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martes, 26 de marzo de 2013

Postal de un poeta a la orilla del río


Postal de un poeta a la orilla del río
(a propósito de Luis García Morales)






En nuestro intercambio verbal de todos los días (y no hay que ser un lingüista versado para constatarlo) las palabras poseen una innegable carga de superficialidad y, sometidas a las mutilaciones/degradaciones respectivas, son apenas instrumentos superfluos para comunicarnos. El poeta, o lo que los críticos de academia denominan “creador de literatura”, con esas mismas palabras va a nombrar el mundo desde un enfoque e intensidad especial, donde la expresividad tiene la función menos bizarra que la de informar, y no sin cierto reclamo irónico un gran teórico de la literatura llamado George Steiner escribió que “siempre hay maneras más sencillas de decir las cosas que la del poeta”.
Cuando las palabras de siempre son sometidas a la percepción estética del poeta, el silencio pierde su majestad debido a ese famoso proverbio árabe: “No digas (escribas) nada que no sea más bello que el silencio”.
El poeta (grande o pequeño) preocupado por su arte es antes que nada un sutil artesano del lenguaje, es menos una vedette pública (ansiosa de reconocimiento o de puestos académicos) y más un trabajador riguroso de las palabras.
Esto sin duda podrá resultar baladí, pero los poetas que escriben algo trascendente son aquellos que se esmeran con el lenguaje tratando de escapar de lo manido, intentando darle a las palabras un orden inédito, un ritmo emocional diferente en un mundo que ha hecho del flujo de información el eje fundamental de la vida; información tan ecléctica y antipoética que es perfectamente prescindible y desechable a los pocos momentos de ser emitida y consumida. Las grandes verdades de nuestra espiritualidad siguen leyéndose entrelíneas en los poemas y en las novelas; las visiones que ofrecen de la vida todavía están cargadas de una inigualable intensidad y de una validez perdurable.
El poeta se esmera con el lenguaje para no caer en el tópico y el poema es una manera de pensar la escritura, pero es al mismo tiempo una manera de ordenar su pensamiento en concordancia con su sensibilidad. No sin gran acierto Eugenio Montejo escribió: “Un poeta emprende la recreación del universo con la música y la turbación de su propio pensamiento”.
El poema aparte de palabras en situación estética especial es también tiempo, memoria y existencia atemporal. Si uno quiere indagar en la vida de los poetas sólo hay que leer sus poemas, penetrar esa intrincada selva de tiempo y sensaciones, de emocionalidad traspapelada con las vicisitudes menudas de la existencia, con todo eso que nos rodea en ese lento crujir de los días. Cada poeta nos enseña a palpar la vida desde la belleza nítida de la metáfora. El poeta no es más que ese oficiante de la belleza a través de las palabras.
Luis García Morales es un oficiante consecuente de ese abc del espíritu, es uno de esos poetas escurridizos y cuyo buen desempeño poético ha otorgado a las palabras una límpida precisión. Los poemas de García Morales siempre son el reflejo de algo, de esa introspección que hurga en la vida, en el paisaje, en la existencia como soñada, pero mejorada desde la sensibilidad metafórica:
Cada sombra tiene su sombra desde la infancia
Y cambia sus espejos a la caída del sol
Cada espejo ata mis pies a senderos invisibles
El estiércol resucita en mis manos
Mi valle descosido gime entonces bajo la lluvia
Pero mi cuerpo es la evidencia de una isla
                           Despedazada
                           Con memoria
¿Cómo se logra llegar al hueso de algo así? ¿Cómo se consigue, además, que lo simbólico tenga el don fulminante de una revelación? ¿Dónde empieza la literatura, en qué lugar el sueño y la realidad tiene algún peso cuando pasa por el cedazo de un arte poética particular?
Es necesario admitir que la poesía de Luis García Morales posee esa tenue tonalidad de la escritura sin estridencia, de esa poesía que en silencio socava esa realidad donde lo literario tiene su espacio y en la cual el poeta parece sólo esa urgencia de la vigilia sin tiempo:
Lo escrito ya no es futuro
Sino centella
Lo inminente
Ahora es un tenue recuerdo
De acciones olvidadas
La ruta que sigue la poesía de Luis García Morales es esquiva, incierta, pero el producto de esta ruta son unos pocos poemas con esas inequívocas intenciones de ver el destino como un espejo de agua, como un reflejo deforme en ese otro río que es el lenguaje:
VI
La lucha del sonido por dejar el silencio
La lucha del granito por parecerse al agua
El agua es el tigre que se deshace en el cielo cantando
En el cielo de la palabra hay un ángel
            En todo ángel un animal palpita
El celaje del pez despierta en la memoria del pájaro
¿Soy acaso este cuerpo de ahora
O ese río de ayer que me habita
            El río, el río siempre?
En un ensayo que le dedica Luis García Morales a otro gran poeta como lo es Vicente Gerbasi hay una frase que nunca me abandona y que resume ese canon de perdurabilidad por la palabra poética, una frase certera e iluminada que expresa: “Pasan los hombres pero el hombre perdura”. Pasan los poetas, pero la poesía perdura como testimonio de un fluir constante entre la magia de la palabra poética y el silencio, entre el paisaje como impronta y revelación. No es casualidad que el poeta Néstor Rojas escriba: “Luis García Morales es uno de esos poetas demiurgos que nos reconcilian con la Palabra, que nos devuelven la fe en lo sagrado. Su poesía, siempre intensa y reveladora, tan resplandeciente, nos reúne en el ámbito de lo trascendente: en el espacio-útero (el río) donde alcanzamos la iluminación interior y nos encontramos, otra vez, con aquello que se ha desvanecido, con lo que creíamos muerto: el Paraíso”. En otro fragmento del referido texto a Gerbasi hay una frase reveladora: “Las fulguraciones del paisaje, sus colores, sus penumbras, responden a los signos del paisaje interior”. Paisaje interior que en la poesía del propio Luis García Morales adquiere una musicalidad serena y en la cual el río deja de ser una evocación para convertirse en una desnuda reflexión que trata de reordenar esos fragmentos de lo real donde el ser parece ajeno a la vida y en la cual el paisaje es un vínculo con esos instantes de existencia que fluye en jirones, en desgarrones, en un latido que trata de iluminar a pesar de la tiniebla:
El río siempre
A Adriano González León
Estoy solo a orillas del río
Me visita el terror secreto de la soledad
Hay un fantasma fijo que me habita y me habla
Soy cada vez más extraño a la vida
Soy cada vez más piedra de la herencia
La ciudad arde bajo un mereyal sombrío
La ciudad arde en una esmeralda de mi memoria
Entro a su sol y escucho su plegaria de granito
El niño que me acompaña escucha
        El gemido nocturno de sus muros
           Rociados con sangre de vaca
Estoy solo a orillas del río
Las aves tejen y entretejen el cielo
Las toninas soplan en los flancos de la marea
        Y en la vieja luz de mis huesos
Tanta mirada perdida
Tanta música desconsolada
         Brotando como flechas de la memoria
Estoy desprovisto de senderos
Llega un caballo conversando de hojas tiernas
Llega un friso troquelado en cuero de tambor
Llega un tigre que canta en lo alto de una mata
Me vuelvo lejos
Como si la historia nos estuviera soñando
Como si el día fuera sin término
Ante mí pasa una bala
Pasa la página de un libro
Pasa un camposanto
         Donde van despidiéndose
             Del ayer o del mañana
                  Mis amigos
Pasa una mariposa vestida de mi rostro
Me siento mal frente a este hielo
         Que se desdibuja
Frente a este humo
         Que se deshace y me transforma
Escribo la estrella y desaparece
Escribo el fantasma y es mi olvido
Escribo mi nombre
Y el agua pasa por encima
Lavando su tiniebla
         El río
         El río siempre
La influencia que la poesía de Luis García Morales ha ejercido sobre varias generaciones de poetas es innegable. El poeta Francisco Arévalo me comentaba que uno de sus libros le hacía un velado homenaje al poeta o, como él mismo escribió: “Para mí Luis García Morales es el poeta que mejor ha trabajado la metáfora que viene siendo nuestro Orinoco, tengo que confesar que uno de mis libros publicados (Más sobre el río) está influenciado por sus lecturas y sobre todo eso que tiene que ver con la construcción mágica de los poemas, y que además le dan cuerpo a una obra que ha quedado para siempre como patrimonio de esa serpiente fluvial que cada día arranca emociones en quienes la admiramos y a la cual le confesamos nuestros tropiezos. Es por eso que para el poeta Luis García Morales el río es siempre, al igual que lo es para mí”.
Es verdad lo escrito por Claudio Magris sobre que “el poeta existe tan sólo cuando sus palabras se han desprendido de él y se revierten en el mundo ofreciéndose libremente a cada quien que las hace propias, nombrando con ellas su propia vida, olvidando el vano nombre del autor y toda su caduca propiedad literaria. El poeta existe en los otros, en los lectores…”.
La poesía de Luis García Morales es prodigioso hallazgo para quien la lee, es memoria fija como una postal pegada en la pared del alma, como un mapa, una brújula para buscar esa metáfora imposible del yo dibujado en el devenir de los días, o como lo expresa el poeta con esa oscura y fluvial claridad:
Allí estoy en el vino de mí mismo
Buscando sol
Buscando la libertad de los pájaros
En la madera de mi cuerpo
Donde yace el acontecer de los días
Y se fija la noche en una sola estrella