De catiras y encargos
Cuenta el escritor Julio Llamazares que en una entrevista Camilo José Cela (todavÃa sin galardón nobelÃstico) le confesó, ante la pregunta sobre su aspiración como escritor por el Premio Nobel, que en verdad le gustarÃa más que el Nobel o que el premio Cervantes, que lo nombraran arzobispo de Manila para poder ir por la calle rodeado de un coro de monaguillos capones cantando en tagalo las alabanzas de Nuestro Señor. “Por supuesto—se apresuró en aclarar mi entrevistado— los monaguillos los caparÃa yo personalmente en el depósito de sementales en el que servà a la Patria”. Llamazares escribe que luego Don Camilo se extendió describiendo el sonido fofo que los testÃculos producÃan, después de cortados, al estrellarlos los
soldados contra el techo.
Esta bizarra y mÃnima historia proporciona algunos elementos sobre las caracterÃsticas de un escritor desmesurado, iconoclasta y que en sus propias palabras aceptó un cargo burocrático durante el franquismo (nada más y nada menos como censor) para comer. Hoy Cela, muerto y certificado como clásico, es un mito con Cervantes y Nobel incorporado. Gustavo Guerrero con su ensayo “Historia de un encargo: La Catira de Camilo José Cela” lo trae de vuelta o más bien trae a Cela y una peculiar encomienda de la Dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Ratón de biblioteca como soy conocÃa alguna versión sobre el encargo e incluso habÃa leÃdo la indigesta novela en venezolano de Cela, pero desconocÃa todo el intrÃngulis de este encargo literario especial realizado por los incondicionales del dictador tratando de darle cierto barniz de legitimidad a un régimen sostenido con los palillos de dientes de la fuerza, la arbitrariedad y esa falsa idea del progreso como estigma de avance civilizatorio. El libro de Gustavo Guerrero arma todas las piezas de este encargo con toques de realismo mágico y ofrece una perspectiva, con una buena investigación de fondo, justa y equilibrada de un hecho curioso.
El plan inicial, como lo escribe Guerrero, estaba conformado por un conjunto de novelas cuyos tÃtulos ya el tarifado autor español habÃa vislumbrado, tÃtulos pintorescos que buscaban lamer las botas del dictador y su sentido nacionalista: La flor del frailejón, novelas de los Andes, Oro cochano, la novela de Guayana, Las inquietudes de un negrito mundano, novela del Caribe, y una sobre el petróleo sin tÃtulo. Gustavo Guerrero escribe: «Sabemos que, al final, este, ambicioso plan, que debÃa proyectar la imagen de Venezuela por toda Europa, no se realizará, ya que la polémica que suscitará la aparición de La catira en Venezuela, en 1955, pondrá término a la colaboración Cela con el gobierno del coronel Marcos Pérez Jiménez. Pero lo importante es que la idea del ciclo haya podido concebirse y expresarse en aquel momento y de aquella exacta forma, pues no hay que ser demasiado perspicaz para vislumbrar que el proyecto celiano es casi una réplica de la geografÃa narrativa de Rómulo Gallegos...» En la mente de los intelectuales, que eran incondicionales con el dictador o meros empleados del aparataje policial, Gallegos representaba todo aquello que era menester borrar ya que no se ajustaba a los nuevos horizontes que el dictador habÃa trazado para el paÃs.
Cuando se editó la novela de Cela la crÃtica enseguida la despedazó desde todo punto de vista. Guerrero realiza una pesquisa de hemeroteca para presentar un panorama sucinto del revuelo polémico que provocó La catira. Por supuesto que la novela con un tema llanero, al igual que Doña Bárbara, convierte a los personajes en simple muñecos sin dimensión y donde Cela funge como ventrÃlocuo y los hace hablar en un lenguaje venezolano que provoca risa y vaya un fragmento para comprobarlo:
«A Quà le vengo, patrón, pues, a traele nuevas de la catira PipÃa Sánchez, güeno, que es damita muy jodÃa, patrón. y usté bien lo sabe ...
Don Filiberto Marqués ni aún miró para Clorindo López, la verdad por delante, tampoco tenÃa mucho que mirar. Tuerto y con dos dedos de menos, su pinta recordaba la del araguato. Hace ya muchos años de niños, don Filiberto Marqués le atapuzó una pedrada a Clorindo López y le saltó un ojo. En el juraco, Clorindo López llevaba una vendita negra, tiñosa y confitera, banquete y hartazón de jejenes. Los dedos se los habÃa comido, aún mozo, una buba maligna.
-Miá, bicharango e el diablo, vagabundo, habla, pues, y no te arrimes, que jiedes a temiga e loco.
-Güeno, patrón, no me se ponga birriondo, pues, que la catira PipÃa Sánchez me manda ecile que lo aguardia en la punta e el boquerón. Güeno, y que yo le vengo a ecile, patrón, que la niña ya anduvo jugándole cucambeo a su papá. sÃ, señó, güeno y que ya botó a la bestia toiticos sus corotos, patrón, eso es, güeno. sin dejá ni uno.
Don Filiberto Marqués se paró con parsimonia. Don Filiberto Marqués tenÃa él pelo colorao. igual que un torito orúo.
-Miá. mocho Clerindo. vale, pÃe a los santos que to vaya a salà con bien. Un marrón te he e da pa tóa la gente, vale. Yo no me muevo e el hato.»
La conclusión de Guerrero es pertinente: «El affaire de La catira es como un sÃmbolo o una metáfora de esta parte de nuestra memoria cuyo desciframiento exige una mirada conjunta desde las dos orillas, ya que, de lo contrario, ni se entiende del todo ni nos deja entendernos a nosotros mismos, pues sigue formando parte de la historia que somos. Por ello, si algo habrÃa que retener del fiasco de Cela, sin olvidar las responsabilidades del escritor gallego, es justamente lo que, en última instancia, el análisis pone al descubierto: la falacia comunitaria de la Hispanidad franquista».
Nuestro paÃs nunca ha escapado a la locura metódica que se irradia desde el poder polÃtico. Locura despampanante que obsequia barcos refrigerados a paÃses que no tienen mar, que convierte a barraganas en principescas primeras damas, a secretarias privadas en el poder omnÃvoro tras bastidores y asà un enorme ramillete de etcéteras delirantes.
El otro filón de este aspecto es Cela escritor que a pesar de su trayectoria tan accidentada y nada pulcra obtuvo todos los premios y los reconocimientos. Cuando a Cela otros escritores le califican de censor franquista y pesetero de dictadores el esgrimÃa la ética y la dignidad como escudos. Conceptos extraños en un escritor que aceptó el encargo de un ditactatorzuelo para escribir una novela y borrar a otro escritor para quien la ética y la dignidad no eran meras palabras ni simples muletillas para campear el temporal, sino actitudes de vida para hacer frente a la humillación del individuo que se lleva a cabo desde el poder polÃtico, cuestión que Cela también supo, pero donde la ambición canalla fue más fuerte y seductora.
Capote a pesar de los ladridos
Uno de los libros de Truman Capote que recopila sus artÃculos periodÃsticos, crónicas y algunos de sus ensayos se titula “Los perros ladran” . En el prólogo explica como surgió el tÃtulo. Al parecer se encontraba en Sicilia en plena primavera conversando con “un hombre muy viejo de rasgos mongólicos” que no era otro que André Gide. El cartero que pasaba por allà lo reconoció y le llevó la correspondecia. En una de las cartas venÃa el recorte de un periódico con una crÃtica que no favorecÃa en nada a Capote. Enseguida se molestó y comenzó a despotricar de los crÃticos o como él mismo escribió: “Tras oir mis quejas acerca del texto, y de la malsana naturaleza de los crÃticos en general, el gran maestro francés se encorvó, bajó los hombres como un viejo sabio…¿digamos buitre?, y dijo: ‘Bah. Recuerde el viejo proverbio árabe: Los perros ladran, pero la caravana avanza’.”
A pesar de su maestrÃa estelÃstica nunca fue considerado un autor destacado e importante y casi nunca se le incluyó en el ranking de los grandes de la literatura norteamericana. Quizá lo tuvieron como un autor subido en la noria de la feria de vanidades del mundillo intelectual, su vida tenÃa ese sabor inconfudible de show circence. Lo escrito por Rodrigo Fresán nivela cualquier conjetura al respecto: “Entre las muchas cosas terribles que le pueden suceder a un escritor hay dos particularmente espeluznantes y de las que —viaje de ida sin billete de vuelta— no hay recuperación posible: una es dejar de ser persona para convertirse en personaje de la propia obra; la otra es sentir que la propia vida es la mejor obra posible y que entonces ya no tiene mucho sentido seguir escribiendo. A Truman Capote le sucedieron esas dos cosas. Y después se murió”.
Capote terminó como personaje, pero la obra en la que actuaba no fue una comedia ligera, más bien fue una tragedia con fogonazos de humor mordaz. Quiso ser un escritor de fuelle, un creador de indiscutibles aportes, pero el personaje le fue ganando la batalla. Además después de escribir “A sangre frÃa”, su obra magna, algo se quebró dentro de él, algo en su ser más Ãntimo se rompió en muchos pedazos y ya no pudo unir las partes para acometer otra obra de evergadura. Al final las ganas de escribir fueron sustituidas por los vicios de siempre: alcohol, drogras, sexo, etc. Se convirtió poco a poco en un ser autodestructivo y depresivo, escribÃa por inercia y como buscando un respiro de tanta asfixia mundana.
Hay un hecho en su vida que parece clave. En una oportunidad el escritor japonés Yukio Mishima visitó Nueva York y Truman Capote compartió con él varias dÃas con sus noches. Capote organizó una fiesta con Geishas genuinas y travestis de pronóstico reservado. Mishima estaba eufórico. A Capote le daba un poco de miedo y enseguida supo que era un ser peligriso para sà mismo y los demás. Capote vio en sus ojos una sombra de lo siniestro escribiendo su destino. Pero la sorpresa de Capote serÃa mayúscula cuando al despedirlo el escritor japonés le dijo: “Nosotros somos como almas gemelas, en el fondo, muy en el fondo somos iguales”. Aquellas palabras del escritor japonés le inquietaron y le sorprendieron. Capote se consideró siempre un niño terrible, pero apegado al hedonismo y a un amor desmedido por la vida y todos sus placeres.
Mishima se suicidó de la forma más sangrienta posible: Se hizo seppuku, que es algo asà como un suicidio de honor que consiste en abrise el vientre, de izquierda a derecha con con una pequeña y filosa daga. Por su parte Capote un dÃa de agosto del año 1984, llenó sus vÃsceras con güisqui y diferentes fármacos para esperar con lentitud esa luz lÃmpida, quizá la misma luz que a su modo Mishima buscó siempre.
Para Capote escritor la escritura estuvo más cercana a la tortura y la autoflagelación. Siempre se quejó de la tiranÃa de la escritura. Las pocas páginas de lo que serÃa su última novela (“Plegarias atendidas”) fueron un suplicio. El Capote personaje gozaba con la fama del escritor, además su abierta homosexualidad, su personalidad desinhibida, su filosa lengua, su mordaz inteligencia y su disposición de terapista para escuchar con paciencia a cualquier alma desdichada le abrieron las puertas en todos lados. Sin mencionar que era un organizador de fiestas de estruendoso Glamour . Los ricos y famosos del cine se disputaban su compañÃa. Al Capote personaje todo ese mundo de oro real y sentimiento falso le subyugaba. En cambio para el escritor todos sus conocidos y amigos no eran más que seres irreales, criaturas vaporosas que el capturaba en su red de palabras. Sus semblanzas y retratos poseen la fuerza de un chisme aderezado con metáforas insuperables, esa fue sin duda su magia: dominar las palabras a tal punto de crear con ellas un visión del mundo mordaz, poético sin caer el patetismo ni en ese barroco malabarismo de la literatura tratando de escamotearlo todo.
A pesar de los ninguneos y de los ladridos es hoy un escritor es mayúscula, tuvo suficiente cabeza para crear páginas memorables y esta frase podrÃa definirlo a la perfección: “Antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes”.
About Me
Popular Posts
Facebook Page
Labels Cloud
Labels List Numbered
Datos personales
- Arteliteral
- Carlos Yusti (Valencia-Venezuela, 1959). Es pintor y escritor. Cofundador del grupo Literario Los Animales Krakers y de la revista Zikeh. Su última exposición conceptual fue La Tapa del Frasco, revista-objeto, 2015. Ha publicado Pocaterra y su mundo (Ediciones de la SecretarÃa de Cultura de Carabobo, 1991); VÃrgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994), De ciertos peces voladores (1997). Dentro de la metáfora: absurdos y paradojas del universo literario (2007); Para evocar el olvido y otros ensayos inoportunos (Ediciones del Perro y la Rana, 2007) y Poéticas del ojo (editado por El perro y la rana, 2012) que reúne sus textos sobre arte. “A la brevedad posible” (Libro-objeto, ensayos-2015. 80 ejemplares numerados). “CartografÃa del tahúr solitario”, (libro-objeto que consiste en 40 cartas de baraja. Ensayos/2016. 150 libros numerados) En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categorÃa Crónica, por su libro Los sapos son prÃncipes y otras crónicas de ocasión.
Libro
Con la tecnologÃa de Blogger.