Carlos YUSTI
En nuestro santoral de héroes patrios Francisco de Miranda ocupa un nicho un tanto movedizo. Es uno de esos héroes incomodos y globalizados (su efigie se encuentra en el arco de triunfo de Francés, sin mencionar sus hazañas eróticas con Catalina La Grande y su extraño cofrecito en la coleccionaba vellos púbicos de todos los colores y formas, amén de su impecable defensa ante el tribunal del pueblo durante la revolución francesa que le permitió conservar la cabeza sobre sus hombros). Por supuesto también tenemos ese famoso cuadro de Arturo Michelana que lo mineraliza en una pose de estudio fotográfico (Eduardo Blanco posó como modelo). Miranda se encuentra recostado en un camastro desvenjecido por el uso. En una mesita hay poquísimos libros. Miranda observa al espectador. Tiene una mano en la barbilla. Su rostro sereno le proporciona un aire de romántica derrota. Un ágrafo mirando a los ojos de la inmortalidad.
Un escritor, Denzil Romero, le ha dotado con mucha carne pasionaria de personaje aventurero y novelesco. Los historiadores por su parte lo ficcionalizan y lo devuelven con su acartonamiento respectivo y a la larga resulta un bostezo de página histórica y allí está como un héroe funambulesco, especie de ágrafo que adorna algún billete en nuestro cacareado cono monetario.
No obstante Francisco de Miranda era todo lo contrario. Fue un lector brutal y también escritor. Su diario es una radiografía del mundo que le tocó en suerte, es la escritura de su periplo existencial, de sus andanzas, pero sobre todo de sus ideas y de sus lecturas. El escritor Pedro Téllez bucea con su libro El diario de viaje de Francisco Miranda, a ese hombre que fue un aventurero, un militar y un héroe, pero que al mismo tiempo fue una escritura.
El libro no es una biografía de Miranda, ni nada que se le parezca y en el mejor sentido es un estudio desplazado del Miranda trotamundos que va registrando en sus diarios todo lo que ve y todo aquello que le toca de cerca. Es una pesquisa erudita sobre el archivo de Miranda, sobre ese gran cúmulo de papeles que contienen la memoria de una vida y en la cual la escritura intenta ofrecer orden y coherencia a una existencia caótica en la que las ideas, casi fijas, sobre la emancipación de su patria se entrelazan en un sentido opuesto al escritor relamido sumido en su estudio o como escribe José Carlos De Noóbrega en un artículo sobre el libro de Téllez: “Sólo que el Miranda viajero y memorialista se desplaza a contracorriente del cronista de Indias o del intelectual romántico como Goethe: Este blanco de orilla (proveniente de la periferia) posa sus ojos mestizos en el Centro occidental del Poder (Francia, España, Rusia o el Imperio en ciernes que era entonces Estados Unidos) para encaminar su pulsión emancipadora. Detrás de las notas escuetas de este “Agendario”, contentivas del hastío galante y diligente, se esconde un Proyecto de liberación de la América Latina, cuyo aliento visionario y vanguardista calza con el grado cero de la escritura y, mejor aún, con la objetualización del pensamiento complejo de Don Francisco”.
Dividido en varias partes (Miranda por sí mismo, el diario de viajes, la circunstancia: la enciclopedia, Miranda escritor, los lectores de Miranda, Miranda lector, el diario de viajes y la vida diaria) todas se entrelazan para escrutar al Miranda escritor, a ese Miranda traspapelados en notas, lecturas, anotaciones, citas y bibliotecas. En la introducción Téllez ofrece datos sobre el periplo de los archivos de Miranda desde su hallazgo hasta nuestros días o como lo escribe el autor: “Una vez detenido por los españoles, su archivo (que contiene el Diario de Viajes) pasó de Curazao a Inglaterra, a la mansión de Lord Bathurst, el ministro británico de Guerra y Colonias: ‘Azares del destino; la misma corbeta británica que en 1810 los trajo de Inglaterra a Venezuela, es la que ahora los lleva hacia lo desconocido’. (Pi Sunyer, 1969). Permanecerían olvidados hasta 1922 cuando son hallados por el investigador Williams Spence Robertson, escocés que se doctoró en Yale con una tesis sobre Miranda. Se sabía de la existencia del Archivo, en el pasado, y se le creía irremediablemente perdido”.
Téllez acota que el El Diario de Viajes tiene un alcance de 20 años; “desde Enero de 1771, cuando el joven Miranda hace sus primeras anota¬ciones a bordo del navío que lo lleva a España, hasta noviembre de 1790, cuando en Londres escribe “notas” para el diario, que no alcanzará ya a desarrollar (Castillo, 1992). (…)Nos ocuparemos fundamentalmente, no de los 20 años del Diario de Viajes, sino de los diarios “americano”, y del “europeo” que suma cuatro años. Refiriéndose al lapso que va de 1785 a 1789,…”
Dos de los aparte más relevantes de libro sin duda son: Miranda escritor y el diario de viajes y la vida diaria. En Miranda escritor Téllez señala la poca importancia que ha tenido en nuestras letras los valores del sempiterno héroe como escritor y a este respecto señala: “El Diario de Viajes está dentro de la madurez de su autor. Pero una cosa es su vida y otra sus palabras. Miranda es un autor que ha sido novelado, biografiado, poetizado, pero todavía espera por una valoración literaria amplia. Ya dijimos que su nombre no aparece en diccionarios de literatura como el Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, una coedición de Ayacucho con Monte Ávila, ni siquiera aparece en el Diccionario General de la Literatura Venezolana editado por el prestigioso Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres” de la Universidad de los Andes, tampoco en el Diccionario Oxford de Literatura Española e Hispanoamericana. En el prólogo a la edición de su antología del Diario de Viajes, en Monte Ávila, Castillo Didier cita los precedentes de Mario Sánchez Barba y de Henríquez Ureña en la valoración literaria del Diario de Viajes,(…)”.
Los diarios de viaje hoy día se pueden considerar un género literario en sí mismo y su importancia radica, más allá de los méritos literarios que puedan tener, en esa visión abarcante de los lugares que visita el viajero, de todo aquello que le sucede y de la gente, con sus costumbres, de todo tipo que conoce en su travesía.
Luis Alburquerque en su texto, Los ‘libros de viaje’ como género literario escribe: “Los “libros de viajes” reflejan, en cierta manera, los intereses, inquietudes y preocupaciones de cada época, cultura y situación implicadas en el itinerario abarcado por el relato. Además, el tipo de información proporcionada por el viajero/escritor es bidireccional, es decir, que ilustra tanto sobre la cultura visitada como sobre el bagaje cultural y los prejuicios del que visita. Este género literario apunta, por tanto, no solo a la literatura de origen de autor sino también a la literatura de las culturas en el representada”. No por azar le dedicada Téllez un apartado al Miranda lector y en la que destaca su lectura de la
Enciclopedia, de Diderot y D´Lambert. como una de las fuentes inspiradora para sus diarios: “El Diario de Viajes será semi enciclopédico, semi confesional. Las tareas de Miranda en su Diario de Viajes son las del hacedor de un espejo de su tiempo donde el también se refleja (como lo vio Sánchez-Barba), una enciclopedia “personal” de su tiempo vital y como tal, imagen de su universo: no se trata de un encadenamiento, sino del “circular” (transitar) de un hombre sobre el conocimiento de su sociedad”. Todo esto va sumando puntos para una valoración más literaria que de hemoroteca de los Diarios de Viajes por eso Téllez insiste: “El análisis del Diario de Via¬jes destacará dos aspectos –en verdad indisolubles– con el fin de aproximarnos a su peculiar estilo. Uno es el ya mencionado discurso “de efecto enciclopédi¬co”, el otro es el “grado cero” de su escritura: “ruda, llana, sin brillo”, un estilo que parece brillar por la ausencia de “esti¬lo”, parafraseando a Barthes y a Tácito”.
De igual modo Téllez especula que Miranda debió conocer el breve ensayo de Bacon “De los viajes” en la que señala algunos aspectos que debe contener todo diario de viajes como observar las cortes de los príncipes, los tribunales de justicia, las iglesias, etc. Téllez escribe: “Miranda debió conocer el texto de Bacón, tal vez le siguió al pie de la letra. Pero también prefigura el posterior diario de Perec, un autor de nuestros días”.
En el aparte el diario de viajes y la vida diaria, Téllez desmenuza la mirada a la cotidianidad de los lugares que visita Miranda, su capacidad de observación de los nobles que lo reciben, de las ceremonias de las cortes o las actividades religiosas. Como actor foráneo Miranda resulta para los demás como un bicho extraño que es necesario vigilar. En su travesía se le confunde como traidor, espía y un sin número de facetas de alguien que está como husmeando en todo aquello que le llama atención. Téllez escribe: “El extraño, el viajero, Miranda, observador-observado que debe ofrecer una identidad, y esta está contenida en su Diario de Viajes con cuyos cuadernos se desplaza. Miranda “lleva y trae” información, muchas veces es confundido con un espía y como tal se le espía a él. El Diario de Viajes es una memoria portátil que le proporciona una identidad en el viaje mismo”.
Este libro de Pedro Téllez, El diario de viaje de Francisco Miranda, intenta ser un aproximación por darle estatura de escritor importante a Miranda, de sacarlo de su nicho de héroe ditirámbico para proporcionarle sus justos méritos como escritor que a fin de cuenta inició un estilo o como lo escribe Féderico Guzmán Rubio: “En los diarios que agrupan varios años es posible extraer las entradas relativas a un viaje, que forman un conjunto con plena autonomía. Aunque los ejemplos no abundan en la literatura latinoamericana, se han publicado algunos volúmenes que siguen este patrón, como Unos días en Brasil: Diario de viaje (1991) de Adolfo Bioy Casares. Más numerosos son los casos en los que la totalidad del diario se ajusta a un viaje y, de hecho, resulta posible identificar un subgénero bien delimitado: el diario de viaje. Al igual que en la autobiografía, este subgénero nació en la América Latina republicana de la mano de uno de uno de los héroes de la independencia, el venezolano Francisco de Miranda”.
Este Miranda entre papeles, cartas, mapas y libros nos dice mucho de una personalidad intelectual que buscó un medio para expresarse desde lo heterogéneo y concibiendo así un artilugio literario, si no nuevo, bastante flexible. Los papeles de Miranda se publicaron no por algún interés literario, sino como un nota exótica a pie de página de la historia oficial; además esto les permitió a los ensopados historiadores conocer la vida privada de un prócer de nuestra independencia. Quizá debido a esto se le haya prestado poca atención a los Diarios como materia de estudio literario. Este Miranda, que ha traspapelado Pedro Téllez, configura en sí un escritor fronterizo y que tuvo dominio de un género que hoy con la explosión de la Internet y los Blogs espera nuevos despertares y nuevas valoraciones críticas.