De sillas, neurosis y otros absurdos
Carlos Yusti
Cuando mi amigo José Carlos
De Nóbrega, e inmejorable ensayista, escribe que la literatura escrita por
mujeres le sirve como bálsamo para curar su “yo” enamorado no le entiendo. Por
lo que a mi respecta sólo pienso en senos. Para mi la literatura no tiene sexo,
pero en lo referente a escritoras imagino sus pechos vibrando detrás de la tela,
al compás del martilleo silencioso del teclado, “como dos palomas inquietas”,
que diría Francisco Umbral.
Como sea, y machismos aparte,
en el momento de escribir de lo que se trata, para sacarle a las palabras el
suficiente zumo de belleza, poética y cosa para crear un poema, o una historia
de ficción, que deseche esa trampa de la buena redacción y el organillo
repetitivo de la correcta gramática, es de llevar a sus extremos el lenguaje en
una contexto especial y en tal sentido el sexo no parece suficiente. Aunque en
ocasiones algunas mujeres escriben con más ovarios e inteligencia que muchos
escritores de la falocracia ilustrada pastando a la sombra del bar. Baste
recordar a María Calcaño, Enriqueta Arvelo Larriva, Elisa Lerner, Teresa
Coraspe, Laura Antillano y un largo etcétera.
Todo esto viene al caso por
culpa/gracias al libro La silla cruza
las piernas, de Sol Linares. Conformado por 15 cuentos donde no falta el
absurdo, algunos personajes curiosos y sillas por supuesto. Comparto la
apreciación que realiza De Nóbrega en una nota crítica (1) sobre este mismo libro: “Si algo caracteriza a nuestra afanosa y obsesiva
autora, es la configuración problematizadora e introspectiva de los personajes,
sobre todo al exponerlos a situaciones límite que bordean el absurdo, la
incomunicación y el desarraigo exógeno y endógeno”. Linares explora con equilibrado
tino el absurdo cotidiano y aunque no son historias con pegada el lector podrá
reírse de manera nerviosa con estas narraciones que van desgranado un universo
particular de obsesiones y ocurrencias paradójicas.
Julio Cortázar escribió: “Un
escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se
entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por
puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout. Es cierto, en la medida en que la novela acumula
progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es
incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases”. Estos cuentos
ganan por puntos. Algo de bizarro ligero tienen, pero Linares más que historias
narra situaciones como ese desayuno con moscas y una ahorcada en el comedor.
También están las mujeres, un tanto extrañas, que comparten un paraguas o ese
individuo que un buen día lo despiden del trabajo y a la pregunta de su mujer
de lo que va a hacer recibe como respuesta: “Bueno. Al menos tendré tiempo para
escribir”. O esa otra historia un tanto loca sobre el pelo de Dudamel o la del
niño que por azar se gana su reputación de cínico por utilizar en clase ese diccionario
particular de Ambrose Bierce.
El encanto del libro puede
situarse a otros niveles y aunque Linares tiene un estilo un tanto llano y
desprovisto de florituras poéticas a veces sus frases tienen cierto esmero
preciosista: “…hay que ser beato para secar la porcelana sin que ningún ruido
se desborde de su acústica”. “Una silla que cruza las piernas es una silla que
piensa”. “Sería errado obligarlo a inventariarse”. “La idea de no tener nada
qué decir ni saber cómo decirlo me hace sentir el hombre más infeliz de la tierra”.
“Habla de Tarkovski y yo mastico churros y los crujidos suenan en ruso”. “La
lombriz era la misma por ambos extremos, o mejor, estaba en uno y otro lado sin
llegar a parecer confundida”. Hay otras frases donde Linares destila sus
lecturas, su esquemática visión cultural (o la de los personajes) con leves,
elegantes y sutiles toques humorísticos; de ese humor a veces literaturesco y
que no obstante resulta fresco y otorga a las narraciones ese enganche que
termina ganándose al lector por puntos.
Comparto lo escrito por José Ovejero: “Intentar
encontrar una explicación de la obra literaria a partir del género de quien la
escribe suele llevar a la banalidad”. Como es lógico que eso sobre las tetas
era sólo una maldad irónica de mi parte. La escritura es una manera de penetrar
esos linderos del alma humana no siempre prístinos, de acercarse al oído de
aquello que tiene un corazón que vibra con esa angustia de vivir y que va
moldeando nuestros fantasmas y nuestras relaciones con los demás. Cada quien
escribe con sus lecturas y sus ignorancias a cuesta y Linares lo hace con una
competencia audible, con una fragilidad de “cristal nervioso” que te recuerda
que la realidad a tu alrededor apesta y que la literatura es (muchas veces) una
herida menos dolorosa.
Para escribir cuentos hay
muchos manuales y consejos de indiscutibles maestros del género. No hay
fórmulas, sólo la hoja en blanco (o la pantalla en blanco con el cursor
titilando) o como lo expresa ese personaje de uno de los cuentos del libro:
“Una página en blanco saltó ante mí y se desbordó, dándome el mayor susto de mi
vida de lo vacía que estaba”. Eloy Tizon asevera: “Las recetas clásicas de
género, planteamiento-nudo-desenlace, conflicto fuerte, trazo sólido de
personajes atendiendo a su coherencia psicológica, concatenación causa-efecto,
finales sorprendentes, etc., han saltado por los aires y nos resultan
claramente insatisfactorias, cuando no inoperantes y obsoletas, para narrar y
narrarnos desde el momento presente. Al cuento literario le han estallado las costuras”. Sol Linares ensaya esa
vertiente alejada del “manual del perfecto cuentista” y zambulle al lector en
un universo que se parece mucho al que padecemos a diario, pero que si uno va
al detalle descubre que algo se ha desajustado en ese universo, que algo se ha movido
de sus ejes.
Los cuentos bucean debajo de la piel de esa realidad
de todos los días; hasta encontrar esa realidad otra la cual está manchada con
cierta sicopatología y que hace equilibrio en esa delgada cuerda del
desquiciamiento. Linares narra una realidad blanda que se desliza por la vida
ordinaria con ese toque inevitable de absurdo e irreverencia. Su estilo no es
ampuloso ni rebuscado y entrega al lector una historia sin pretensiones
preciosista ni trascendentales. Ambrose Bierce recomendaba: "Un escritor
debe saber y tener siempre presente que éste es un mundo de idiotas y rufianes,
atormentados por la envidia, consumidos por la vanidad, egoístas, falsos,
crueles y bajo la maldición de sus propias ilusiones". En los cuentos de La silla cruza las pierna, los personajes
de las narraciones (tanto los femeninos como masculinos) son gente normalita en
lo cabe, aunque algunos coqueteen de manera ambigua con la demencia y sólo
tienen un defecto: la pasión les falla y desmejora su desempeño. Un libro para
pasar una buena tarde y el feminismo ahí, ahí, haciendo calistenia pero ni se
siente y eso es lo mejor.