Raymond Roussel, escribir sin imaginación


Raymond Roussel, escribir sin imaginación

Carlos Yusti

    La obra de Raymond Roussel posee cierto toque de vigilia delirante, en tanto que su vida tiene modulaciones estrambóticas, vaivenes que coquetean con la locura.
Su patético fracaso como escritor despierta interés quizá por esa obstinación de querer ser un autor de éxito. Después  de publicado su primer libro salió a la calle y estaba sorprendido (y algo frustrado) debido a que la gente no lo abordaba para felicitarle. Se sintió un genio incomprendido y aquella frase de Jonathan Swift le ajustaba a la perfección: “Cada vez que aparece un genio, todos los necios se conjuran contra él”. En el caso de Roussel los necios lo ignoraban por completo. Una crisis nerviosa por poco lo condujo a esa isla de la locura absoluta. En su época un exiguo número de escritores e intelectuales vieron en él a un creador literario nada común, para el grueso del público fue sólo un ricachón con ínfulas de ser autor.
   Siguió editándose sus libros y como no quería  aceptar las pruebas de no ser un genio literato  adaptó sus novelas al teatro en otro esfuerzo por acercar su trabajo a un público más amplio y por supuesto ser reconocido. No obstante toda esa empresa publicitaria sólo fue otra bufonada sin sentido. Su trabajo literario en el ámbito teatral no corrió tampoco con suerte y en vez de cosechar el aplauso que todo genio merece desató la controversia. El público pensaba que el autor se burlaba de ellos. Los seguidores del escritor por su lado se enfrentaban con ferocidad a ese público que nada entendía. Roussel a todas luces más que un autor genial se fue convirtiendo poco a poco en un caso.
Los dadaístas y surrealistas vieron en Roussel a un precursor de sus postulados estéticos. Incluso André Bretón quiso que el escritor colaborara con textos para su revista, pero Roussel estaba ensimismado y confundido. Bretón escribe: “Le pedimos varias veces su colaboración, pero, por desgracia, no obtuvimos respuesta alguna”.
   En su breve fascículo, con tintes autobiográficos, “Como escribí algunos libros míos”, redactado dos años antes de su fatal deceso en un lujoso hotel en Sicilia, busca describir las claves y métodos de su proceso creativo. Intenta explicar los artilugios empleados para escribir sus novelas y cuentos. En escasas treinta páginas explica que su técnica de escritura estaba basado en la combinación de palabras similares, pero con significados distintos. La combinación de dichas palabras le permitía obtener dos frases idénticas. Luego con dichas frases se disponía a redactar un cuento que se iniciara con una de las frases y terminara con la otra. Vilas Mata Escribió: “Me pareció asombroso ayer volver a observar cómo en Roussel las combinaciones fonéticas funcionan perfectamente como una sintaxis incesante y un modo arbitrario y a la vez riguroso de darle forma a los textos, de darle sentido a todas esas historias que no salen de la vida, sino de la cibernética particular que inventó en su laboratorio de las persianas bajadas”.
   Sus libros tienen mucho de máquina lingüística, mucho de relojería léxical. Acaso si hubiese asumido la literatura con menos rigor no habría sufrido tanto. Escribió sólo por su desquiciada avidez de éxito y su conclusión al final coloca todo en perspectiva: “Sólo he conocido en mi vida la auténtica sensación de éxito cuando cantaba acompañándome al piano y sobre todo cuando hacía imitaciones de actores o personas conocidas. Al menos en estas ocasiones mi éxito era enorme y unánime”. La frase encierra cierta clave y una desolada resignación.
   Los libros de Roussel pavimentaron el terreno de las posibilidades de la literatura más allá del escribir bien o mal, más allá del éxito o el fracaso. De la literatura como experiencia lingüística irrepetible. Del escritor realizando malabares con las palabras y despertando en otros creadores la imaginación un tanto dormida. Roussel hizo lo que pudo a la hora de escribir y sus libros como Locus Solus e impresiones de África, son hoy por hoy un desván de objetos, banales o extravagantes, que bien valen un tanteo exploratorio.

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