Nabokov y el buen lector de novelas


Nabokov y el buen lector de novelas





La travesía lectora varia de un lector a otro y en ella participan el azar (al leer un determinado libro y no otro) y ese falso provecho que algunos buscan sacarle a los libros (hacerse de una cultura, mejorar un poco ese vocabulario barriobajero, investigar para la tesina de grado y demás idioteces por el estilo). Leer por el simple placer de hacerlo es una aventura de la cual rara vez se sale ileso.

El escritor ruso Vladimir Nabokov relata que en cierta universidad de provincia donde impartía un “largo cursillo” sobre novelas clásicas realizó una encuesta para definir lo que sería un buen lector. La encuesta contenía diez definiciones (por ejemplo: debe pertenecer a un club de lectura, debe identificarse con el héroe o la heroína, debe haber visto la novela en película, debe ser un autor embrionario, debe tener imaginación, etc.) y los alumnos debían seleccionar cuatro que, combinadas, proporcionarían lo que sería un buen lector. Cuenta que la mayoría de los estudiantes se inclinaron por la armazón emocional, la acción y el aspecto socioeconómico o histórico. Nabokov concluía que un buen lector es aquel que tiene imaginación, memoria, un diccionario y cierto sentido artístico.

En la adolescencia uno vive como en una especie de encrucijada vital, de zona muerta en la que hay un sin fin de personas tratando de planificar tus pasos en la vida. Seguir los preceptos de los padres (estudiar para hacerse de una carrera utilitaria como médico o abogado y tener una base para un futuro siempre borroso e incierto) o torcer ese camino prefijado y devenir en escarabajo, en ese sentido metafórico y artístico en lo que se convierte el personaje del relato La metamorfosis de ese manoseado cuento de Kafka. Un artista en cualquier familia siempre resulta un bicho extraño que es mejor que permanezca aislado en su cuarto.

Ese espíritu artístico, como lo llama Nabokov, en gran medida ayuda a tener las novelas como obras de arte, sirve para situarlas como logros creativos a los cuales sus respectivos autores dedicaron un tiempo significativo para darle un brillo especial a la frase, para perfilar los personajes hasta hacerlos más creíbles y humanos que nuestro vecino más próximo.
El espíritu artístico te ayuda a comprender dónde empieza la ficción y dónde termina la realidad, entender que las grandes novelas de la literatura son sólo ficción, invenciones supremas en las que se pueden conseguir trozos de inigualable belleza, grandes cuentos de hadas las llama Nabokov, quien además machacaba con insistencia a sus alumnos: “La literatura es invención. La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador...”.

Para Nabokov el lector que intentaba disfrutar de la gran literatura requería tener cierta determinada pasión de artista combinada con la calculada paciencia del científico. Lo primero le ayudaría a imbuirse en la mente del autor, en su visión subjetiva y personal de la vida y el arte. Lo segundo le serviría para detenerse, demorarse en desentrañar ese universo entrelíneas que representaba cada novela. Novelas que más que leer era necesario releer: “Los libros no se deben leer: se deben releer”, apuntaba con convicción.

A Nabokov como lector le gustaba hacer de detective y sopesar todas las pistas, meterle lupa a todos los detalles. Por ejemplo, si leía La metamorfosis, de Kafka, quería saber cómo era el escarabajo en que se transformó Gregorio Samsa, a cuál familia de insectos pertenecía, cómo era su forma. Esta exploración científica por los detalles excitaba su imaginación creadora, excitación que intentaba inculcar en sus alumnos.

Otro aspecto que el escritor ruso tomaba en cuenta era el escritor. Para él un autor debía enfocarse desde tres puntos de vista: como narrador, como maestro y como encantador. Nabokov subrayaba: “Un buen escritor combina las tres facetas, pero es la de encantador la que predomina y la que le hace un gran escritor”.

Los frutos sobre la lectura de las grandes novelas de la literatura no se perciben a simple vista y Nabokov, como gran escritor e inigualable encantador, nunca se llamó a engaño a este respecto, y siempre recalcó que las novelas no enseñan nada que se pueda aplicar a esos problemas evidentes de la vida; no ayudan en la oficina, ni en el ejército, ni en la cocina. “Pero puede que les ayuden, si han seguido mis enseñanzas, a sentir la pura satisfacción que trasmite una obra de arte inspirada y precisa, y esa satisfacción a su vez va a dar lugar a un sentimiento de auténtico consuelo mental, el consuelo que uno siente cuando toma conciencia, pese a todos sus errores y meteduras de pata, de que la textura interior de la vida es también materia de inspiración y precisión”.

La literatura apenas puede mostrar las contradicciones de la existencia, esos borrones apresurados de la vida que en las grandes novelas tratan de transcribirse limpios, transparentes y en muchos casos como una metáfora que puede permitir a cualquiera ver la vida sin ningún énfasis de barbarie, la vida con esa música sencilla que busca darle a nuestro mínimo espacio cierta armonía a pesar del ruido producido por los traficantes de sombras y sus burocráticos cómplices.

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