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lunes, 18 de abril de 2016

Cervantes y ese curioso artefacto: Don Quijote




Palabras, palabras, palabras...Hamlet leía, sin duda, una novela”.
E. M. Cioran

Carlos Yusti





La actualidad de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, radica en la concepción literaria que tenía Miguel de Cervantes y que de alguna manera fue desplegando en su libro, utilizando como interlocutor a un hombre versado en libros y gran lector, aparte de entusiasta de un género menor como las novelas de caballería,  que estuvo tentado a escribir, pero cuyas meditaciones se lo impidieron o como lo acota el mismo Cervantes: “…y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y darle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran”. En fin, este personaje dará voz a las ideas de Cervantes sobre el sentido de la escritura.

De igual manera es actual esa resolución de Alonso Quijano, algo así como un cincuentón jubilado, que ha leído varias veces más del centenar de libros existentes en su biblioteca y que se encuentra un poco en ese limbo blanco del ocio. La inactividad de seguro lo llevará a la tumba antes de tiempo, por eso necesita buscar pronto un correctivo que lo saque de ese tedio vital que lo carcome. No está loco, pero su proyecto tiene todos los componentes de una idea fija: llevar a la realidad lo contenido en los libros. Lo escrito en los libros es verdad o sólo son trucos baratos del autor (en el prólogo de las Novelas ejemplares, Cervantes escribe: “Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno puede llegar a entretenerse…”) ¿Y cuánta literatura está dispersa en la realidad? ¿Lo encerrado en los libros puede coexistir con el mundo real? Esas inquietudes veladas de don Quijote son las interrogantes que el escritor tratará de dilucidar a lo largo de su libro.

La pesadumbre de Cervantes sobre su arte no es gratuito. Su vida, llena de contratiempos y mala racha, “más versado en desdichas que en versos” como diría otro personaje del libro, lo ha puesto en una encrucijada como escritor; las dudas sobre los alcances de su obra, sobre si en verdad es un autor con algún mérito en el mundo de las letras. En principio escribió un buen número de obras teatrales, medio más expedito para tener éxito y dinero, no obstante para ese momento otros autores, con un estilo literario más depurado y culto, escribían obras teatrales aclamadas y aplaudidas difíciles de superar. Como escritor de novelas estaba un tanto descolocado en ese estilo pastoril, sin contar que Francisco de Quevedo era un escritor sobresaliente, cuyos textos satíricos gustaban y eran comentados en todos lados.

Cervantes va a crear un libro donde se lo juega todo. Conoce con buen pulso los géneros literarios de su tiempo y como aditivo tiene su experiencia de hombre curtido en los caminos ( por un tiempo trabajó como recaudador de impuestos), estuvo en la guerra y en la cárcel. Con todo este bagaje no sólo va a contar una historia, sino que intentará una reflexión sobre el arte de escribir desde las extrañas misma de la ficción literaria y sobre la racional locura de la realidad y sobre los caminos, no siempre rectos, de la locura. Cuestión que le servirá para motorizar, con más festividad poética y arte, una de sus novelas ejemplares, El licenciado vidriera.

El libro de Cervantes, aparte de narrar la travesía de don Quijote y Sancho Panza, es una requisitoria sobre las posibilidades de la ficción literaria que estaba como sumida en la floritura de las bellas letras y el artificio mentiroso (por no decir fantasioso), busca abrirse paso en una realidad compleja que ya no pude dejarse al margen, que debe ser narrada desde otra estructura y entonces el Cervantes escritor va inventando su historia, pero también el mecanismo apropiado para narrarla y al hacerlo, a su vez, va ventilando su mundo personal y sus ideas sobre el quehacer de las letras que ha vivido como una herida. Hay un gran desorden con este cúmulo de cosas dispares y entonces el libro tendrá que ser algo así como un artefacto, especie de dispositivo que se construye en el proceso de la escritura, sin saber si funcionará, y en la medida que lo arma sigue planteándose  preguntas (e incluso emitiendo opiniones a través de sus personajes) sobre el propósito de escribir libros. No sin razón Marthe Robert ha escrito: “…Don Quijote, ha enturbiado, falseado y confundido las relaciones de por sí oscuras de la literatura y la vida, ya no son dos o tres tesis claramente definidas las que suscita, sino una enorme cantidad de ideas eruditas e ingeniosas que invaden todos los terrenos posibles del conocimiento. De allí resulta una búsqueda profunda e indudablemente útil, pero también resulta una confusión del que la historia de la literatura ofrece pocos ejemplos tan extravagante”.

Eso podría ser El Quijote: un artefacto extravagante. Cervantes quizá tenía un esquema somero del libro que deseaba escribir, de todo eso que tenía intención de plantear, pero no tenía claro como llevarlo a buen término. Por eso concibe su libro (Cervantes se refirió al Quijote no como novela, sino que empleó términos esquivos como “historia” o  “libro”)  como un mecanismo al que irá agregando personajes, en el cual intercalará historias y relatos ajenos a la narración principal y en el que mezclará realidad y ficción en un juego de espejos de gran creatividad e ingenio.

Cuando el libro ha comenzado a tener cuerpo se le ocurre crear a los otros autores y escritores del libro. Medida extrema para hacer avanzar la historia por derroteros que el lector no espera e incluso el mismo Cervantes desconoce. A este respecto Alberto Manguel escribe: “Cuando al cabo de apenas ocho capítulos, y en la mitad de una aventura, Cervantes confiesa no saber proseguir con la historia de su caballero, ocurre un milagro. Hallándose un día en el Alcaná de Toledo, dice Cervantes, encuentra un cartapacio lleno de papeles escritos en caracteres arábigos y, puesto que no sabe leerlos, busca un morisco aljaimado (es decir, un moro que habla castellano) para que se lo traduzca. Descubre entonces que el manuscrito es de un tal Cide Hamete Benengeli, y que narra la continuación de la historia de Don Quijote”.

Otro aspecto actual de este aparato cervantino es los distintos cameos que hace Cervantes en su historia. En el cine un cameo es la aparición relámpago (o de fogonazo) que hace una persona conocida en una película. Cervantes lo manipula para mezclar realidad y ficción sin una delimitación precisa. Antonio Muñoz Molina escribe: “El autor es un pasajero furtivo o un polizón en su propia obra. Surge y se pierde como una sombra por detrás de los personajes inventados”. De esa manera aparece como autor de La Galatea en la exploración que hacen el cura y el barbero de la biblioteca de don Quijote. Luego vuelve de manera anónima en unos papeles que un viajero dejó en una maleta. Dichos manuscritos son una copia (sin el nombre del autor) de Riconete y cortadillo y de la novela El curioso impertinente. De esa forma disimulada hace otras apariciones más y así se convierte en otro personaje de una historia que sigue desgarrando la costuras de la novela tradicional.

No hay que dejar pasar que don Quijote se vea/lea así como un personaje de un libro de ficción, sino que encima hace observaciones críticas sobre otro Quijote escrito por un tal Avellaneda, lo que lleva al paroxismo este laberinto de espejos de la realidad traspapelada con la ficción literaria. Este otro Quijote apócrifo, escrito por un inexistente licenciado bajo el nombre falso de Alonso Fernández de Avellaneda es otra pieza exótica (y externa) de ese artefacto anómalo de Cervantes, quien aprovecha la ocasión de utilizar, para su segunda parte, personajes y situaciones de ese Quijote artificial y de oportunidad. Utilizará incluso la fama obtenida de sus personajes para darle movimiento a los engranajes de su segunda entrega y proporcionarle carne de realidad a una ficción que sigue explorando todos las posibilidades de lo literario. Esto sorprendió a Thomas Mann que en su Travesía marítima con Don Quijote escribe: “Durante todo el día me está divirtiendo el ingenio épico de Cervantes de hacer surgir las aventuras de la segunda parte, o algunas de ellas, de la fama literaria de don Quijote, de la popularidad que él y Sancho gozan gracias a su novela(…) Esto es totalmente nuevo y único: que yo supiera, no existía en la literatura mundial un héroe novelesco que viviese, de tal forma, de la fama de su fama,…”

Cervantes va utilizar todo lo que se encuentre a su alcance para darle forma a su historia y en la segunda parte sigue forzando las costuras de la novela. No por casualidad Francisco Rico anota: “Todos los géneros y los estilos literarios, del teatro a la épica, y todos los tipos de discurso, de la pieza oratoria al documento legal, se someten a revisión. Todos los niveles del lenguaje, en fin, de los artificiosos arcaísmos del caballero a la fraseología popular de Sancho, se conciertan con la prosa limpia y natural que da el tono de la narración, en una fascinante polifonía”.

Cervantes fue canibalizado por su personaje así como lo hizo Sherlock Holmes con el escritor sir Arthur Conan Doyle. Empero eso no ha impedido que se le reconozca, ya que su artefacto ha resistido la prueba del tiempo y las críticas (o estudios) e imitaciones más irracionales. Todavía se sigue editando. La edición de Francisco Rico intenta limpiarle todas las escorias para presentar un libro remozado e impecable. En nuestro país se editó un Quijote mutilado, pero se ha subsanado tamaña afrenta editando en dos tomos una edición bastante aceptable.

Hoy el libro sigue siendo un tanto inexpugnable, pero continua teniendo fieles lectores y aquellos que no lo han leído completo conocen algunas de sus partes y hasta nuestros politicastro de saldo lo citan sin haber cruzado el umbral de su portada. Todavía se le siguen descubriendo muchas otras magias más que las anotadas por Borges.

Cervantes no inventó la novela moderna, más bien escribió un libro que rebasaba muchos parámetros y que sigue creándose a cada lectura. Para ser franco inventó un artilugio, un dispositivo que conecta al lector con esa eternidad de la belleza de lo humano, de las palabras engranadas para  crear esa música increíble que se llama literatura.