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jueves, 10 de enero de 2013

Capote en su nicho de perfección



Carlos Yusti

Releyendo a Truman Capote estos días, con el regocijo de diciembre en los huesos, encuentro que la perfección literaria tiene un mecanismo de gran delicadeza y si se quiere un tanto insólito, especie de filigrana que muchas veces pasa inadvertida. La relectura del libro Música para camaleones me enfrenta de nuevo con el mejor Capote; creativo, audaz y que decide darle otra vuelta de tuerca a lo literario e intentar descubrir el latir de la realidad, o esa música inesperada que tiene la vida en sus distintos escenarios, registros y facetas.
El libro no es de cuentos, ni de crónicas, ni de entrevistas y mucho menos un guión de cine, pero Capote los mezcla con una maestría imperceptible, con una desenvuelta carga de inteligencia y humor para descubrirnos un universo cotidiano que entre sus pliegues esconde una excelente porción de ficción y que Capote deja al descubierto con sobrio y trabajado estilo.

Cuando Capote escribió el libro gran parte de su etapa como escritor estrella estaba quemada. Su adicción a las drogas y al alcohol habían desgastado su espíritu creativo y se sentía en una especie de foso, de recuento e introspección.
En el prefacio del libro Capote ofrece pistas sobre su periplo creativo y sobre su visión con respecto al arte literario. Anota que empezó bastante joven a escribir. En sus inicios la vanidad lo hizo ver que eso de escribir era divertido y hasta asumió la profesión con cierto desdén frívolo. Después a fuerza de caídas y tropezones escribe aquella frase icónica: “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. Luego descubre la diferencia significativa de escribir bien y de escribir mal hasta percatarse de la deferencia entre escribir bien y el arte verdadero. Desde ese momento no hará descansar el látigo.

Con algunos libros ya publicados Capote sigue buscando la perfección artística y encuentra una frase de un personaje de Hanry James, especie de escritor en los albores del crepúsculo que se lamenta: “Vivimos en la oscuridad, hacemos lo que podemos, el resto es la demencia del arte”. Capote, que ya ha tanteado suficiente en la oscuridad, comprende que para salir de esa demencia del arte debe asumir riesgos. Volver sobre sus pasos de escritor y analizar.

Releyó todo lo que había publicado para al final descubrir sus fallos, sus aciertos y barajar desde esta perspectiva de autocritica la posibilidad de hacerlo mejor, de combinar los géneros o como él lo escribió: El problema era: ¿Cómo puede un escritor combinar con éxito en una sola estructura - digamos el relato breve- todo lo que sabe acerca de todas las demás formas literarias? Pues ésa era la razón por la que mi trabajo a menudo resultaba insuficientemente iluminado; no faltaba voltaje, pero al adecuarme a los procedimientos de la forma en que trabajaba, no utilizaba todo lo que sabía acerca de la escritura: todo lo que había aprendido de guiones cinematográficos, comedias, reportaje, poesía, relato breve, novela corta, novela. Un escritor debería tener todos sus colores y capacidades disponibles en la misma paleta para mezclarlos y, en casos apropiados, para utilizarlos simultáneamente.”

Todo este buceo por las profundidades de sus obras lo llevó a constatar que todo lo que había narrado/escrito hasta ahora lo había hecho desde afuera, se paseaba en lo escrito sin ser notado. Esto lo condujo a considerar que era necesario ser un actor más en el escenario de la escritura y así surgió una novela breve (Ataúdes tallados a mano) y un conjunto de textos magistrales que conformaría ese libro misceláneo que es Música para camaleones, ese puzzle de literatura con géneros superpuestos y llevados al fondo para aprovechar todas la posibilidades de cada género y conseguir narrar la vida desde ese costado de melodía exquisita.

Releyendo cada texto otra vez puede el lector descubrir belleza, intriga, horror e ironía con un puñado de personajes (en apariencia normales) provistos de una magia inesperada.

Cada escrito de Música para camaleones  es redondo, espontaneo, pero detrás de estilo natural y realista hay un relato que lleva al lector hacia el otro lado del espejo de una realidad banal, en ocasiones atroz, pero con una indiscutible carga de embrujo que deleita y toca de alguna manera al lector.

Está por ejemplo la aristócrata del relato que da título al libro y su raro espejo negro, sin mencionar que un grupo de camaleones que viven en la casa son extasiados oyentes de música clásica. Está ese otro texto titulado “Un día de trabajo” en la que Capote acompaña a una inmigrante trigueña clara a su trabajo como domestica independiente de apartamentos a varios clientes. Mientras la señora realiza sus labores Capote descubre las vidas deshilachadas de quienes allí viven, escudriña en los baños, en los objetos personales o en las bibliotecas. También está ese inmejorable retrato titulado , “Una adorable  criatura”, que le hizo a Marilyn Monroe. Capote con lentitud quita ese velo mítico de leyenda que la oculta y descubre a una mujer frágil, a una sublime criatura; insegura y con las ojeras negras del desamor y la soledad.

Capote con su libro Música para camaleones alcanzó la cúspide de la maestría tanto como narrador y como gran observador de la vida que en realidad fue. El libro cierra con una autoentrevista perversa y algo retorcida: “… aún no soy un santo. Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio. Claro que podría ser todas esas  cosas dudosas y, no obstante, ser un santo. Pero aún no soy un santo; no, señor”.

Quizá con lo textos escritos en ese libro alcanzó cierto grado de redención como artista, su nicho de santidad y perfección; por supuesto una singular santidad como escritor por aquello que expresó Bernard Shaw cuando le preguntaron si creía que el Espíritu Santo había escrito la Biblia y contestó: “Todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el Espíritu”. Música para camaleones es un libro para ser leído y releído varias veces; en sus páginas hay altas dosis de espíritu y de indiscutible perfección artística.