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viernes, 6 de noviembre de 2015

Maneras de la brevedad


Maneras de la brevedad

Carlos Yusti



Me hubiese gustado denominar este escrito con cierta aura cortáziana, es decir titularlo como “De la brevedad y sus alrededores” o algo parecido. El manoseado ensayo de Julio Cortázar Del cuento breve y sus alrededores ofrece algo de luz sobre la creación de relatos ya que el escritor argentino va dejando ver las migas del camino recorrido por su propia práctica como escritor de cuentos y hay un fragmento que vale la pena citar: “El génesis del cuento y del poema es sin embargo el mismo, nace de un repentino extrañamiento, de un desplazarse que altera el régimen “normal” de la conciencia; en un tiempo en que las etiquetas y los géneros ceden a una estrepitosa bancarrota, no es inútil insistir en esta afinidad que muchos encontrarán fantasiosa. Mi experiencia me dice que, de alguna manera, un cuento breve como los que he tratado de caracterizar no tiene una estructura de prosa. Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos (o intentar la de otros autores, como alguna vez con Poe) he sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos valores que dan su carácter específico al poema y también al jazz: la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros pre-vistos, esa libertad fatal que no admite alteración sin una pérdida irrestañable”.

Todo esto me lleva directo a Ramos Sucre cuyos poemas tienen mucho de esa tensión narrativa y viceversa. Lo que también me conduce a dos libros de Apolinar González Hay soga en el lodo (Synaxis Editorial 2014) y Ocho textículos en cinco y lo inesperado (Synaxis Editorial 2015). Estos libros convierten la brevedad del relato en el eje vertebral, pero desde una óptica poética (en algunas oportunidades algo retorcida) con un humor absurdo y la que lo religioso se deja colar como parodia. Relatos breves (algunos brevísimos) que desgranan el absurdo cotidiano desde el humor de pase negro y la risa nerviosa.


Otra característica de los relatos de estos libros, aparte de sus coqueteos con la poesía, es cierta atmosfera de lo grotesco. También está el juego textual y de palabras. Apolinar González se preocupa en diagramar el texto, darle vuelo a las palabras en la página, en organizarlas con un orden abusando de los puntos suspensivos, de números, de letras que se repiten. Todo este caos, elaborado con premeditación, le permite al lector ver el texto como un dibujo. Incluso en uno de los relatos el lector encuentra la firma (en forma de huella) de un Bull Terrier.

En estos libros hay experimentación; pero no una experimentación para romper los moldes del relato tradicional, sino más bien para buscar una manera más eficaz al momento de asumir lo narrativo. Narrar sin pautas y como jugando. Que lo narrado salte del libro e indague nuevos derroteros para que el lector entre en la página como otro creador activo.

Augusto Monterroso ha escrito: “Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto”. Esta observación (¿irónica?) del autor del dinosaurio podría servir para tener en cuenta que el cuento breve, o hiperbreve, tiene sus complicaciones de rigor, posee sus requiebros, ciertas maneras y en Apolinar González las maneras tiende a la irreverencia como golpe de efecto y a lo poético como hallazgo constructivo.

Lo escrito por Alcides Izaguirre en el proemio del libro Hay soga en el lodo, es bastante exacto: “(…), Apolinar González inscribe su escritura entre las fronteras de la narración y la poesía. El discurso sugerente, simbólico, hermético y metafórico, lo acercan más al código constreñido de la lírica que el de la ficción mimética de la realidad”. 

Estos dos libros de Apolinar González buscan proporcionarle al relato breve nuevos soportes estructurales. Lo lírico son un ingrediente dosificado y en las cuales el autor prescinde de algunas normas gramaticales para que el texto adquiera cierta naturalidad  y fluya sin mayores contratiempos. En mucho textos elimina el punto y seguido y en otros abusa de los puntos suspensivos y quizá esto sea baladí, pero demuestra un impulso de leve experimentación, de juego para adentrarse en ese bituminoso mundo del absurdo que teje y desteje el destino en ese instante en el cual literatura se vuelve discurso/decurso de la vida, siempre terrible o grisácea sin no tiene metáfora respectiva que la respalde y que la convierta en un discurso válido.