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miércoles, 16 de diciembre de 2015

Voltaire con peluca



Voltaire visto por Yusti.

    El poeta alemán Heinrich Heine dijo: “Soy un ruiseñor alemán anidado en la peluca de Voltaire...”. Y la frase no me ha abandonado nunca, sin contar mi debilidad por Voltaire. Esta frase de Heine ha sido un indicativo de la impronta y el impacto que Voltaire ejerció en su tiempo. Un poco como lo haría Sartre en su momento. Se argumenta, con bastante insistencia, que él inventó eso del intelectual con la coletilla adicional de comprometido.
   Fue el primer escritor que intentó remover las aguas de la modorra intelectual para hacerse con un público no sólo para que leyeran sus escritos, sino para que entraran en sintonía con la razón y los postulados humanísticos de la tolerancia y la libertad de pensamiento. Para alcanzar su objetivo fue necesario que subiera al escenario político y cultural de su tiempo, que se expusiera ante la mirada tanto de sus admiradores como de adversarios e incluso de los enemigos de la inteligencia siempre al acecho. Requirió que su presencia se hiciera notoria y debido a ello fue encarcelado, perseguido y sus libros fueron prohibidos, censurados y quemados. Su celebridad se fue formando en un terremoto emocional sin parangón en la vida de otro hombre de letras.
A todo esto habrá que sumarle su feroz vitalismo tan contagioso y altisonante. Voltaire formó parte de un grupo intelectual de primer orden y que abrió las compuertas para darle paso a ese torrente conocido como La ilustración y que crearía un proyecto intelectual inédito como lo fue la gran enciclopedia capitaneada por otro grande como lo fue Denis Diderot.
   Su nombre de pila era François Marie Arouet y era sólo un plebeyo (hijo de notario) descreído o que al menos creyó en el poder del estudio, quizá inculcado por sus profesores jesuitas, para alcanzar la luz bulliciosa de la ilustración. No sin cierto irónico desdén Cioran escribe: “Las letras, como era de esperarse, proporcionarán la penosa ilustración ¿Qué escritor que goce de una cierta notoriedad no acaba por sufrir a causa de ella, por experimentar el malestar de ser conocido o comprendido, de generar un público, por restringido que sea?”.
   Voltaire se hizo notar más de lo debido y su público no fue para nada restringido y en verdad él hizo todo lo posible para hacerse de una corte de incondicionales a la par que de un nutrido grupo enemigos los cuales no tenían escrúpulo alguno de contratar vagos para que le dieran su merecido. Cierta vez uno de ellos miraba desde su carruaje como el sorprendido Voltaire era golpeado por dos gandules. Como los tipejos lo golpeanban en la cabeza el hombre salió del carruaje para gritarles: “En la cabeza no, no le peguen en la cabeza que de allí podría salir algo bueno”. 
Voltaire se labró con puntillosa obstinación su fama y sus escritos, o su presencia, no dejaban a nadie indiferente. Mientras muchos escritores se escondían tras un seudónimo él eligió uno para librar sus batallas, para voltearlo todo de cabeza consciente que semejante atrevimiento lo situaba en una posición limite. Lo hizo a sabiendas que su cuello estaba en juego. Voltaire no quería lectores, sino admiradores y aduladores que se convirtieran en propagadores de su inventivas, de sus aforismo y de su sarcasmo contra la iglesia. Buscaba, como los artistas de hoy que pululan en la farándula musical, fans enloquecidos que gritaran su nombre al pasar o que se aglomeran sólo para verlo.
   Como escritor Voltaire hurgó en todos los géneros: escritor de tragedias, autor filosófico, escritor de poemas, panfletista efectivo y tenaz, historiador, cuentista. No siempre daba en el blanco cuando escribía y así su teatro es postizo e insoportable, su ideas filosóficas tiene la profundidad de un charco en el hueco de una calle, en sus cuentos las ideas prevalecen por encima de los parámetros formales del género aunque todos coinciden en clasificar su cuento Cándido como una obra original y de gran trascendencia.
En lo personal prefiero sus Cartas filosóficas y su Diccionario Filosófico en los cuales encontramos ese estilo moderno de escritura en la que ningún tema es tabú. Estilo que se parece mucho al utilizado por algunos columnistas en los diarios actuales o en los blogs. Voltaire escribe con amenidad, humor y mucha imaginación creativa y eso le salva hoy día, eso le hace leíble y hoy todavía conserva una frescura inusual a pesar del tiempo transcurrido.
En los muchos retratos y pinturas que se conservan aparece con una exuberantemente peluca, pero el escultor Jean-Antoine Houdon le hizo una escultura donde aparece sin afeites y con avanzada edad. Voltaire detestaba dicha obra ya que lo presentaba como una especie de vieja cascarrabias. Tenía ochenta y cuatro años. Para todos no era el hijo del notario algo revoltoso, sino un símbolo de luz, un contrincante a favor de la justicia y de ese sentido universal de lo humano. Savater ha escrito: «¿Dónde está el secreto de su profundo, innegable y perdurable encanto? En el jubilo permanente de su agresividad jubilosa, en su no saber ser aburrido ni siquiera cuando menos interesa, y en su felicidad para ser maligno con todo lo que ejerce de algún modo una desvalorización de la vida, sea el misticismo o la lucidez pesimista, sea la tiranía o la revolucionaria regeneración social».
Voltaire inició esa moda (uso la palabreja porque quizá al filósofo le hubiese parecido la más acertada) del escritor comprometido más que con una causa con la vida, con el hombre sometido y humillado por los dogmas, las creencias o esos hipócritas postulados morales; con el individuo atenazado en las arbitrariedades del poder político y la justicia.
Con Voltaire el escritor dejó de ser un petimetre, un bufón en la mesa de los poderosos para devenir en un iconoclasta a tiempo completo, en un activista revoltoso  desmesurado, pasional, frívolo a veces, pero profundamente jovial y vital sin tratar de adoctrinar o convencer y por supuesto sin dejarse convencer por nada.