Capote a pesar de los ladridos
Uno de los libros de Truman Capote que recopila sus artículos periodísticos, crónicas y algunos de sus ensayos se titula “Los perros ladran” . En el prólogo explica como surgió el título. Al parecer se encontraba en Sicilia en plena primavera conversando con “un hombre muy viejo de rasgos mongólicos” que no era otro que André Gide. El cartero que pasaba por allí lo reconoció y le llevó la correspondecia. En una de las cartas venía el recorte de un periódico con una crítica que no favorecía en nada a Capote. Enseguida se molestó y comenzó a despotricar de los críticos o como él mismo escribió: “Tras oir mis quejas acerca del texto, y de la malsana naturaleza de los críticos en general, el gran maestro francés se encorvó, bajó los hombres como un viejo sabio…¿digamos buitre?, y dijo: ‘Bah. Recuerde el viejo proverbio árabe: Los perros ladran, pero la caravana avanza’.” A pesar de su maestría estelística nunca fue considerado un autor destacado e importante y casi nunca se le incluyó en el ranking de los grandes de la literatura norteamericana. Quizá lo tuvieron como un autor subido en la noria de la feria de vanidades del mundillo intelectual, su vida tenía ese sabor inconfudible de show circence. Lo escrito por Rodrigo Fresán nivela cualquier conjetura al respecto: “Entre las muchas cosas terribles que le pueden suceder a un escritor hay dos particularmente espeluznantes y de las que —viaje de ida sin billete de vuelta— no hay recuperación posible: una es dejar de ser persona para convertirse en personaje de la propia obra; la otra es sentir que la propia vida es la mejor obra posible y que entonces ya no tiene mucho sentido seguir escribiendo. A Truman Capote le sucedieron esas dos cosas. Y después se murió”. Capote terminó como personaje, pero la obra en la que actuaba no fue una comedia ligera, más bien fue una tragedia con fogonazos de humor mordaz. Quiso ser un escritor de fuelle, un creador de indiscutibles aportes, pero el personaje le fue ganando la batalla. Además después de escribir “A sangre fría”, su obra magna, algo se quebró dentro de él, algo en su ser más íntimo se rompió en muchos pedazos y ya no pudo unir las partes para acometer otra obra de evergadura. Al final las ganas de escribir fueron sustituidas por los vicios de siempre: alcohol, drogras, sexo, etc. Se convirtió poco a poco en un ser autodestructivo y depresivo, escribía por inercia y como buscando un respiro de tanta asfixia mundana. Hay un hecho en su vida que parece clave. En una oportunidad el escritor japonés Yukio Mishima visitó Nueva York y Truman Capote compartió con él varias días con sus noches. Capote organizó una fiesta con Geishas genuinas y travestis de pronóstico reservado. Mishima estaba eufórico. A Capote le daba un poco de miedo y enseguida supo que era un ser peligriso para sí mismo y los demás. Capote vio en sus ojos una sombra de lo siniestro escribiendo su destino. Pero la sorpresa de Capote sería mayúscula cuando al despedirlo el escritor japonés le dijo: “Nosotros somos como almas gemelas, en el fondo, muy en el fondo somos iguales”. Aquellas palabras del escritor japonés le inquietaron y le sorprendieron. Capote se consideró siempre un niño terrible, pero apegado al hedonismo y a un amor desmedido por la vida y todos sus placeres. Mishima se suicidó de la forma más sangrienta posible: Se hizo seppuku, que es algo así como un suicidio de honor que consiste en abrise el vientre, de izquierda a derecha con con una pequeña y filosa daga. Por su parte Capote un día de agosto del año 1984, llenó sus vísceras con güisqui y diferentes fármacos para esperar con lentitud esa luz límpida, quizá la misma luz que a su modo Mishima buscó siempre. Para Capote escritor la escritura estuvo más cercana a la tortura y la autoflagelación. Siempre se quejó de la tiranía de la escritura. Las pocas páginas de lo que sería su última novela (“Plegarias atendidas”) fueron un suplicio. El Capote personaje gozaba con la fama del escritor, además su abierta homosexualidad, su personalidad desinhibida, su filosa lengua, su mordaz inteligencia y su disposición de terapista para escuchar con paciencia a cualquier alma desdichada le abrieron las puertas en todos lados. Sin mencionar que era un organizador de fiestas de estruendoso Glamour . Los ricos y famosos del cine se disputaban su compañía. Al Capote personaje todo ese mundo de oro real y sentimiento falso le subyugaba. En cambio para el escritor todos sus conocidos y amigos no eran más que seres irreales, criaturas vaporosas que el capturaba en su red de palabras. Sus semblanzas y retratos poseen la fuerza de un chisme aderezado con metáforas insuperables, esa fue sin duda su magia: dominar las palabras a tal punto de crear con ellas un visión del mundo mordaz, poético sin caer el patetismo ni en ese barroco malabarismo de la literatura tratando de escamotearlo todo. A pesar de los ninguneos y de los ladridos es hoy un escritor es mayúscula, tuvo suficiente cabeza para crear páginas memorables y esta frase podría definirlo a la perfección: “Antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes”.

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