EXPULSADOS DE LA REPÚBLICA
Cuando algún joven se me acerca con un
fajo de manuscritos y asegura que ha escrito una buena cantidad de poemas
enseguida pienso: “Otro cuerdo en este manicomio que es el mundo”. También me
digo con ironía “Un cura o un militar menos”. La poesía es todo lo contrario al
dogma y a lo uniforme.
La literatura, que muchas veces es el
espejo de nuestra locura mundana y colectiva, retrata con una lógica pavorosa
nuestra demencial manera de vivir. En la obra Calígula de Albert Camus, el
desaforado emperador hace comparecer a su ministro de finanzas y le pregunta:
“¿Qué es más importante; la vida o las
arcas del estado?”. El funcionario sorprendido por la pregunta, y quizá
pensando en su cargo, dice sin titubeos que las arcas. Entonces Calígula
ajustándose a esa fría lógica decreta asesinar a todos aquellos acaudalados
ciudadanos, no sin antes hacerlos firmar un testamento donde dejan todos sus
bienes y posesiones al estado o en todo caso al emperador. El Ministro quiere protestar
y argumenta sobre la vida de muchos de sus amigos, pero Caligula le recuerda
que la vida no es importante, que lo vital son las finanzas para que el estado
sobreviva.
El Quijote tiene muchos pasajes
ilustrativos de la locura goteando implacable en la cotidianidad, pero el de
Sancho gobernador es emblemático. Cuando Sancho es nombrado gobernador de la
ínsula de Barataria expresa con todo su asilvestrada filosofía: “Señor, yo
imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado”. Sancho que era un
glotón redomado piensa que el cargo le proporcionará comidas y viandas
inimaginables. La comida en grandes proporciones bien vale el sacrificio para
convertirse en gobernador de la nombrada ínsula. Investido en su alto cargo de
los esplendidos manjares imaginados no ve ni rastro. El doctor Pedro Recio le
tenía una dieta estricta al pobre gobernador aduciendo: “que los manjares pocos
y delicados aviban el ingenio, que era lo que más convenía a las personas
constituidas en mandos y en oficios graves,...”
Esto de Sancho como gobernador se
traspapela con nuestra realidad política en la que muchos de nuestros
conciudadanos se desviven por ocupar cargos públicos, quizá pensando en las viandas y en otras
prebendas por el estilo. Don Quijote le dice a Sancho que mandar es sabroso y
que después que se prueba una vez se quiere repetir siempre.
En Alicia en el País de las Maravillas
lo absurdo e irracional se pronuncia bajo una lógica más risueña, pero tan
feroz como el Calígula de Camus. El pasaje más significativo es “Una merienda
de locos” en el cual hay unos personajes bastante peculiares: El sombrero loco,
la Liebre de Marzo y un hurón. El Sombrero convierte la merienda en un acto
demencial de insolidaridad y de la más egoísta y ególatra conveniencia. El Sombrero
sólo busca su beneficio personal en algo tan intrascendente como una merienda
vespertina. En la segunda parte de las historias de Alicia el Sombrero es
encarcelado y esta vez la locura alcanza una especie de justicia
poética/patética, ya que es detenido por un delito que no ha cometido y que a
lo mejor ni llegará a perpetrarlo. En todo universo de locura y absurdo el
poeta es la voz más centrada de allí las suspicacias y odios que despiertan los
poetas.
Los poetas (sean
de izquierda, centro o derecha) siempre han tenido mala prensa. Por lo general
se les ha visto con insana ojeriza. El caso más lamentable es el protagonizado
por Platón, quien en su libro La República escribe: Si se presenta un poeta en
nuestra ciudad ideal nos inclinaremos ante él, pero con gentileza le señalaremos
la puerta.
Por supuesto el pasaje transpira una
ironía cortante sin parangón en los anales de la filosofía. Desde que Platón le
enseñó la puerta de salida a los poetas de su República utópica se erigió un muro entre las aspiraciones
pragmáticas del poder y las propuestas intangibles del arte y la literatura.
Platón para exiliar a los poetas se
vale de tres objeciones más o menos fundamentadas. La primera es que el poeta
se apertrecha en los vuelos de la imaginación para crear otra realidad. El
segundo planteamiento aduce que el poeta habla desde la emoción y la
sensibilidad. En el tercer alegato de Platón es tildar al poeta como un gran
falsificador, un pillo que falsea la naturaleza de los Dioses y de los héroes.
Esto último sin duda lo más grave y perverso.
Esta primera querella abierta contra
los poetas lejos de acabar se ha matizado con los siglos, pero los poetas para
muchas personas continúan siendo bichos extraños que van a sus aires por la
vida, seres que no están domesticados del todo y que prosiguen
hablando/escribiendo desde esa estupidez suprema de la emoción, que siguen
dejándose arrastrar por sus ensoñaciones
imaginativas y que todavía no respeta ni dioses ni héroes, o sea, todo un caso
perdido.
Estoy convencido, y aquí es necesario
parafrasear a Savater, que "todos nacemos poetas, pero de manera gradual las
circunstancias, los familiares, los amigos, los maestros y profesores nos van
convirtiendo en gente útil y de provecho".
El premio Nobel de Literatura
Derek Walcott grito en un encuentro público: “¡Debo decir que lo que está
sucediendo en Estados Unidos es indignante: sus poetas están ignorando a la
gente, están evadiendo la realidad, no están respondiendo a la responsabilidad
social que tenemos los poetas. Están demasiado absortos en sí mismos. Su ego
imperial les estorba para hacer caso de la realidad y no hablan de las
cuestiones importantes que están sucediendo de espalda a la gente, como la
guerra en Irak, la pobreza y la hambruna…”.
El reclamo de Walcott es a los poetas
no a la poesía, es a esos hombres y mujeres que escriben poemas y no asumen
ningún tipo de responsabilidades ciudadanas. Como ven los reclamos y las
querellas contra los poetas con el tiempo adquieren otros matices.
En lo particular descreo mucho de esos
poemas que hablan de revolución, libertad, solidaridad y justicia. Ya se sabe
el papel tiene un capacidad de resistencia poco común, no obstante todo esto
posee otras lecturas. No me convence mucho el poeta bohemio que convierte su errancia
por barras y botellas en su postura contra el orden burgués. Por mucho tiempo
en nuestro país los poetas se agruparon en peñas, grupos y repúblicas para
aislarse de forma pública del acontecer político y cultural. Los poetas están
para eso y mucho más.
El escritor como ciudadano que
participa en los asuntos públicos no siempre da en el blanco y en muchos casos
se encuentra aupando proyectos sociales, e incluso partidos, que poco tienen
que ver con el espíritu. Algunos poetas pronto encuentran su lugar y están a
sus anchas en ese rol de funcionarios para determinado gobierno; otros son sólo
parte del mobiliario de las oficinas de cultura hasta terminar haciendo juego
con las cortinas y la alfombra. Los hay que agarran sus maletas buscando aires
menos viciados y están esos poetas que siguen entre las piernas de la musa sin
reparar en el mundo y sus estremecimientos.
A los poetas como se les tiene tachados
de parásitos se le conmina para que hablen, para que se conviertan en la voz
cantante de la denuncia libertaria y justificar en algo tanta vagancia etílica.
Abogo no porque nos libremos de los
poetas malditos, sino de esos malditos poetas que han convertido la cursilería
revolucionaria en bandera, de esos malditos poetas que se rasgan las vestiduras
por las utopías a media calle y en el fondo son unos conservadores solapados de
esas repúblicas platónicas edificadas con el sudor de los esclavos.
Santiago Kovadloff ha escrito: “Desde
Platón en adelante, los poetas no han sido, para muchos, otra cosa que
mentecatos; seres -la etimología es diáfana- cuya cabeza está tomada. Cuando
alguien no sabe qué dice o dice tonterías, suele afirmarse que es un mentecato.
También el sentido común ve en el poeta a alguien cuyo entendimiento de las
cosas no guarda relación con la realidad. Y el autoritarismo, por su parte, no
tolera este alejamiento de lo que él ha decretado como verdadero, motivo por el
cual en menos que muy poco estima el valor de la poesía y no vacila en
perseguir a sus oficiantes”.
La poesía no puede salvarnos de la
locura que hierve alrededor, pero puede devolverle a los individuos un poco de
esa belleza implacable de la lucidez y espiritualidad para batallar contra la
locura orquesta desde el poder y dejar al descubierto su rostro horrendo. Alberto
Mengual ha escrito: “No podemos obligar a los seres de carne y hueso sentados a
la mesa del Sombrero Loco—los líderes militares, los torturadores, los
banqueros internacionales, los explotadores—a contar su historia, a confesar, a
pedir perdón, a admitir que son seres racionales culpables de crueldad
intencionada y de actos destructivos”. La literatura es un espejo crítico de
esa locura y la poesía parece llamada a instaurar en el mundo ese sentido
sacrosanto tan extraviado en estos tiempos.