Visitando al monstruo en sus dominios (a propósito de Dalí)
Carlos Yusti
Dalí nos es uno de pintores favoritos, aunque sus
pinturas surrealistas siempre han ablandado un poco mis juicios a su obra y
su vida tan de teatro de vodevil, tan de performance.
De visita en Barcelona, a instancias de los anfitriones Menkar y Alejandra, me subí con mi esposa (la Currunca) a un tren hasta Figueres donde está el famoso Teatro-Museo Dalí.
Mi relación amor-odio con Salvador Dalí (el pintor por
supuesto) es quizás como la de muchos, y esto es un suponer. Recalco esto del
pintor ya que Dalí fue una personalidad con múltiple facetas; está por ejemplo
el exaltado militante surrealista al que luego André Bretón descalificaría
adosándole un anagrama realizando
malabares lingüísticos con su nombre y apellido para rebautizarlo como Avida
Dollars. Ávido de dinero, de figurar, de ser un genio. También está el Dalí
cineasta, el novelista, el crítico de arte, el precursor del arte actual en
muchas de sus obras, el hombre show, la vedette, el farsante, el tracalero
final que solo estampaba su firma para obtener alguna calderilla extra con
cuadros que no le pertenecían, está el diseñador de joyas, el hombre anuncio;
en fin un Dalí que es algo así como un actor que interpretó muchos roles, que
cruzó todos los espejos del arte y destrozó los moldes anodinos del artista
como un sufridor (estilo Vincent van Gogh) a la intemperie del dolor y el hambre.
Recorrer su museo-objeto en Figueres es enfrentarse a
ese Dalí creativo sin cortapisas. Como artista hizo un periplo por el arte
contemporáneo, por el arte del pasado y sin duda del futuro. Al caminar por su
museo uno encuentra obras que prefiguran el arte actual. Hay una escultura armada
con desechos de chip de computadoras. Su traje cubierto de vasos, o de copas, se
mueve a la perfección en eso que podría ser Pop-art. Tiene obras netamente
ópticas que entrarían fácil en ese renglón del Op-art. Sus espectaculares y teatrales
apariciones públicas delinean de algún modo eso que hoy se llama performance.
Su afán de vender su obra con altos precios es precursor de esa voracidad de
mercado que corroe al arte actual.
Dalí también fue un artista polémico, era tan borsegeano en sus alocuciones públicas plenas de impertinencias y los desplantes políticos más reaccionarios. Todo ello le acarreó siempre sus admiradores y enemigos de rigor. El fallecido pintor Antoni Tápies escribió: “…si Dalí, por lo menos, hubiera prestado un servicio importante a la Pintura y fuera uno de esos auténticos gigantes, como Picasso o Joan Miró, que han revolucionado de verdad su historia y que tanto honran a nuestro país. Pero resulta que tampoco. Que la crítica, historiadores y directores de museos más autorizados, como pintor, le han asignado a Dalí un espacio más bien corto en el capítulo de las aportaciones positivas. Y que, en cambio, le han dado un gran lugar, desde hace más de cuarenta años, en el desván de la mala pintura”. Dalí en una entrevista a Montserrat Casals (24 FEB 1985) expresó: "El arte moderno es una catástrofe. Como decía Picasso de su obra 'içi je ne fais que des chèques sans provisions' (aquí sólo hago cheques sin fondos)". "A Tápies le conocí hace mucho tiempo, cuando era joven. Le ayudé en Estados Unidos. Y Miró, al principio, fue muy gentil. Vino aquí a Figueres con su marchante Pierre Loeb. Tenía intuición. Pero después se enfadó conmigo".
Al final de sus días la
vida de Dalí (sin Gala) quedó en el aire o más en la cama de la agonía con
tubos de goma que le atravesaban el alma y lo convirtieron en una especie de
espectro surrealista. En este trance los cuadros falsos de Dalí ocuparon la
noticia; cuadros que sin duda valdrán más (y serán más importantes) que los
verdaderos. Francisco Umbral escribió en su momento: “Vienen los suspectos
periodistas extranjeros a una gran galería madrileña para hacer un reportaje
sobre Dalí, y en seguida aclaran que sólo les interesan, a efectos
periodísticos, los Dalís falsos. No buscan el pintor, sino el escándalo. La
España apócrifa. (Los galeristas se negaron, llenos de dignidad profesional y
cultural) Siguen buscando Dalís falsos, dictadores tercermundistas…”
En ese raro artefacto
que es el museo en Figueres está un resumen de un Dalí múltiple y aunque como
pintor se precipitó por ese abismo de publicitarse como genio para al final
terminar más bien como un personaje de si mismo, especie de muñeco hueco del
arte. Sus pinturas, esculturas, joyas, películas, libros y falsos Dalís
testimonian su ansiedad como artista. Su máscara de actor secundario ocultó su
genialidad prefabricada, pero es indudable que tuvo talento para ser publicista
de su yo inquieto y polivalente. Nunca se llamó a engaño y le hubiese gustado
pintar como Velásquez o como él lo dijo en una entrevista: “…soy un personaje
tan complejo que todo lo que se dice de mí tiene una parte infinitesimal de
realidad. Soy mixtificador -en el sentido alquimista-, orgulloso más que nadie
en el mundo, ya que me considero el único genio vivo de nuestra época y, al
mismo tiempo, paradójicamente, el más modesto de todos, porque me creo un mal
pintor. Si me comparo con los grandes maestros del Renacimiento, como Velázquez
o Vermeer, mi obra me parece una catástrofe total; ahora, si me comparo con los
pintores vivos, quizás soy uno de los mejores, pero me daría por satisfecho si
un día me dijeran que soy uno de los mejores pintores de la provincia de Gerona”.