le escribe una carta a su amigo André
Castel: «nunca encontré, en ninguna obra artística y literaria, algo equivalente
a lo que sentí en Valencia viendo torear a Rafaelillo. […] Ignoro lo que valía
exactamente su trabajo, desde un punto de vista puramente técnico, pero sé que,
en mi vida, había experimentado nada parecido.»
Leiris estuvo obsesionado con esto del toreo: «Una
de las grandes interrogaciones que me siguen confundiendo desde hace mucho
tiempo es la siguiente: ¿Dónde hallar, en la escritura, algo que sea
equivalente a lo que son los pitones para el hacer del torero ? ».
Desde esta óptica girará su obra posterior. Por
supuesto para uno todo esto se encuentra más cerca de la metáfora literaria que
de la realidad. Leiris trató de exponerse siempre en su vida como en el plano
literario, le gustaba estar al borde y sus varios intentos suicidas estaban
bastante alejados de la literatura como ese pitón al acecho de la arteria
femoral del torero, lo que no le resta méritos a su trabajo tanto en el área de
la literatura como en la teoría antropológica.
Después avanzaría unos pasos en su exploración
autobiográfica con el libro La regla del juego (cuatro gruesos tomos) que
siguen explorando los abismo de un espíritu interesado en vivir a plenitud
desde una conciencia desgarrada por la iluminación del conocimiento del propio
yo sin ese prurito del literato preocupado por su obra. Lo escrito por
Phillippe Ollé-Laprune: “Fiel a sus principios, desde el comienzo Leiris expuso
sus debilidades y persiguió una búsqueda interior. Su arte poético se
desarrolló junto con el aprendizaje de la vida”.
Leiris utilizó la escritura como una manera de
recorrer los pasadizos menos limpios de su ser. En lo personal creo que al
exponer su intimidad sin florituras sólo corría el peligro de hacer bostezar a
sus lectores, sólo corría el peligro de conocerse a profundidad y comprobar lo
vano de toda empresa humana, ese fracaso que nos frena al vernos en ese espejo
de nuestras deformidades como humanos o como él lo escribió: “…lo que nos
paraliza en todo momento es la incapacidad de mirar de frente nuestra
condición”.