Condenado Gallegos





Carlos Yusti




Si yo fuera novelista diría a cada tanto condenado Gallegos, o con menos sutileza maldito Gallegos. Novelistas mejores que Rómulo Gallegos claro que los hay, tanto en el pasado como en la actualidad, pero él encontró como una receta novelística que ha resistido el tiempo y sus personajes tampoco se han quedado a la saga en eso de universalidad y persistencia, mucho menos son figuritas recortables de hemeroteca.

He visto las versiones cinematográficas mexicanas de Doña Bárbara y Canaima descubriendo que han envejecido bastante bien, pero sin duda es la historia de estas películas las que le ha permitido cruzar el tiempo en forma aceptable hasta el piso bituminoso del hoy.

Como escritores de novelas y cuentos prefiero a José Rafael Pocaterra o el Antonio Arraiz de Puros hombres o el de los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo. De los novelistas contemporáneos Denzil Romero y su Trilogía sobre Francisco de Miranda o Adriano Gonzales León y su País portátil, luego Salvador Garmendia y un ladrillazo infaltable sería Guillermo Meneses con su Falso Cuaderno de Narciso espejo, de La Balandra Isabel llegó esta tarde hay una película protagonizada por Arturo de Córdoba con guión de Carlos Hugo Christensen y Aquiles Nazoa. Incluso podría colocar en mi lista alevosa a el Arturo Uslar Pietri de Las lanzas coloradas y La Isla de Robinson.

Los escritores norteamericanos vivieron, por bastante tiempo, obsesionados por escribir la gran novela y a la que fichaban como una gran meretriz y de la que no podían zafarse o para utilizar las palabras de Norman Mailer:“(..)La novela es como la Gran Prostituta en nuestra vida. Creemos que nos hemos librado de ella, pasamos a otras mujeres, nos tomamos el pulso y decidimos que por fin estamos disfrutando de nosotros mismos, y después damos vuelta en una esquina, y ahí está la Gran Prostituta sonriéndonos, y estamos atrapados. Sabemos que la Gran Prostituta todavía nos tiene agarrados”.

En lo que respecta a prostitutas, prostíbulos, bares y demás yerbas hay una frase que el escritor español J.J. Armas Marcelo se la arroga en una crónica a Salvador Garmendia: “Le conté a la maravilla Ostenita que a Garmendia se le atribuía una frase genial para explicar que tal o cual obra estaba más o menos, pero que no acaba de estar bien.  ‘le falta burdel’, decía. Lo de le falta burdel  se lo he oído después a varios escritores venezolanos y colombianos, pero de cuanto cuento en estas intemperies nada es ficción, aunque lo parezca”. Es decir a nuestros novelistas no les quitaba el sueño eso de escribir la gran novela, ni escapar de la enorme sombra de Rómulo Gallegos. Además de ese trabajo sucio se había encargado Camilo José Cela al escribir una novela titula La catira para sacar del camino a Doña Bárbara, el final de esta rocambolesca empresa dio como fruto un bodrio (o fruto) extraño de la literatura.

Pero a lo que iba. Nuestros novelistas estaban interesados en otros asuntos menos literarios: beber y transformar el mundo desde la trinchera de la escritura. A veces eran militantes subalternos de esas luchas revolucionarias por la liberación del pueblo y cosas por estilo. Esto como es lógico no los apartó de su propósito de estructurar/escribir novelas con aires vanguardistas y renovadoras. Gallegos estaba en esa tumba abierta que era el programa de estudios del bachillerato, mientras nuevos novelistas seguían martillando las palabras al tiempo que pateaban, sin fervor, los estilos literarios de los maestros del día para encontrar el tono menos caletre de una novela que venía por sus fueros y que no ha cesado en su visión innovadora. Novelistas como Israel Centeno, Francisco Arévalo, Alberto Barrera Tyszka, Francisco Suniaga, Slavko Zupcic, Héctor Torres, Sol Linares por nombrar sólo algunos. El escritor  Eduardo Liendo de igual modo ha dejado de ser el único novelista de Bestseller certificado a la criolla.

Leer novelas me ha permitido zafarme un poco del mundo que me ha tocado en suerte y comparto a plenitud lo escrito por  Orhan Pamuk: “Las novelas son segundas vidas. Como los sueños de los que habla el poeta francés Gérard de Nerval, las novelas ponen al descubierto los colores y las complejidades de nuestras vidas y están llenas de gente, rostros y objetos que creemos reconocer. Cuando nos sumergimos en una novela, y al igual que sucede en los sueños, a veces es tan honda la impresión que nos causa la extraordinaria naturaleza de las cosas que leemos, que olvidamos dónde estamos y es como si estuviésemos rodeados de la gente y los acontecimientos imaginarios que estamos presenciando. En esas ocasiones, tenemos la sensación de que el mundo ficticio que descubrimos es más real que el propio mundo real”.

Me declaro lector, pero no me aproximo en lo más mínimo a ese fanatismo perdonavidas de ver por encima del hombro a quien no ha leído un libro jamás en su vida, por supuesto tampoco ando con la cantilena de los beneficios terapéuticos (de autoayuda) de la lectura.  Sólo postulo que los libros han cambiado mi vida. No me han hecho mejor ni peor persona, sencillamente me han permitido ser menos insulso y confiar en los poderes eficaces de la imaginación. Intento leer de todo para encontrarme en ese universo donde las palabras crean las metáforas inigualables, de esa belleza nítida que tienen las historias, largas o cortas; de esa vida extraordinarias que viven unos personajes que en ocasiones están más vivos y cortantes que muchos de mis vecinos. No sin razón Alberto Manguel en una entrevista dijo: “Nosotros, los seres humanos, enfrentamos al universo, que no tiene una existencia narrativa, como si fuera un libro abierto cuyo contenido debemos desentrañar. Paisajes y constelaciones, rostros y gestos, son traducidos por nuestra imaginación en una suerte de cuento de nunca acabar. Creemos, o deseamos, leer al universo como si fuese un texto escrito, y sus leyes son para nosotros como las leyes de gramática de una lengua que no logras descifrar”.

Una editorial anuncia la reedición de la mayoría de las novelas escritas por Rómulo Gallegos. Nuevos lectores podrán redescubrir un cosmos literario particular, reencontrarse con ese sentido de patria, de nacionalidad con mucha clorofila y campo, para mi gusto. Sin duda a la novela de la Doña le faltaba burdel, pero le sobraba misoginia, machismo y fetichismo mágico-reliogioso entremezclado con superstición de camino, pero las grandes historias son a fin de cuenta una manera de enfrentarnos con esos demonios guardados con celo en el closet de nuestra alma.

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