El idioma en la calle

El idioma en la calle

Carlos Yusti
   El lenguaje es una entidad que se transforma cada día, a pesar del denodado esfuerzo realizado por los académicos de la lengua para tranquilizarlo, alexotanilizarlo y ahormarlo en esos poco prácticos mamotretos, que llaman con suntuosidad, Diccionario de la Real Academia. Lo indiscutible es que el lenguaje parece más una putona primaveral, arisca y callejera, que una señora recatada, hogareña y sumisa. El idioma en la calle se revitaliza, se rejuvenece. Vibra al ritmo de la jerga tórrida, del habla pisoteada desde la humorada y la ignorancia, del castellano empujado hacia un sentido práctico donde el léxico, entre la sátira y la creación permanente, deja el docto rigor y va así ensanchando más y más las márgenes del castellano. En una novela de Perec, “La vida instrucciones de uso”, hay un personaje cuyo trabajo consiste en eliminar de los diccionarios palabras que han caído en desuso. La vida de este personaje se consume en el traslado de palabras muertas al cementerio del olvido en una selección trágica-cómica. Por eso cada cual habla como puede tratando de salir del cementerio en la que a veces se convierten algunas las palabras. Cada cual inventa sus modismos, su glosario personalísimo tratando de sentirse vivo a través del comercio del habla, del trapicheo de las palabras hasta llegar a colectivizar una jerga, lírica e insumisa, a la que le tienen sin cuidado las normas y las reglas académicas de la lengua.
   La gente en cada ghetto (sea político, cultural, carcelario, económico, marginal, informático, etc.) va creando su nave lexicológica particular y así viaja en exclusiva por su propio universo lingüístico, creando un puente privativo de vocablos que encuentra a su vez resonancias, o su otra orilla, en otros pequeños grupos que dominan similar terminología. De un ghetto a otro la comunicación es en ocasiones un tanto complicada, no obstante cada cual va a lo suyo guiado por su propio instinto lingüístico y por el glosario de los demás. Intercambiamos palabras unos con otros enriqueciendo así nuestra representativa forma de expresarnos y he allí lo grandioso del habla: la conexión y comunión del hombre a través de sus expresiones filológicas.
   En la calle el lenguaje sufre insospechadas metamorfosis, cambios entre lo metafórico y lo espurio. En ocasiones hay palabras, giros idiomáticos, frases que contienen una carga poética bastante festiva: “Mi cielo, canción que me toques yo la bailo”, “Eres la burra que más patea en el corral de mi corazón”, “Contigo bailo el Himno Nacional como si fuera un bolero”.
    En otras ocasiones las frases tienen como raíz refranes caídos en desuso que se actualizan cambiándole algunas palabras: “Pelo e’ cuca jala más que guaya de teleférico”. En dicha frase la guaya sustituye a la yunta de bueyes. Muchas frases, especie de muletillas, rayan en la escatología y el mal gusto:

“Mi sentido pésame de la cintura pa’ abajo”.
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“Siento un bulto y no voy para la escuela”
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“Doña, le cambio mi lavadora por su hija”.
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Hay frases de todo tipo. Hay palabras como dardos certeros. Se escriben en las paredes, viajan en los microbuses:
“De su cultura dependen los machetazos”.
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“Cambio una de treinta por dos de quince”.
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“El comemuslo me ayuda con el alquiler”.
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“Los hombres son como los espermatozoides, sólo sirve uno en un millón”.
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“Si tus manos son paletas y tus dedos son pintura, pinta el CDTM y no rayes las paredes”.
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“Si estudiar da frutos, que estudien los árboles”
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   Las voces van y vienen con una carga de ironía soterrada, con un guiño juguetón, pero impecable e implacable van construyendo el argot pútrido de las aceras, de las esquinas llenas de orín y basura. Indiscutible poética del zoo urbano que echa pie por la ciudad salvándose por las palabras que se inventa y que lo inventan. Si a un establecimiento llega un hombre con voz rara y de movimientos telarañosos habrá alguno que dirá en voz baja: “Sembré limón y me cayó parchita”. Si pasa una mujer con un exuberante “pompis” de seguro escuchará: “Si así es la cola ¿cómo será la película?”. Cuando hay un negocio en ciernes de seguro oirá: “Estas resuelto, te vas a meter una boloña”. Si alguien se alegra hasta la euforia en una fiesta de seguro dirán: “¿Quién le dio ron al amigo?” o “Este ya está como Popy”. A una persona fastidiosa se le llama “ladilla” y a la que es en extremo fastidiosa se le dice entonces “lala”, es decir “la ladilla de la ladilla”.
   Muchas expresiones pasan por el tamiz de la creatividad intuitiva: “Este muñeco se va para otra juguetería”, “No hay mujer fea, sino falta de ron”, “Éramos muchos y parió la abuela”. Angel Rosenblat escribió: “El habla de una colectividad no es sólo un modo de comunicación exterior, sino un mundo interno, creado a través de todas las vicisitudes históricas, por la actividad espiritual de esa colectividad. El hombre hace la lengua y la lengua hace al hombre. Es indudable que a través de ese juego complejo de conservación e innovación de usos del lenguaje se puede penetrar en algunos aspectos del alma venezolana, creadora o modeladora de esos usos.” Ese idioma creado en Castilla hace siglos todavía sigue su proceso de expansión. Se estima que para el año 2.000 habrá cuatrocientos millardos de personas que hablaran el castellano y otros cincuenta millones que emplearan una mezcla de castellano con otras lenguas. Este crecimiento, que parece no tener freno, se debe quizá a la riqueza que posee el castellano, a su flexibilidad y sobre todo a su enorme eslasticidad lírica poco frecuente en otros idiomas.
    Se repite con insistencia que la patria para un escritor es el lenguaje y, en cierta medida, lo es debido a que, a partir de esa patria hecha de palabras y sonidos, puede tomar cuerpo esa otra patria física, donde los politicastros de oficio elevan sus voces, siembran sus discursos y sus arengas demagógicas de bienestar. Por ese motivo la tarea del escritor es hacer todo lo que esté a su alcance para que la patria del lenguaje (verbal y física) no se petrifique en refranes, en frases hechas y en los nunca bien ponderados lugares comunes. Es responsabilidad del escritor, como escribiera Rosenblat, “mantener el lenguaje en la plenitud y belleza de sus medios expresivos”. Su humilde misión es la de dotar al lenguaje de nervios y metáforas, de alma y poesía para que esa patria física de todos los días se enriquezca y no se pierda en esos pomposos discursos que buscan el consenso de lo unánime y lo homogéneo sin crítica alguna. Más que lo coincidente, el escritor busca las diferencias, busca lo desigual, lo plural como forma de vida. Más que el texto bien escrito el escritor intenta, a través de sus creaciones literarias, que la vida sea un texto para lo hermoso y lo imperecedero. Nos vidrio.

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