Pasión por Pitol
“Otra regla, la definitiva: jamás confundir redacción con
escritura.
La redacción no tiende a intensificar la vida; la escritura tiene
como finalidad esa tarea”.
Sergio Pitol
Tengo varias ediciones de “Pasión por la trama”
de Sergio Pitol que condensa algunos ensayos
referidos a libros y escritores
con esa coherencia aleatoria, que atiende más a su gusto de lector que a un
enfoque planificado y profesoral. Esto es uno de los atractivos del libro. Otro
es la limpieza/agudeza de su estilo el cual escudriña a los libros o a
determinados autores por esa florida periferia entre el cuento y la
investigación amorosa.
caricatura de Pitol/ Carlos Yusti |
En su libro “El Mago de Viena” Pitol escribe:
“Un libro leído en distintas épocas se transforma en varios libros. Ninguna
lectura se asemeja a las anteriores. Al descubrir, como en el caso de Papini u
otros más, que esa escritura nada tenía que ver con nuestras preocupaciones o
nuestros sueños, que nos resulta átona y hueca, deducimos que debió haberse
impuesto sólo por circunstancias morales, religiosas, políticas de la época, y
bastó que cambiaran las condiciones sociales para descubrir que estaba
desprovista de forma, destinada irremediablemente a perderse en el vacío”. Algo
similar me sucedió con “El lobo estepario” de Hesse, el cual leí en mi juventud
y me resultó un libro cautivante, inesperado y peligroso. Con los años, leído
en etapas sucesivas me ha resultado postizo una especie de pastiche
nietzscheano pesimamente regurgitado. Pitol en los ensayos de “Pasión por la
trama” deja entrever las relecturas de sus libros y autores predilectos y no
por azar ha escrito: “Releer a un gran autor nos enseña todo lo que hemos
perdido la vez que lo descubrimos. ¿Quién no se ha sentido traspasado al leer
en la adolescencia El proceso, Los hermanos Kalamazoo, El Alepo, Residencia en
la tierra, Las ilusiones perdidas, Grandes esperanzas, Al faro, La Celestina o
El Quijote? Un mundo nuevo se abría ante nosotros. Cerrábamos el libro
aturdidos, internamente transformados, odiando la cotidianidad de nuestras
vidas. Éramos otros, querríamos ser Aloca y temíamos acabar como el pobre
Gregorio Sansa. Y sin embargo, años después, al revisitar alguna de esas obras
nos parecía no haberlo leído, nos encontrábamos con otros enigmas, otra
cadencia, otros prodigios. Era otro libro”.
Otros libros que me interesan (y que recopilan
algunos escritos ensayísticos de Pitol) son “El mago de Viena” y “Soñar la
realidad”, la cual es una antología personal preparada por el propio escritor.
En cada libro hay temas e incluso textos que son los mismos sin variaciones y a
pesar de eso son libros que tienen alguna semejanza, pero son a la larga
diferentes por la manera en la cual se organizan los temas. En todos se
encuentra latente el eje fundamental: la relectura.
Pitol vuelve a esos libros que estremecieron,
en su etapa juvenil, el esqueleto de su alma. Hay en estas relecturas como dos
propósitos nítidamente detectables. El primero es un nuevo acercamiento a esos
libros y autores que perfilaron de alguna manera su gusto lector, que lo
sacaron de su mundanal (o bostezante) cotidianidad y lo acercaron a ese mundo duradero
de la imaginación y las palabras, de la escritura como ficción y como arte. El
segundo propósito, más personal e intimo y ya metido en la piel del escritor de
ficciones, es la de escudriñar (detrás
de bastidores) sobre los mecanismos del trabajo con las palabras, de familiarizarse,
y familiarizar al lector, con los secretos/trucos de algunos estilos
literarios, de aprehender esa magia para electrizar al lector que tiene la
escritura. Por ese motivo asume la
relectura como una forma nueva para descubrir libros y autores con una visión
más de bisturí y menos de apaionamiento hormonal.
Leyendo los “ensayos” de “Pasión por la trama”
uno como lector descubre que no es la escritura la que cambia o que el estilo
de algunos autores se enmohece, no, lo que parece transmutarse son las
circunstancias en que los lectores efectúan la lectura. Hay escrituras que
envejecen mal y son golpeadas por los cambios que sufre el mundo a cada tanto.
De igual modo hay lectores que se inician con el pie equivocado en la lectura.
Todo esto tiene que incidir en cualquier libro. Cada época crea sus lectores
respectivos y estos van decapitando, a su paso, a los paladines literarios del
momento y coronando a veces a esos desapercibidos outsiders de la literatura y por esa razón Pitol escribe: “En
ciertas circunstancias la decapitación de una gloria literaria se ve refrendada
por los lectores que la veneraban pocos años atrás, no sólo en su país y en su
idioma, sino en el mundo entero, lo que no deja de ser otra rareza. En mi
adolescencia Aludos Hule era una eminencia internacional, Contrapunto y, sobre
todo, el profético Un mundo feliz se leían con pasión. El mero nombre de Hule
llegó a significar la exigencia estética más rigurosa. Era también un paladín
de la libertad, aunque su prédica poseía tal soberbia que lo hacía parecer un
personaje de la Contrarreforma que impusiera la democracia. Llegó hasta hacernos
dudar de las virtudes literarias de Charles Dickens, a quien trataba con
desprecio inaudito, al grado de considerar La tienda de antigüedades como la
más plañidera y deplorable novela rosa del mundo; combatió la poesía de Edgar
Allan Poe, a quien consideraba un versificador de medio pelo, vulgar y
efectista. Hoy día el nombre de Hule se ha eclipsado, pertenece más bien a la
historia literaria, pero en la literatura viva su lugar es modesto. Dickens y
Poe, en cambio, continúan su fascinante marcha hacia las estrellas”.
Con respecto al ensayo tan característico en
Pitol se puede coincidir con Maricruz Castro Ricardo, quien escribe que su
estilo va a contracorriente con ese estilo especializado y soporífero del
crítico literario: “No concede en cuanto al rigor de su propia escritura, pero
la mezcla de la anécdota culta con la información sobre los libros y sus
autores, el relato de las tramas, la configuración de los personajes sobre los
que se habla como seres que reflejan una realidad y un mundo concretos perfilan
a un lector interesado, aunque no necesariamente docto en temas de la
literatura universal”. Esta frescura que mezcla relato, información, fábula,
intriga es quizás lo mejor que tienen sus ensayos y a la par de todo esto va
intentando comprender entrelíneas los pormenores de la creación literaria sin
prejuicio profesoral y atendiendo más al gusto, siempre caprichoso, serpenteante
e interesado.
Pitol no es el ensayista literario tradicional,
aunque el haga lo posible por parecerlo, ya que se interesa por la trama traspapelada
con esa trama desquiciante de la historia, tanto la menuda de todos los días
como esa que registran los historiadores.
En el texto
¿Un Ars. Poética?, dedicado al narrador venezolano Enodio Quintero, aspira
dilucidar sobre su arte como novelista,
hay un apartado que puede aplicarse a su escritura ensayística: “Cada
autor, a fin de cuentas, ha de crear su propia poética, a menos que se conforme
con ser el súcubo o el acólito de un maestro. Cada uno constituirá, o tal vez
sea mejor decir encontrará, la forma que su escritura requiere, ya que sin la
existencia de una forma no hay narrativa posible. Y a esa forma, el hipotético
creador habrá de llegar guiado por su propio instinto”.
Sergio Pitol nunca confundió creación literaria
con redacción y con su escritura buscó ese genio, feroz y burlón, que se oculta
detrás de las palabras. Trató de darle una modulación distinta al lenguaje para
imprimirle magia a la letra, a la oración, a la frase, al párrafo; de acomodar
las palabras de tal manera que fuesen un viento de estremecimiento para el
lector, de ese mismo estremecimiento que él sintió cuando leía a los grandes de
la literatura amparado por la soledad y la juventud, abrigado por esa sed de
belleza e imaginación que sólo las palabras, organizadas con precisión de jornalero
y albañil, pueden ofrecer. Enrique Vilas-Mata no se equivocó cuando le llamó el
maestro perfecto.