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viernes, 1 de abril de 2016

De sillas, neurosis y otros absurdos


De sillas, neurosis y otros absurdos
 
Portada del libro.
Carlos Yusti

Cuando mi amigo José Carlos De Nóbrega, e inmejorable ensayista, escribe que la literatura escrita por mujeres le sirve como bálsamo para curar su “yo” enamorado no le entiendo. Por lo que a mi respecta sólo pienso en senos. Para mi la literatura no tiene sexo, pero en lo referente a escritoras imagino sus pechos vibrando detrás de la tela, al compás del martilleo silencioso del teclado, “como dos palomas inquietas”, que diría Francisco Umbral.

Como sea, y machismos aparte, en el momento de escribir de lo que se trata, para sacarle a las palabras el suficiente zumo de belleza, poética y cosa para crear un poema, o una historia de ficción, que deseche esa trampa de la buena redacción y el organillo repetitivo de la correcta gramática, es de llevar a sus extremos el lenguaje en una contexto especial y en tal sentido el sexo no parece suficiente. Aunque en ocasiones algunas mujeres escriben con más ovarios e inteligencia que muchos escritores de la falocracia ilustrada pastando a la sombra del bar. Baste recordar a María Calcaño, Enriqueta Arvelo Larriva, Elisa Lerner, Teresa Coraspe, Laura Antillano y un largo etcétera.

Todo esto viene al caso por culpa/gracias al libro La silla cruza las piernas, de Sol Linares. Conformado por 15 cuentos donde no falta el absurdo, algunos personajes curiosos y sillas por supuesto. Comparto la apreciación que realiza De Nóbrega en una nota crítica (1) sobre este mismo libro: “Si algo caracteriza a nuestra afanosa y obsesiva autora, es la configuración problematizadora e introspectiva de los personajes, sobre todo al exponerlos a situaciones límite que bordean el absurdo, la incomunicación y el desarraigo exógeno y endógeno”. Linares explora con equilibrado tino el absurdo cotidiano y aunque no son historias con pegada el lector podrá reírse de manera nerviosa con estas narraciones que van desgranado un universo particular de obsesiones y ocurrencias paradójicas.

Julio Cortázar escribió: “Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases”. Estos cuentos ganan por puntos. Algo de bizarro ligero tienen, pero Linares más que historias narra situaciones como ese desayuno con moscas y una ahorcada en el comedor. También están las mujeres, un tanto extrañas, que comparten un paraguas o ese individuo que un buen día lo despiden del trabajo y a la pregunta de su mujer de lo que va a hacer recibe como respuesta: “Bueno. Al menos tendré tiempo para escribir”. O esa otra historia un tanto loca sobre el pelo de Dudamel o la del niño que por azar se gana su reputación de cínico por utilizar en clase ese diccionario particular de Ambrose Bierce.

El encanto del libro puede situarse a otros niveles y aunque Linares tiene un estilo un tanto llano y desprovisto de florituras poéticas a veces sus frases tienen cierto esmero preciosista: “…hay que ser beato para secar la porcelana sin que ningún ruido se desborde de su acústica”. “Una silla que cruza las piernas es una silla que piensa”. “Sería errado obligarlo a inventariarse”. “La idea de no tener nada qué decir ni saber cómo decirlo me hace sentir el hombre más infeliz de la tierra”. “Habla de Tarkovski y yo mastico churros y los crujidos suenan en ruso”. “La lombriz era la misma por ambos extremos, o mejor, estaba en uno y otro lado sin llegar a parecer confundida”. Hay otras frases donde Linares destila sus lecturas, su esquemática visión cultural (o la de los personajes) con leves, elegantes y sutiles toques humorísticos; de ese humor a veces literaturesco y que no obstante resulta fresco y otorga a las narraciones ese enganche que termina ganándose al lector por puntos.

Comparto lo escrito por José Ovejero: “Intentar encontrar una explicación de la obra literaria a partir del género de quien la escribe suele llevar a la banalidad”. Como es lógico que eso sobre las tetas era sólo una maldad irónica de mi parte. La escritura es una manera de penetrar esos linderos del alma humana no siempre prístinos, de acercarse al oído de aquello que tiene un corazón que vibra con esa angustia de vivir y que va moldeando nuestros fantasmas y nuestras relaciones con los demás. Cada quien escribe con sus lecturas y sus ignorancias a cuesta y Linares lo hace con una competencia audible, con una fragilidad de “cristal nervioso” que te recuerda que la realidad a tu alrededor apesta y que la literatura es (muchas veces) una herida menos dolorosa.

Para escribir cuentos hay muchos manuales y consejos de indiscutibles maestros del género. No hay fórmulas, sólo la hoja en blanco (o la pantalla en blanco con el cursor titilando) o como lo expresa ese personaje de uno de los cuentos del libro: “Una página en blanco saltó ante mí y se desbordó, dándome el mayor susto de mi vida de lo vacía que estaba”. Eloy Tizon asevera: “Las recetas clásicas de género, planteamiento-nudo-desenlace, conflicto fuerte, trazo sólido de personajes atendiendo a su coherencia psicológica, concatenación causa-efecto, finales sorprendentes, etc., han saltado por los aires y nos resultan claramente insatisfactorias, cuando no inoperantes y obsoletas, para narrar y narrarnos desde el momento presente. Al cuento literario le han estallado las costuras”. Sol Linares ensaya esa vertiente alejada del “manual del perfecto cuentista” y zambulle al lector en un universo que se parece mucho al que padecemos a diario, pero que si uno va al detalle descubre que algo se ha desajustado en ese universo, que algo se ha movido de sus ejes.

Los cuentos bucean debajo de la piel de esa realidad de todos los días; hasta encontrar esa realidad otra la cual está manchada con cierta sicopatología y que hace equilibrio en esa delgada cuerda del desquiciamiento. Linares narra una realidad blanda que se desliza por la vida ordinaria con ese toque inevitable de absurdo e irreverencia. Su estilo no es ampuloso ni rebuscado y entrega al lector una historia sin pretensiones preciosista ni trascendentales. Ambrose Bierce recomendaba: "Un escritor debe saber y tener siempre presente que éste es un mundo de idiotas y rufianes, atormentados por la envidia, consumidos por la vanidad, egoístas, falsos, crueles y bajo la maldición de sus propias ilusiones". En los cuentos de La silla cruza las pierna, los personajes de las narraciones (tanto los femeninos como masculinos) son gente normalita en lo cabe, aunque algunos coqueteen de manera ambigua con la demencia y sólo tienen un defecto: la pasión les falla y desmejora su desempeño. Un libro para pasar una buena tarde y el feminismo ahí, ahí, haciendo calistenia pero ni se siente y eso es lo mejor.