Maneras de la brevedad
Carlos Yusti
Me
hubiese gustado denominar este escrito con cierta aura cortáziana, es decir
titularlo como “De la brevedad y sus alrededores” o algo parecido. El manoseado ensayo de Julio
Cortázar Del cuento breve y sus
alrededores ofrece algo de luz sobre la creación de relatos ya que el
escritor argentino va dejando ver las migas del camino recorrido por su propia práctica
como escritor de cuentos y hay un fragmento que vale la pena citar: “El génesis
del cuento y del poema es sin embargo el mismo, nace de un repentino
extrañamiento, de un desplazarse que altera el régimen “normal” de la conciencia; en un tiempo en que las etiquetas y los
géneros ceden a una estrepitosa bancarrota, no es inútil insistir en esta
afinidad que muchos encontrarán fantasiosa. Mi experiencia me dice que, de
alguna manera, un cuento breve como los que he tratado de caracterizar no tiene
una estructura de prosa. Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno
de mis relatos (o intentar la de otros autores, como alguna vez con Poe) he
sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos
valores que dan su carácter específico al poema y también al jazz: la tensión,
el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros pre-vistos,
esa libertad fatal que no admite alteración sin una pérdida irrestañable”.
Todo
esto me lleva directo a Ramos Sucre cuyos poemas tienen mucho de esa tensión
narrativa y viceversa. Lo que también me conduce a dos libros de Apolinar
González Hay soga en el lodo (Synaxis
Editorial 2014) y Ocho textículos en
cinco y lo inesperado (Synaxis
Editorial 2015). Estos libros convierten la brevedad del relato en el eje
vertebral, pero desde una óptica poética (en algunas oportunidades algo
retorcida) con un humor absurdo y la que lo religioso se deja colar como
parodia. Relatos breves (algunos brevísimos) que desgranan el absurdo cotidiano
desde el humor de pase negro y la risa nerviosa.
Otra
característica de los relatos de estos libros, aparte de sus coqueteos con la
poesía, es cierta atmosfera de lo grotesco. También está el juego textual y de
palabras. Apolinar González se preocupa en diagramar el texto, darle vuelo a
las palabras en la página, en organizarlas con un orden abusando de los puntos
suspensivos, de números, de letras que se repiten. Todo este caos, elaborado
con premeditación, le permite al lector ver el texto como un dibujo. Incluso en
uno de los relatos el lector encuentra la firma (en forma de huella) de un Bull
Terrier.
En
estos libros hay experimentación; pero no una experimentación para romper los
moldes del relato tradicional, sino más bien para buscar una manera más eficaz
al momento de asumir lo narrativo. Narrar sin pautas y como jugando. Que lo
narrado salte del libro e indague nuevos derroteros para que el lector entre en
la página como otro creador activo.
Augusto
Monterroso ha escrito: “Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela
más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en
que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y
hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen
libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto”. Esta observación (¿irónica?)
del autor del dinosaurio podría servir para tener en cuenta que el cuento
breve, o hiperbreve, tiene sus complicaciones de rigor, posee sus requiebros,
ciertas maneras y en Apolinar González las maneras tiende a la irreverencia
como golpe de efecto y a lo poético como hallazgo constructivo.
Lo
escrito por Alcides Izaguirre en el proemio del libro Hay soga en el lodo, es bastante exacto: “(…), Apolinar González
inscribe su escritura entre las fronteras de la narración y la poesía. El
discurso sugerente, simbólico, hermético y metafórico, lo acercan más al código
constreñido de la lírica que el de la ficción mimética de la realidad”.
Estos
dos libros de Apolinar González buscan proporcionarle al relato breve nuevos
soportes estructurales. Lo lírico son un ingrediente dosificado y en las cuales
el autor prescinde de algunas normas gramaticales para que el texto adquiera
cierta naturalidad y fluya sin mayores
contratiempos. En mucho textos elimina el punto y seguido y en otros abusa de
los puntos suspensivos y quizá esto sea baladí, pero demuestra un impulso de
leve experimentación, de juego para adentrarse en ese bituminoso mundo del
absurdo que teje y desteje el destino en ese instante en el cual literatura se
vuelve discurso/decurso de la vida, siempre terrible o grisácea sin no tiene
metáfora respectiva que la respalde y que la convierta en un discurso válido.