Poesía
entre las nubes
“No creo en términos de categorías. El arte es tal
vez una actividad subversiva. Hay una sedición cuando eres un artista de
corazón, aunque sólo sea en el arte de vivir”.
Philippe Petit
En el Adriano de Margarite Youcernar hay una frase:
“La vida me enseñó los libros”. Como cada día leo y vivo mucho más voy
desentrañando la impecable verdad que encierra la frase.
En dos relatos de Kafka, “Un artista del hambre” y
“Un artista del trapecio”, encontramos dos artistas algo fuera de lo común. El
primero es un ayunador profesional y su arte consiste en exhibir su resistencia
a probar algún alimento. Lo extraño de este personaje es que al unísono es creador
y creación artística. Encerrado en una jaula, apartado, aunque muchos ojos lo observen,
perfecciona su arte. Podría cambiar de oficio, pero ama con pasión el ayuno. Otro
elemento colateral de la historia es la decadencia en eso de ayunar o como
escribe Kafka: “En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha
disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones
de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es
imposible del todo. Eran otros los tiempos”. Al final el artista del hambre deja
de interesar a la gente y abandonado como una cosa muere y la jaula que ocupaba
es reutilizada para encerrar a una pantera. El artista del trapecio para
alcanzar la perfección de su arte también se aísla, pero no elige una jaula,
sino la altura y opta por vivir en la cúpula de la carpa del circo. Para el
artista del trapecio el tiempo será su verdugo y el empresario lo cree adivinar
cuando se percata de una leve arruga que cruza por la frente del trapecista.
La conexión de estos singulares artistas ficticios
creados por Kafka tienen su punto de contacto con un artista real dedicado a tensar
un alambre de un extremo a otro y luego caminar por él. Me refiero al
funambulista Philippe Petit.
Tanto el artista del hambre como del trapecio se
dedican con obsesión a su arte, creen con voluntad ciega que en su quehacer
existe una especie de relojería estética secreta y esto lleva directo a Petit, que
a todas luces es un personaje kafkiano y sorprendente. Es un autodidacta del
alambrismo. Además ha escrito varios libros, habla varios idiomas y hay una
película que relata los pormenores de su peculiar arte.
Paul Auster ha escrito sobre Philippe Petit. El
autor estadounidense relata que tuvo noticias del funambulista en París por
azar. El escritor cruzaba una calle y observó un tumulto de personas. Se acercó
y allí estaba un hombre delgado, de tez en extremo blanca, haciendo malabares
con pelotas de goma y montado en un monociclo. Auster escribe: “A diferencia de
otros artistas callejeros, no actuaba para la multitud; más bien, parecía que
permitía al público seguir el curso de sus pensamientos, como si nos hiciera
participes de una profunda e inexplicable obsesión. Sin embargo, en sus actos
no había nada personal; todo parecía revelarse e forma metafórica,…” En el
mismo texto Auster asegura que unas semanas después volvió a toparse con Petit
cerca de Notre-Dame. Al día siguiente lee en los periódicos la noticia que un
joven había extendido una cuerda entre las torres de Notre-Dame y había no sólo
caminado, sino que llevó a cabo todo un espectáculo de tres horas que incluyó
malabares con pelotas y hasta un baile.
Philippe Petit fue un adolescente bastante inquieto
y aunque fue expulsado de algunas escuelas por sus travesuras nada
convencionales se las arregló para estudiar dibujo, pintura, escultura, esgrima,
tipografía, carpintería, teatro y equitación. Sus intereses eran múltiples. Por
ejemplo le interesaba el ajedrez no tanto como juego, sino por los misterios
que encierra. También quería aprender ruso o conocer todos los vericuetos de la
tauromaquia; además le apasionaba la arquitectura y la ingeniería. Alucinaba
con la idea de construir casas sobre los árboles en las ciudades. Con 17 años
emprende vuelo y deja la casa paterna. Su rumbo: las calles del mundo. Sobrevive
como puede. Va de aquí para allá como artista callejero, pero necesita
perfeccionarse y se decide por el funambulismo.
Lo de cruzar las torres de la famosa iglesia
parisina, intuyo yo, fue quizá su graduación luego de su tesonero aprendizaje. Un día en la antesala de un
odontólogo, fastidiado por la espera, hojea una revista y lee sobre las Torres Gemelas
del World Trade Center. En una entrevista Petit explica: "Pasé seis años y
medio de mi vida hipnotizado por la idea. Pensaba como haría para traer un
montón de equipos en secreto en las torres de perforación por la noche sin ser
capturado y, por supuesto, meditando los detalles pequeños. Pasé ocho meses,
día y noche, llegué incluso a disfrazarme y a escondidas en las torres hice cualquier
tipo de mediciones, hasta hice un registro fotográfico detallado y de manera la
clandestina y poco a poco fui llevando los
equipos necesarios”. Cuando todo estuvo listo se dispuso a cruzar y lo hizo
para asombro de todos. Guy F. Tozzoli,
quien era el presidente entonces de la torres dijo: “Phillipe Petit
planificó y ejecutó el crimen perfecto… y el mundo entero lo adoró por ello”.
Petit lo veía desde otro punto y aseveraba: "Fue
un crimen artístico, un momento único de belleza. Yo soy el poeta de la cuerda
floja, nunca hago acrobacias más bien realizo obras de teatro, poesía entre las
nubes”.
Philippe Petit en algunas entrevista ha sido
categórico en eso de su preparación no sólo física, sino intelectual. Por eso
asegura que él no arriesga la vida y se ha preocupado en conocer de ingeniería,
de física y matemática e incluso de arquitectura y meteorología para no dejar
nada al azar al momento de caminar por el alambre. Su sello particular es
acostarse en la cuerda tensada y sobre este respecto dice: “Desde el principio
se había convertido en una especie de mi firma coreográfica en el cielo.
Llevarlo a cabo es muy doloroso. Obviamente, todo tu cuerpo está ejerciendo
presión sobre un pequeño hilo. Es doloroso y bastante difícil, debido a que el
balance general se hace inestable y casi
no hay equilibrio. Lo había practicado intensamente durante semanas y semanas,
incluso años. Me acosté en el cable entre las torres de Notre Dame, y luego
entre las torres de Sydney Harbour Bridge. Así, pues era obvio que iba a hacerlo
varias veces entre las torres del World Trade Center”.
Las torres gemelas se desmoronaron ante los ojos
atónitos de millones personas en el mundo. Sin embargo ese gesto poético de
Petit de cruzarlas de un extremo a otro a través un tensa cuerda es indestructible,
es como todo arte inmortal y Petit lo ha expresado mejor: “Me emocionó la
belleza y la simplicidad de aquel acto, aunque no llegué a llorar. Un
funambulista necesita sus ojos nítidos cuando está en el aire”. Petit ha dicho
que para caminar por un cable hay que estar enamorado de la vida. Hoy se hace
necesario vivir como si uno caminara por una cable para que la vida y el arte
adquieran su verdadera importancia, para que retomen ese sentido sagrado,
único, y que lamentablemente hoy parece tan desmoronado como las torres sobre
las cuales Petit escribió su mejor poema.