LOS LIBROS ROBADOS


Un lugar comĂșn pontifica que es un tonto quien presta un libro, pero es doblemente tonto el que lo devuelve. ComodĂ­n verbal para justificar el robo descarado de libros. Robar libros es una prĂĄctica, esta tiene sus niveles y matices, habitual de los amantes crĂłnicos de la lectura. En ocasiones se convierte en una patologĂ­a incontrolable (digna mĂĄs del divĂĄn psiquiĂĄtrico que de la cĂĄrcel) que afecta/infecta a bibliĂłfilos y libreros.

Las hipĂłtesis embozadas en torno a esa acciĂłn banal de robar libros son variadas y muchas poseen costuras freudianas realmente espeluznantes. En mi caso personal, que me es bastante familiar y he seguido muy de cerca, robĂ© libros en mi adolescencia debido a la pobreza familiar. En la casa escaseaba el dinero. ParecĂ­amos gitanos. De todas las habitaciones y casas en las que vivĂ­amos alquilados nos echaban. A duras penas cursaba el bachillerato y como vivĂ­a a tiempo completo en las bibliotecas pĂșblicas me aficionĂ© a la lectura. Como era visitante constante de la biblioteca tuve como norma jamĂĄs robar allĂ­. De alguna manera sentĂ­a que esos libros eran de mi propiedad. Por ese motivo nunca le robĂ© libros ni a las bibliotecas pĂșblicas ni a los amigos. Las librerĂ­as eran mi fuente de abastecimiento principal.

Robar libros era sencillo lo difĂ­cil era justificar el libro ante mis padres. En mi casa escaseaba la comida, el dinero, la ropa y los lujos, pero sobraba la honestidad. Un libro era un lujo muy difĂ­cil de esconder. Cuando mis padres me interrogaban sobre la procedencia de algĂșn libro. Cambiaba el tema y si insistĂ­an mucho decĂ­a que un compañero de clase me lo habĂ­a prestado o que la maestra me l o habĂ­a regalado. Si me descubrĂ­an me esperaba una soberana paliza con un cinturĂłn de cuero.

LleguĂ© al robo de libros por mi incontrolable afĂĄn por la lectura. ComencĂ© leyendo los libros de la biblioteca. AsĂ­ pasĂ© algunos años leyendo a los clĂĄsicos. Luego llegĂł un momento en la que los libros de la biblioteca ya no satisfacĂ­an mi curiosidad que apuntaba ya a autores contemporĂĄneos y por ende a libros recientes. Pero esta compulsiĂłn por leer me asustaba. AdemĂĄs tambiĂ©n estaba la queja recriminatoria de mi madre cuando me quedaba leyendo hasta altas horas en la noche: “Deja de leer tanto que te vas a volver loco”. Pero de este miedo a la locura me curĂł la lectura misma. LeĂ­ el Quijote y supe enseguida que la locura del famĂ©lico hidalgo era creativa, imaginativa y a contracorriente. Una locura asĂ­ bien vale el riesgo. TambiĂ©n el cuento de Onetti sobre el escritor Somerset Maugham. Narra Onetti que en una oportunidad Maugham, en uno de sus viajes a la India, cierta noche quedĂł varado en una remota estaciĂłn de ferrocarril. DescubriĂł con terror que sus maletas se habĂ­an quedado en otro tren que tardarĂ­a varias horas en llegar. No quedaba otra que esperar. Su preocupaciĂłn por el equipaje no era por sus objetos personales, sino por los libros dispuestos para su viaje. El escritor hizo una exhaustiva revisiĂłn de sus bolsillos leyĂł sus documentos y algunas cartas una y otra vez. Sin mĂĄs nada que leer tuvo que conformarse con la guĂ­a telefĂłnica de aquel remoto lugar. AsĂ­ pasĂł horas. LeyĂł repetida veces nombres apenas comprensibles hasta que por fin llegĂł el tren con su equipaje. Luego se quejĂł de que el pueblo tuviese tan pocos habitantes. Hechos asĂ­ me decidieron a no tener escrĂșpulos ni prejuicios al momento de leer.


"Penumbra y lectura", Enriqueta Kleinman
Oleo sobre lienzo. Con mi amigo fotĂłgrafo Yuri Valecillo realicĂ© algunos robos irracionales. Por esos dĂ­as de mi adolescencia conocĂ­ a Yuri, indiscutible buscavidas, mitĂłmano y excelente artista con la cĂĄmara. Éramos opuestos en todo. Mientras Yuri era locuaz, pillo redomado, alborotado, abstemio, pendenciero y rojillo yo era lo que se dice un taciturno a media marcha, un observador silencioso, aficionado a la bebida y petulante. Nos hicimos grandes amigos por esa aficiĂłn de leer libros. De padres comunistas Yuri, tenĂ­a una buena biblioteca donde sobraban aquellos con tĂ­tulos marxistas. Intercambiamos experiencias lectoras. AsĂ­ comencĂ© yo a leer a los clĂĄsicos comunistas y Ă©l se introdujo en los clĂĄsicos de la literatura.
Cuando robĂĄbamos libros juntos no tenĂ­amos un plan preconcebido. SĂłlo entrĂĄbamos a cualquier librerĂ­a y cada cual se servĂ­a de lo que mĂĄs le apetecĂ­a, o de lo que estaba mĂĄs fĂĄcil de esquilar. Como siempre andĂĄbamos corto de dinero y leer libros no alimenta nos ingeniĂĄbamos para comer. ComprĂĄbamos el periĂłdico y revisĂĄbamos los obituarios. Si algĂșn chivo grande, algĂșn megaterio del dinero, se habĂ­a marchado al otro barrio hacĂ­amos acto de presencia en la lujosa funeraria donde lo velaban. Lo Ășnico malo de esto era que nos topĂĄbamos con la valencianidad encopetada y de gafas oscuras. Compungidos hasta las lagrimas dĂĄbamos el sentido pĂ©same a los deudos, los cuales absorbidos por la pena poco reparaban en nosotros. Le echĂĄbamos un vistazo al ataĂșd y luego sin prisa y con sutileza nos colocĂĄbamos cerca de las mesas con las viandas. Un mesonero nos servĂ­a con pulcritud y diligencia. HabĂ­a jugo, cafĂ©, pastelistos, tequeños y una buena variedad de bocadillos dignos de nuestra hambre juvenil y canina.

Bueno a lo que iba. En una oportunidad Yuri y yo entramos a una librerĂ­a. En uno de los mostradores laterales habĂ­a libros apilados de mayor a menor. Álgebras y otros libros tĂ©cnicos, de un grosor considerable, se entremezclaban con obras de Rimbaud, Henry Miller, Sade, etc. Enseguida nos percatamos que sĂłlo habĂ­a un dependiente. Yuri apenas me hizo una seña que entendĂ­ de inmediato. Le saque lata al vendedor mientras Yuri birlaba los libros de literatura. Pero algo no estaba bien. No nos percatamos que la pequeña montaña de libros estaba toda unida por un cordĂłn fino de nylon. Nueva seña de Yuri. PedĂ­ un libro al dependiente; este se introdujo entre los estantes. En esa fracciĂłn de segundos Yuri tomĂł todo el lote del mostrador (12 o 14 libros) y saliĂł por la puerta principal. TambiĂ©n me apresurĂ© en salir. Estaba asustado y sorprendido. Eso ya no era robar libros, sino vandalismo puro. AĂșn sorprendidos por semejante audacia repartimos el botĂ­n y los libracos tĂ©cnicos los donamos a la biblioteca pĂșblica.

Mi pasiĂłn por los libros sigue intacta. Pero mis dĂ­as de bandolero han quedado atrĂĄs. AndrĂ©s Trapiello ha escrito: “El planeta de los libros, para usar la expresiĂłn que Cabañete aplicĂł al mundo de los toros, estĂĄ formado por libreros, por bibliĂłfilos y por ladrones de libros. Es una sociedad, un sistema dirĂ­amos, que ha logrado un raro equilibrio”.

No sé, pero estoy convencido que todos los actos involucrados con la literatura no ocurren por azar, todos forman parte de ese tejido extraordinario de la palabra escrita. Y asevero esto debido a que, por avatares del destino, estuve varios años como director de biblioteca. Zamuro cuidando carne, dice el adagio popular.

Aunque mantenĂ­a, junto con el personal, una estricta vigilancia los libros eran robados. Las auxiliares se quejaban y yo sĂłlo las consolaba diciĂ©ndoles: “Es mejor que se roben los libros y no que deterioren por el polvo, la falta de uso y el olvido”. En una oportunidad lograron capturar in fraganti a un ladrĂłn de libros. Era un estudiante de bachillerato, con esa luz de vida y sueños en los ojos que yo mismo tuve alguna vez cuando tenĂ­a esa edad y ese tamaño. AdemĂĄs el libro que hurtĂł era un delgado libro de poemas. Lo primero que pensĂ© fue: “Si alguien tiene deseos de leer poesĂ­a el mundo no estĂĄ tan perdido como parece”. No fui capaz de sermĂłn alguno, ademĂĄs se dan buenos concejos cuando ya no se pueden dar malos ejemplos. AsĂ­ que hablamos sobre literatura. Tuvimos largo rato hablando de libros y poesĂ­a. Me confesĂł que el libro que se llevaba(una antologĂ­a de poemas de Fernando Pessoa) lo habĂ­a leĂ­do varias veces, pero que deseaba tenerlo. Convenimos entonces que yo le regalaba el libro, pero que desde ahora se convertirĂ­a en un guardiĂĄn de los libros. El joven estudiante siguiĂł asistiendo a la biblioteca con mĂĄs regularidad que antes. Le recomendĂ© algunas lecturas e incluso le regalĂ© algunos libros de los que donaban. Luego recibiĂł un diploma por ser un lector destacado, solidario y consecuente.

Arteliteral

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